Por la tarde, Ósver preparó su mochila. Luego, su abuela lo llevó a conocer a la profesora Herlinda. Tras un breve intercambio de saludos, lo dejó para que comenzara las clases.
Ósver no imaginó que, al entrar en la sala, se encontraría con Adolfo y la pequeña Ailice sentados en una gran mesa. «¿Adolfo y Ailice en reforzamiento? Si ellos son inteligentes», pensó, mientras dejaba su mochila sobre el espaldar de la silla. Él se sentó junto con ellos en esa mesa redonda, pero ellos lo miraban con cierta apatía. Pues en la memoria de Adolfo y Ailice seguía fresca la escena cuando Kike dijo una palabrota. Ósver tampoco salía a jugar con ellos porque solo buscaba a Kike. Así que concluyeron que Ósver era igual que el otro «Chino de la cochera». De esa manera, los diferenciaban.
La profesora Herlinda hojeó los cuadernos de Ósver con una ceja arqueada y la boca torcida en un gesto que delataba su fastidio. Se detuvo en las figuritas pegadas en las tapas, como si fueran una herejía educativa. No tardó en ordenar que las quitara. Insistió en que debía forrar todos sus cuadernos con papel lustre, asegurándose de que usara Vinifan para sellarlos bien. Ósver, con la mirada baja, sintiendo el impacto de las miradas de Adolfo y Ailice, aceptó sin protestar.
Con el tiempo, Adolfo y la pequeña Ailice volvieron a hablarle a Ósver. Después de clases, solían ir al parque de la primavera a jugar. Un día mientras estaban sentados en el parque, Ósver les contó la leyenda urbana de la canción: La Macarena, con lujo de detalles y agregando más a la trama para asustarlos. Mientras tanto, a una cuadra de distancia se encontraba la estación de bomberos, donde iban a celebrar el cumpleaños del jefe de la estación. Para sorpresa de los tres niños, la primera canción que tocaron fue La Macarena. Los tres salieron corriendo, tapándose los oídos con las manos para no escucharla. Sin embargo, Ailice poco a poco se quedó rezagada, pues no corría tan rápido como Adolfo y Ósver debido a que era dos años menor. Adolfo continuó corriendo. Ósver retrocedió para tomarla de la mano y ayudarla a avanzar hasta llegar a sus casas.
Al día siguiente, por la tarde. La abuelita de Ailice buscó a Ósver en su casa, y le dijo:
—Jovencito, ¿tú eres el que acompaña a mis nietos a la casa de la profesora Herlinda?
—Sí, señora. ¿Por qué?
—Mi Adolfito se ha enfermado y no podrá ir a clases. Por favor, acompaña a Ailicita. Ella es pequeña para ir sola —explicó la abuelita.
—Está bien, señora. La acompañaré —aceptó Ósver, mientras Ailice lo miraba con los brazos cruzados.
Los dos avanzaron por la calle, con el sonido de sus pasos mezclado con las piedrecillas del asfalto. Ósver, mirando de reojo a Ailice, le preguntó:
—¿Qué le pasó a tu hermano?
—Anoche le dio fiebre. Creo que tanto pensar en La Macarena lo afectó —respondió Ailice.
—¿No te da miedo?
Ailice respondió de manera tajante, sin dudarlo ni un segundo:
—No.
En la casa de la profesora Herlinda, Ósver hacía sus tareas de tercer grado y Ailice las de primer grado, cada uno en su libro Coquito.
—Niños, me voy un ratito a pagar el recibo de luz y regreso. Sigan haciendo sus tareas —les dijo la profesora antes de salir.
Ailice terminó y comenzó a jalarle el libro a Ósver. Esos pequeños jalones constantes empezaron a irritarlo.
—¡Déjame en paz o te pinto la cara con el lapicero! —exclamó Ósver, agarrando el lapicero con el que pensaba pintarle la cara.
La obstinada Ailice agarró un plumón de la pizarra y le rayó el brazo izquierdo. El intentó alcanzarla, pero ella, al momento de correr, tomó una silla y la utilizó como obstáculo. Él tropezó, y ella aprovechó para llegar al baño y encerrarse.
—Ailice, ¿sabías que en el parque juegan los duendes? —dijo Ósver, tratando de asustarla.
—¡Y eso a mí qué me importa! —contestó Ailice desde el interior del baño, sentada en la taza.
—Porque cada vez que esos duendes juegan, se meten por la ventana de este baño. ¡Ja, ja, ja!
Ailice, nerviosa, se levantó de la taza y miró hacia la ventana que daba a la calle, frente al parque, y respondió:
—¡Eso no me da miedo! —replicó Ailice con una mentira.
—Pero los duendes entran al baño cuando uno les canta una canción —dijo Ósver, sonriendo mientras intentaba asustarla.
Ailice permanecía callada en el baño, hasta que Ósver comenzó a cantar:
—Dale a tu cuerpo alegría Macarena, que tu cuerpo es pa' darle alegría y cosa buena...
Ailice, desesperada, intentó abrir la puerta, pero Ósver, mientras cantaba, sujetó con fuerza la manija para evitar que ella la abriera. En ese momento, perdió el miedo a la canción que causaba furor en el mundo. La lucha era intensa: Ailice luchaba por abrir la puerta mientras Ósver luchaba por mantenerla cerrada. De repente, Ósver recordó un sketch de un programa de televisión llamado: «Los Pícaros», y le dijo:
—¿Quién soy yo? ¿Con quién estás? Responde.
Ailice, en medio de su lucha por abrir la puerta, comprendió la referencia, y respondió:
Editado: 02.12.2024