Era 1994, un año esperado por el abuelo de Ósver, quien aguardaba con ansias la Copa Mundial de Fútbol en los Estados Unidos. Ósver estaba emocionado por ver ese torneo, puesto que había empezado a interesarse por el fútbol hace un año. En el colegio, sus amigos discutían sobre qué país ganaría la Copa: Brasil, Alemania, Argentina o Italia. Decían, sin rodeos, que Perú ni siquiera había clasificado por ser un desastre en las eliminatorias. Esto despertó en Ósver el deseo de ver el mundial. La fiebre mundialista se percibía en las calles y él experimentó por primera vez la emoción que envolvía al mundo cada cuatro años. Al salir del colegio compró sus figuritas para llenar su álbum del Mundial de Fútbol USA 94, y las pegaba mientras disfrutaba de los partidos con su abuelo.
—Papá Fernando, ¿a qué equipo apoyas?
―A la Argentina y a Brasil, pero ya eliminaron a la Argentina. Ahora solo queda Brasil. Han pasado más de dos décadas desde su último campeonato. Solo quiero que la copa se quede en Sudamérica.
Don Fernando había vivido las viejas glorias de Brasil bajo el mando de un joven Edson Arantes do Nascimento, conocido como «Pelé». Él anhelaba que Brasil se coronara campeón del mundo. Luego, llegó la esperada final entre Brasil e Italia. Ósver observó la desesperación de su abuelo cada vez que Brasil fallaba un gol, sobre todo uno que chocó contra el poste defendido por el arquero italiano Pagliuca. Durante la tanda de penales, la tensión alcanzó su punto máximo. Don Fernando se cubría los ojos en cada lanzamiento de Brasil. Sin embargo, toda la tensión llegó a su fin cuando Roberto Baggio falló el penal que consagró a Brasil como campeón del mundo después de 24 años. Nunca antes había visto a su abuelo tan eufórico; parecía un brasileño más. Por otro lado, para la abuela Lucía, por fin se acabó el suplicio de no poder ver sus novelas; de alguna manera, ambos celebraban el final del mundial.
A la mañana siguiente, en el colegio, los alumnos y profesores comentaban sobre la final de la copa del mundo. Todos querían ser Romario y Bebeto, la dupla goleadora del torneo. Los partidos de fulbito en educación física tenían un sabor diferente; eran intensos y siempre terminaban en penales. Estaba de moda ganar por penales, sin importar si había empate o no en el juego. Sin embargo, nadie quería ser asignado como Perú, ya que era sinónimo de derrota. Los que terminaban siendo Perú, de manera casi mágica, se desmoralizaban y perdían.
El Mundial terminó y la vida escolar de Ósver volvió a ser la misma: algunas tareas del colegio las resolvía, otras no. La vida parecía ser monótona después del Mundial. Sin embargo, eso cambiaría una semana después.
Durante el recreo, se podía escuchar a lo lejos el ensayo de la banda de música del colegio. Ósver y Julius comían sus papas rebozadas cuando decidieron ir a observar cómo los alumnos de la banda tocaban los instrumentos. El sonido era tan retumbante que sentían como si un caballo galopara en sus pechos; esa sensación les gustó.
—¡Guau! Tenemos que unirnos a la banda y aprender a tocar —dijo Ósver.
—Pero, ¿cómo podríamos hacerlo? Parece que ya están completos. Además, para ingresar ahí hay que ser parte de la policía escolar —dijo Julius.
—¡Mira, ahí está Edmundo! Vamos a preguntarle, quizás tengamos alguna oportunidad —propuso Ósver.
Edmundo, más conocido como: «el Gallinazo», apodo que heredó de su padre. Edmundo era el galán del salón, el más habilidoso con la pelota en los pies, el policía escolar y un estudiante promedio que, además, formaba parte del selecto grupo de la banda de música del colegio Médico Docente. Cuando la banda terminó de ensayar Ósver y Julius se acercaron a Edmundo, y Ósver le preguntó:
—Edmundo, ¿cómo podemos entrar a la banda?
Asombrado por la pregunta, los miró de pies a cabeza, y les dijo:
—Ustedes jamás van a poder ingresar porque tienen que ser policías escolares, y la verdad es que ustedes son unos revoltosos en el salón.
—Ya ves, mejor vámonos —dijo Julius.
—Espera un rato —dijo Ósver, y volvió a preguntar a Edmundo—: ¿En serio no hay alguna oportunidad?
—Ya les dije que no, pero si tanto les gusta escucharnos, nosotros ensayamos hoy en la tarde en el patio del colegio. Si desean, pueden venir.
El requisito principal para ingresar a la banda de música era tener una buena conducta. Los principales candidatos solían ser los brigadieres y policías escolares. Ósver y Julius no eran los más tranquilos del salón. Julius ya no era el mismo de años anteriores: el niño pequeño y tímido; había crecido y desarrollado una personalidad más relajada, dedicándose a las bromas. Por otro lado, Ósver también había cambiado; ahora era uno de los más traviesos en el salón. Ningún profesor se había abstenido de darle reglazos en las manos o en las nalgas; ya estaba curtido.
El profesor Carbajal, trompetista de profesión, era el encargado de la banda de música del colegio. Era alto, moreno y de escasa paciencia, tenía fama de gruñón. Sin embargo, de él dependía que trombones, trompetas, clarinetes, bombos, platillos, tambores y tarolas armonizaran para el beneplácito de los oyentes. Los ensayos de los alumnos de percusión y viento se llevaban a cabo en días separados. En la tarde, el profesor Carbajal dirigía a sus tamborileros en una nueva marcha musical.
—¡Carajo, no se equivoquen, marquen el paso! —gritó el profesor, visiblemente irritado.
Editado: 06.01.2025