Fragmentos

Parte 3: Me voy

Mi padre seguía gritándome, pero su voz comenzó a desvanecerse en el fondo, como un eco lejano. No lo escuchaba.

Solo escuchaba mi propia respiración.

Entre jadeos irregulares, entre el ardor en mi mejilla y la sangre en mi boca, algo dentro de mí se rompió.

Nunca más.

Nunca más me dejaría pisotear.
Nunca más viviría bajo sus reglas.
Nunca más permitiría que mi vida fuera definida por un hombre.

Apreté los puños con tanta fuerza que mis uñas se clavaron en la piel. No lloraría. No esta vez.

Con un movimiento lento, me levanté del suelo, tambaleándome un poco. Mi padre se detuvo un segundo, sorprendido. No porque le importara si estaba bien, sino porque no esperaba que me volviera a poner de pie.

—Vámonos a casa. —escupió con frialdad.

Mis labios ardieron al intentar responder, pero no me importó. Porque ya había tomado una decisión.

Lo miré directo a los ojos y solté dos palabras que lo hicieron palidecer.

—No voy.

El silencio se tragó todo a nuestro alrededor.

—¿Qué dijiste? —su voz sonó tensa, casi peligrosa.

Le sostuve la mirada.

—No voy a volver a casa.

Mi madre inhaló bruscamente, y mi padre dio un paso hacia mí con la furia pintada en su rostro.

Pero esta vez… no me moví.

—No tienes opción. —gruñó—. No tienes a dónde ir.

Una risa amarga escapó de mis labios.

—Eso crees tú.

Me giré antes de que pudiera reaccionar y comencé a caminar, sin mirar atrás.

No tenía un plan.
No tenía un hogar.
No tenía nada.

El hombre que dejaria de considerar mi padre gritaba a mi espalda, reclamando,ordenando pero lo ignore, necesitaba salir de ahi, necesita conseguir mi libertad, sabia que si dejaba pasar esta oportunidad jamas volveria a tener el coraje, viviria toda mi en la sombra de otra persona, viviendo por otra persona, necesitaba vivir por mi, necesitaba dejar de odiarme tanto.

A medida que me alejaba del lugar, una tormenta de emociones se desató dentro de mí. Incertidumbre. Arrepentimiento. Miedo.

No era estúpida. Necesitaba un plan.

Pero en ese momento, lo único que podía hacer era correr, escapar de todo lo que conocía. Porque no podía imaginar algo peor que volver a esa familia.

Sin pensarlo demasiado, subí al primer autobús que vi en la parada.

No sabía a dónde iba.
No sabía cuál era su destino.
No sabía absolutamente nada.

Y por primera vez en mi vida… eso no me asustaba.

Llevé una mano a mi pecho. Mi corazón latía desbocado, como un caballo desbocado corriendo hacia lo desconocido.

Entonces, sin esperarlo, una sonrisa real se extendió por mi rostro.

Una carcajada ligera escapó de mis labios.

Las emociones negativas se desvanecieron, dejando paso a algo más poderoso. Adrenalina. Emoción.

Era la primera vez que hacía algo por mi cuenta.
Era la primera vez que tomaba una decisión sin que nadie me guiara.

Un suspiro tembloroso escapó de mi pecho. Después de veinte años en una cárcel de cristal… era libre.

Podía respirar.
Podía descubrirme.
Podía vivir.

Ahora tenía el poder de responder preguntas que jamás había podido hacerme.

¿Quién soy?
¿Qué me gusta?
¿Qué cosas amo?
¿Qué cosas odio?

Iba a conocer personas.
Iba a ver lugares.
Iba a ser libre.

Por fin… sería libre.



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En el texto hay: desamor, amor, odio

Editado: 10.03.2025

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