Azul.
Londres, Inglaterra.
Era fin de semana y Azul siempre se lo tomaba para tratar de dormir un poco más, ya que los días de semana se la pasaba internada en su oficina trabajando, o en las tardes dedicándole un tiempo a su pequeño y travieso hijo. Siempre lo tomaba como su prioridad y aunque a veces tenía que trabajar, le pedía a Palmer: la niñera. Que lo llevará a la empresa para pasar la mañana con él. Azul amaba a su hijo más que a su propia vida y siempre le gustaba tenerlo cerca de ella.
Un extraño ruido captó su atención. Con los ojos cerrados arrugó sus cejas extrañada y con suavidad elevó su rostro para después abrir sus ojos y mirar. Al observar la pared blanca de su habitación abrió mucho sus ojos y de golpe tomó asiento en la cama para mirar mejor a su alrededor. La pared blanca ahora era un desastre. Tenía varias rayas de color rojo justo en la parte baja ¿Y qué personita tan pequeña y con cabeza tan cínica se atrevería a rayar su pared?
London Casanova.
Él realmente era la mente maestra detrás de cualquier travesura.
—¡London! —gritó Azul a todo pulmón, mientras lo buscaba con la mirada por toda la habitación, y para completar el niño no aparecía.
—¡Mami! —se escuchó su dulce voz en la habitación.
—¿Dónde estás? —preguntó Azul lo más calmada posible y rezando de que el lápiz que usó London no fuese uno de sus costosos labiales Dior.
—Juguemos, mami —pidió—. Uno… —hizo una pausa—. Dos… —se escuchó la voz de London y una pequeña risita.
Azul rodó los ojos.
—Bien… Ahora quieres jugar a las escondidas…
Azul ya se sabía el juego, así como London y también sabía que debía hacer. Con sus manos cubrió su rostro y comenzó a contar.
—Uno… Dos… Tres… ¿Dónde está el valiente príncipe? —preguntó todavía cubriendo sus ojos.
—¡Aquí, mami! —Azul escuchó la voz de London acompañada de una risa y después sintió como comenzó a subir la cama.
Azul alejó sus manos de su rostro y vio cómo London se lanzó sobre ella y la abrazó a su cuello con fuerza.
—Buenos días, mi amor —Azul también lo abrazó.
London se alejó y la miró con una sonrisa amplia en sus labios.
—Hola, mami —se alejó de Azul para mirarla y agitar su pequeña y gorda mano en forma de saludo.
Azul lo miró a sus ojos azules y le sonrió con dulzura.
—Hola, mi príncipe —Azul, esta vez se fijó en sus manos manchadas en rojo. Por supuesto, en su otra mano vio que London tenía uno de sus labiales rojos.
—Esto es de mami, London —le informó Azul con suavidad—. No sé, toca lo de mami.
London sonrió ampliamente mostrando su linda dentadura.
—Sí, mami. —esta vez con seriedad estiró su mano y colocó la pintura en los labios de Azul con la intención de pintarla. Entonces se quedó quieta, nada más que sintiendo como London deslizaba la barra roja del labial por sus labios.
—¿Listo? —preguntó Azul a London al ver que el niño alejó su mano junto con lo que quedaba de pintura.
—Te ves bonita, mami —London, esta vez volvió a sonreír y acercándose hasta ella, agarró con delicadeza sus mejillas y se acercó para besarla en su mejilla izquierda.
—Gracias, amor —refirió Azul.
London se alejó de ella y la volvió a mirar.
—De nada, mami.
Azul acarició su cabello rubio con suavidad mientras lo miraba con una sonrisa.
—Mami, te ama, mi pequeño.
—También te amo, mami —respondió de vuelta.
—¿Y mi saludó de buenos días? —inquirió Azul hundiendo sus cejas y mirando a London a sus hermosos y grandes ojos celestes.
—Buenos días, mami —London se acercó a ella y con la punta de su nariz tocó la punta de la nariz de su madre, para después ambos acariciarse mutuamente. Azul aprovechó y lo acercó a ella para volver a abrazarlo. Sintiendo su olor a bebé y dando gracias de haber tomado la mejor decisión de su vida.
No se arrepentía de nada de lo que sucedió para que London naciera.
—Mami ¿Puedo preguntarte algo? —inquirió London esta vez alejándose de Azul y mirándola con un rostro serio.
—Sí, amor. Pregunta lo que desees.
—Es sábado —dijo el niño.
Azul levantó sus cejas, sorprendida.
—¿Cómo sabes que es sábado? ¿Palmer te lo dijo?
—Noooo, mami. Ayer escuché que dijiste “Es viernes, London” El sábado hay descanso… —expresó London tratando de imitar la voz de Azul.
Azul se echó a reír con suavidad y asintió.
—Sí, tienes razón. Hoy es sábado.
London sonrió ampliamente.
—¿Iremos a ver caballos, mami? —preguntó.
—¿Quieres ir a ver caballos? —le preguntó Azul divertida.
London asintió nuevamente sonriendo.
—Sí, mami.
—Está bien, iremos a ver cómo corren los caballos —comentó Azul—. Pero antes debemos limpiar nuestros dientecillos, ducharnos y vestirnos ¿Sí?
—¡Sí! —gritó emocionado y ensanchando sus pequeños labios rojizos.
—Muy bien, ven aquí —Azul abrió sus brazos—. Vamos a lavarnos nuestros dientes.
London abrazó a su madre y Azul sujetándolo bajó de la cama para irse a su cuarto de baño.
Palmer siempre la ayudaba, pero como era sábado siempre se los daba libre, así que le tocaba hacer todo lo que London necesitaba. Era su primera vez siendo mamá y por supuesto en todo el tiempo que tuvo a London en su vientre hasta ahorita, aprendió mucho a cómo sobrellevar una vida como madre.
Después de ayudar a limpiar los dientes de London y darle una ducha, ya en su habitación, comenzó a vestirlo. Siempre que iban al hipódromo para ver las carreras de caballos a London le gustaba usar trajes, ya que según él “los hombres vestían así”
Azul le colocó un hermoso traje gris claro con un lindo lazo en color azul, peinó su cabello rubio a un lado y le colocó su rico y suave perfume.
—Muy bien, ya puedes mirarte al espejo —comentó Azul al terminar de arreglarlo.
London con tranquilidad se giró y con atención se miró al espejo.
—Me gusta, mami —refirió con tranquilidad.