Al día siguiente, a media tarde, Ósver llegó a la casa de Kike. La casona tenía un portón de madera de algarrobo, tan grueso que parecía hecho para mantener alejados hasta a los muertos. Sin timbre ni modernidades, tuvo que golpear con los nudillos, aunque cada golpe le dejó las manos medio entumecidas. Tras un rato, la puerta chirrió y apareció una mujer diminuta, con un mandil desgastado. Ósver la miró y enseguida reconoció a la vendedora de paletas que solía instalarse a la salida del colegio.
—Buenas tardes, señora. ¿Se encontrará Kike? —La señora lo miró de pies a cabeza y sin más, respondió—: ¡Kike, te buscan! —Entre masticadas, con la boca llena de comida, se escuchó—: ¡Ya voy!
Kike llegó con la boca manchada de grasa y masticando los últimos granos de arroz que tenía en la boca.
—¡Pasa! Espérame un rato —dijo Kike.
Ósver esperó en el hall de la casa mientras escuchaba el plato de Kike sonar con las cucharadas, hasta que, al cabo de unos minutos, Kike salió con su pelota en el brazo.
—¿Es tu pelota? —preguntó Ósver.
—Sí, es mía. Hay que jugar en el arco pintado.
Kike vivía al frente de la Iglesia Belén. En la pared lateral de la iglesia, había pintado un arco con una «U» en medio. Estaban jugando penales, turnándose entre arquero y jugador. De repente, un carro se estacionó a una cuadra con la música a todo volumen, la canción que se escuchaba decía: dale a tu cuerpo alegría Macarena...
Era el hit del momento y ellos la tarareaban. Justo en ese instante, llegó el primo de Kike y les advirtió con tono serio:
—¡No canten esa canción! ¡Esa canción es demoníaca!
—¿De qué hablas? —preguntaron, con desconcierto en los ojos y un leve temblor en la voz.
—Vengan, siéntense aquí, les voy a contar algo. Se dice que una chica estaba en una discoteca con sus amigas, y conoció a un chico rubio y alto de ojos azules. Este la invitó a bailar la Macarena, y ella aceptó. Pero, mientras bailaba con él, a la chica se le cayó un gancho de su cabello. Al agacharse para recogerlo, se dio cuenta de que el chico no tenía pies; ¡tenía pezuñas de burro! La chica empezó a gritar, y el chico huyó al baño. Cuando fueron a buscarlo, nunca lo encontraron; solo quedó un intenso olor a azufre en el aire.
Kike y Ósver se miraron, aterrados. La canción seguía sonando: Macarena tiene un novio que se llama... Kike se metió corriendo a su casa; su primo muerto de risa. Ósver se tapó las orejas con las manos para no escucharla y también corrió a su casa.
Al día siguiente, en el colegio, Ósver contó la misma historia a sus compañeros de clase durante el recreo. Algunos se asustaron, otros se rieron, pero uno de ellos le dijo:
—Cuando algo me asusta, prefiero ir a la calle a jugar Nintendo; así se me olvida todo por un rato.
—¿Nintendo? —preguntó Ósver —, ¿qué es eso?
—¿En serio no sabes? Son unos juegos con dibujos que salen en la tele y tú los manejas con un control. ¡Hay un montón de juegos diferentes!
—¿En qué canal de televisión pasan eso? —preguntó Ósver, completamente confundido, como si intentara descifrar un acertijo imposible.
—No, no es en la televisión. Es en una casa que está en la calle Lima, allí tienen televisores con un aparato que te permite jugar con un control, o mando. Cobran un sol la hora —explicó un compañero.
Después del colegio, ya en casa, Ósver le dijo a su abuela:
—¡Mamá Lucía, dame un sol para ir a jugar Nintendo!
—¿Ya hiciste tus tareas? ¡Recién llegas y ya quieres salir a jugar! Cámbiate, almuerza, ve a hacer tus tareas, y luego conversamos. ¿Quedó claro? —replicó la abuela Lucía.
Motivado por la promesa de su abuela, Ósver devoró su almuerzo en poco tiempo. En la sala, tiró la mochila sobre la mesa, esparció los cuadernos y empezó a escribir casi sin mirar, sólo para que la abuela le diera el dinero. Las matemáticas fueron un desastre; las fracciones le daban dolor de cabeza, así que llenó los huecos con números al azar. «Total, mi abuela solo estudió hasta quinto de primaria, y eso fue hace medio siglo atrás. Ya ni se debe de acordar», pensó, sin darle más vueltas.
—¡Mamá Lucía, ya terminé mi tarea!
La abuela Lucía se acercó y comenzó a revisar cuaderno por cuaderno, curso por curso. Alternaba su mirada entre los cuadernos y Ósver, que estaba nervioso, mordiéndose los labios y mirando al suelo, siguiendo las puntas de sus zapatos moverse sin control.
—Bien, todo parece estar en orden —le entregó el dinero—. No regreses tarde, tu abuelo llegará esta noche.
Ósver se puso sus zapatillas «Estrellitas», que eran las zapatillas de moda de los colegios a la hora de educación física, y se fue a la casa de Kike.
—¿Kike, conoces el Nintendo? —preguntó Ósver.
—El Nintendo, no, pero sí el Atari. Mis tíos tienen uno.
—¡Vamos al Nintendo de la calle Lima! —exclamó Ósver con ferviente emoción.
En el camino, mientras descendían por la calle Lima, Kike le relató a Ósver cómo era jugar con un Atari. Le comentó que los juegos favoritos de sus tíos eran Pacman y Pitfall, y que de vez en cuando le permitían jugar a él, pero que no había tenido la oportunidad de jugar con el Nintendo. El local era una casa donde habían acondicionado cinco televisores a color de distintos tamaños, desde catorce pulgadas hasta veintinueve pulgadas. Este último era el televisor más deseado por los niños y adolescentes. Ósver y Kike quedaron maravillados; habían llegado al paraíso, al dulce refugio después de una ardua jornada escolar. Sin perder tiempo, Kike, le dijo al dueño:
Editado: 02.12.2024