Game Ósver

Una chica delgada y alta

Después regresó a su casa, se dio un baño y luego fue a la cocina| a servirse algo de comer. Al abrir la puerta, se topó con su padre, sentado ahí, inmóvil, absorbido en su periódico amarillista. No había mucho que hacer salvo soltar un saludo. Mientras servía algo en el plato, Ósver le dijo:

—Hola. ¿Qué tal?

—Bien, bien —respondió Lemuel sin levantar la vista del periódico—. Lo mismo de siempre, pura rutina.

—¿Nada nuevo? —preguntó Ósver, intentando sonar interesado mientras llenaba su plato.

—Nada que valga la pena mencionar —replicó su padre, sin despegarse de las páginas.

—Está bien. Hablamos después. Hasta mañana —dijo Ósver, llevándose su plato a la habitación con un dejo de hastío.

—Sí, sí —contestó Lemuel sin moverse.

Ósver sentía vergüenza de llamar a Lemuel «papá». A su padre tampoco le incomodaba que no lo llamara por ese título; él tampoco le decía «hijo». Ambos se trataban de esa manera. Era su propia forma de coexistir, una rutina patética que ya no les parecía extraña.

Al día siguiente, Kike fue a la casa de Ósver. Desde ahí, los dos se dirigieron al barrio Belén, se sentaron junto a la antigua casa de Kike, y esperaron a Edú.

—Por cierto, ¿por qué se mudaron ustedes de esta casa? —preguntó Ósver.

—La casona no es de nosotros, pertenece a un tío de mi mamá que nos permitió vivir ahí mientras cuidábamos la propiedad. Además, como es antigua, las paredes estaban debilitadas y ya no era segura, por eso nos mudamos —dijo Kike.

—Pero yo veo carros en la cochera —dijo Ósver.

—Sí, claro, la cochera sigue funcionando. Me turno con mi papá para cuidarla y, aparte, los vecinos de confianza ya tienen llave y pueden venir a sacar su carro cuando no haya nadie. Total, en Moquegua no hay ladrones.

Edú y su hermano menor, Cristopher, llegaron juntos.

—Nerito, ¿hoy pintamos? —preguntó Kike.

—No creo, hay que descansar por esta noche —respondió Edú.

Entonces, una chica delgada y alta, de cabello rubio y semirizado, subía por la iglesia Belén y pasó frente a ellos. Edú comenzó a piropearla con silbidos, y le dijo al resto:

—Está bonita esa flaca, no tiene mucho cuerpo, pero se nota que es chibola. Luego puede desarrollarse.

Ósver la observó; ese rostro le parecía conocido, pero no recordaba a quién. Kike lo miró, y le dijo:

—¿Te acuerdas de ella?

—Me parece haberla visto, pero no recuerdo dónde —respondió Ósver, observándola con detenimiento.

—De verdad, ¿no te acuerdas? Te doy una pista... Le di una golpiza a su hermano.

—¡Qué! No puede ser. Ella es, es...

—Sí… es Ailice —confirmó Kike.

—¿Qué le pasó? Ha crecido bastante.

—Y eso que no has visto a su hermano Adolfo, es un jirafón. Nosotros nos hemos quedado enanos —dijo Kike, soltando una risa baja mientras se pasaba una mano por el cabello.

La pequeña Ailice, ya no tenía nada de pequeña, se había convertido en una señorita alta y atractiva. Sin embargo, ella continuó su camino sin prestarles atención, giró a la derecha y subió por la calle Huánuco en dirección a la casa de su abuelita.

—¿La conoces, Chino Kike? —preguntó Edú.

—Sí, la conozco desde la infancia, y también Game Ósver la conoce —respondió Kike.

—Pero no los saludó —dijo Edú.

—Seguro que no nos vio —opinó Ósver.

—Si nos vio. Mientras subía, la vi mirándonos. Sabe bien quién soy yo y quién eres tú —dijo Kike—. Siempre ha sido así de altanera y distante.

Ósver no creía que Ailice fuera altanera y distante como decía Kike; él no podía aceptarlo.

—Seguro ha tenido la intención de saludar, pero como tú... —dijo Ósver, señalando a Edú con la mirada— ...le silbaste, con eso se molestó.

—A mí no me interesa. Vámonos a tu casa Nerito —dijo Kike.

Cuando llegaron a la casa de Edú, entraron a su cuarto donde encontraron un camarote y otra cama al costado. Los tres se acomodaron como pudieron y empezaron a hablar del tema más importante para los adolescentes: chicas.

—Nerito, ¿y cuándo vas a visitar a Evangelina? No me digas que todavía quieres regresar con Floralia, tu ex —dijo Kike.

—Nada que ver, esa flaca ya fue, pero Evangelina está buenaza. Y tú, Chino Kike, ¿cuándo te animas con Geraldine?

—No sé, creo que la próxima semana voy a buscarla. Siempre está con su mamá vendiendo salchipapas.

—Y tú, Ósver, ¿tienes alguna flaca por el norte? —preguntó Edú.

Ósver estaba pensativo, no prestaba atención a la conversación; su mente divagaba por otros rumbos.

—¡Hey, Ósver, te estamos hablando! ¿Qué pasa contigo? —preguntó Edú.

—¿Ah? Sí, dime, ¿qué pasó?

—Pregunté si tienes alguna flaca por el norte.

—Ah, no, ninguna.




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