Mi cabello estaba empapado, al igual que mi ropa. La lluvia caía con fuerza aquella noche, el viento aullaba entre las calles desiertas y la luna se ocultaba tras un cielo impenetrable. Pero apenas podía sentirlo. No solo por el frío que me calaba hasta los huesos, sino por el torbellino de emociones que me invadía. Ahí, en medio de la nada, en medio de la calle, en medio de la lluvia… había sido abandonada. Por todo. Por todos. Incluso por mí misma.
Levanté la vista hacia el cielo oscuro. Ni una estrella brillaba esa noche. Todo estaba sumido en sombras, igual que yo. ¿Por qué dejé que todo llegara hasta este punto? Le pregunté a la nada, al vacío, a la soledad que me envolvía como un manto helado.
Toda mi vida había girado alrededor de Spencer Black. Todo lo que creía ser, lo que pensaba que me definía, existía en función de él. Desde que tengo memoria, siempre fue lo mismo: "A Spencer le gusta esto", "Spencer prefiere aquello". Siempre él, siempre su comodidad, sus gustos, sus deseos. Hasta que lo acepté como normal. Hasta que me convencí de que estaba bien que todo fuera por y para Spencer Black.
Pero no lo estaba.
Me perdí.
Me miro al espejo y no sé quién soy.
¿Qué me gusta? No lo sé, jamás me detuve a descubrirlo.
¿Cuál es mi color favorito? No lo sé, nunca me lo pregunté.
¿Qué música disfruto? No tengo idea. Solo conozco la que le gusta a Spencer Black.
Crecí así. Me criaron así. Y lo odio.
Lo odio a él.
Odio a su estúpida secretaria.
Odio a mis padres.
Odio a los suyos.
Me odio a mí misma.
Los odio a todos.
Por hacerme así.
Por abandonarme.
Por todo.
Desde que tengo memoria, estuve comprometida con Spencer Black. Crecí con la certeza de que, un día, me convertiría en su esposa. No era una opción, no era una elección. Era un destino impuesto, un camino trazado por otros, sin espacio para mí, para lo que quería, para lo que sentía.
Mis padres se aseguraron de que estuviera a la altura de ese destino. Clases interminables de idiomas, danza, etiqueta, política, arte. Debía saberlo todo. Debía ser perfecta. No para mí, sino para él.
No podía negarme. No podía rebelarme. Las represalias eran demasiado grandes. Días sin comer. Castigos físicos. Juegos mentales que me quebraban poco a poco. Tal vez él no tenía la culpa. Tal vez no pidió que me moldearan así. Pero él era la razón.
Por eso lo odio.
Pero ahora… ahora lo odio más.
Me hizo pasar veinte años de mi vida así. Veinte años viviendo para él, dependiendo de su aprobación, de su mirada, de sus deseos. Todo para que, unos meses antes de la boda, tirara todo a la borda por una chica a la que apenas conocía.
¡Veinte años!
Y él eligió a alguien más en cuestión de meses.
¿Acaso no contaba todo lo que yo había sacrificado? ¿No contaba yo?
Sí, éramos un compromiso político. Sí, el matrimonio estaba arreglado. Pero eso no cambiaba nada. Íbamos a casarnos. Era mi destino. Todo mi sufrimiento, todo mi aprendizaje, toda mi existencia giraba en torno a ser su esposa. Era para lo único que fui criada.
Pero no.
No.
Lo echó todo a la basura.
Por una chica sin estudios, sin linaje, sin preparación.
Por una cualquiera que apenas conocía.
Por un simple capricho disfrazado de amor.
Y lo peor de todo es que él sí pudo hacerlo.
Porque él tenía poder.
Porque él tenía voz en su vida.
Porque él podía decidir.
Yo no.
A mí me culparon.
Fui señalada, humillada, abandonada. No por haber hecho algo mal, sino porque él decidió que ya no me quería.
Es mi culpa, dicen.
Es mi culpa que no se haya interesado en mí.
Es mi culpa que prefiriera a su secretaria antes que a mí.
Es mi culpa que la hija prodigio fuera descartada como si nada.
¿Por qué?
¿Por qué tenía que pagar por SUS decisiones?
¿Por qué tenía que cargar con las consecuencias de SUS actos?
No lo sé.
#5138 en Novela romántica
#1477 en Chick lit
#1929 en Otros
#505 en Relatos cortos
Editado: 10.03.2025