Game Ósver

El entrenamiento y una pelea diferente

Los tres se fueron caminando. Julius se puso la chompa del colegio para ocultar la mancha de sangre en su camisa.

En Moquegua, muchas casas antiguas tenían las puertas abiertas hacia la calle, protegidas por una mampara de madera; la casa de Julius no era una excepción. Al llegar a la puerta, Julius miró hacia adentro a través de la mampara, esperando evitar a su padre. Sin embargo, las cosas no salieron como él esperaba. Ósver y Kike le avisaron que su padre estaba bajando por la calle Lima. Don James al ver a los dos niños con su hijo, les preguntó:

—¿Son ustedes compañeritos de mi hijo?

—Sí, son mis compañeros, papá —respondió Julius, nervioso.

—Pero tú eres de otro colegio, nunca te había visto —dijo don James, señalando a Kike—. ¿Qué están tramando ustedes? ¿Qué ha pasado, hijo?

—No ha pasado nada, papá. Él se llama Kike, es amigo de Ósver y nos acompañó.

—Entonces, ¿por qué no me dijiste eso desde el principio? ¿Algo ha pasado, verdad?

Kike no soportó la tensión, y dijo:

—Señor, le han pegado a su hijo y no pudo defenderse.

Kike le explicó lo que había sucedido, y que Julius había quedado en pelear con su bravucón dentro de un mes. Al escuchar todo el relato, don James, con gran serenidad, le dijo a Julius:

—Vas a tener que pelear. Tienes un mes, hijo, está en juego tu honor.

—¡Pero papá!

—¡No hay peros que valgan, vas a dejar el apellido en alto! ¡Ahora tu entrenamiento será duro, representas al dojo! Por cierto, ¿saben dónde van a pelear?

—Nos imaginamos que en el mismo sitio, señor —dijo Ósver.

—No, ese sitio no es seguro. Será aquí, en el dojo.

—Pero señor, si usted va a entrenar a Julius, ¿el estará listo para una pelea real? Porque mis tíos dicen que los karatecas son pura finta y ciencia ficción —comentó Kike, suelto de huesos.

—¿Así?... ¿Quieres ser parte del entrenamiento? ¿Qué dices? De esa manera sabrás si tus tíos tienen razón o no.

—Iría solo para observar, señor —respondió Kike.

—Solo queremos ver cómo es una clase de karate —agregó Ósver.

—Mañana por la tarde los espero. Si son valientes, no faltarán —concluyó don James.

Al día siguiente, en el colegio, Castrol desde lejos amenazó con la famosa seña de cortar el cuello; se le podía entender entre labios que decía: «Te voy a matar». Julius lo miró de reojo, como quien observa a un perro callejero que ladra sin morder, y siguió su camino. Ósver, más impulsivo, le levantó el dedo medio, pero lo bajó al instante para que no se diera cuenta.

Por la tarde, Ósver y Kike estaban en el dojo. Julius, vestido con su karategi, esperó a que entrara su padre, quien llegó vestido como Sensei. Julius se levantó y le hizo una reverencia. Don James caminó hacia el centro, lo llamó y le dijo:

—Dame tu cinturón.

Julius se quitó su cinturón marrón y se lo entregó a su padre; este le dio un cinturón blanco.

—Comenzarás desde cero —le dijo don James.

Ósver y Kike miraban sentados como entrenaba don James a su hijo, pero notaron que Julius, con el karategi puesto, parecía otro niño; golpeaba fuerte el saco y gritaba con cada patada y puñetazo. Don James llamó a Kike, y le dijo:

—¿Quieres ayudar a Julius con su entrenamiento?

—¡Claro! ¿Qué tendría que hacer? —respondió Kike.

Don James le colocó unos cojines de golpeo en los brazos y piernas para que Julius golpeara; le explicó la rutina a Kike y él entendió. En pocas palabras, sería el saco de golpeo de Julius. Kike se posicionó y Julius comenzó a golpear los cojines con unos gritos ensordecedores. Ósver se quedó asombrado al ver que, con ese cuerpecito, Julius hacía retroceder a Kike. Los golpes de Julius eran fuertes y se sentían a pesar de que Kike llevaba puestos los cojines. «¿Por qué no golpeó así de fuerte a ese indio? ¿O acaso el uniforme tiene algún tipo de poder especial?», pensó Kike, apretando los dientes mientras los puños de Julius seguían clavándose en su cuerpo como si no hubiera barrera alguna.

—¡Basta! Tu turno, Ósver —dijo don James señalándolo.

—¿Eh?, ¿yo?, ¿por qué yo?

Ósver pesaba más que Kike, pero Julius logró hacerlo retroceder y doblarlo con los puñetazos y patadas en los cojines. «¡Kiai! ¡Kiai! y tsu, tsu», gritaba en cada golpe una y otra vez.

—¡Basta, suficiente! —dijo don James.

Ósver se sentó al lado de Kike, y le dijo:

—¡Esto sí que es otra cosa! Julius en su dojo es como un Street Fighter.

—Se parece a un mini Ken —comentó Kike.

—¡Silencio, nada de murmurar! ¡En este dojo se aprende disciplina! Ahora vas a practicar Ushiro Tobi Geri —dijo don James.

Ushiro Tobi Geri era una patada en salto de media vuelta que golpeaba con el talón. La primera demostración la hizo don James; con un gran grito de guerra marcial saltó y golpeó el saco; este se movió como si tuviera plumas en su interior. El grito fue aterrador para los dos chinos. «¿Mis tíos podrán ganarle a este señor?», pensó Kike, mientras don james hacia otras demostraciones.




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