Game Ósver

El primer día de clases

Tras despertarse, la pesadez había disminuido, pero a lo largo del día comenzó a intensificarse. Tuvo que informarle a su abuela y ella lo llevó al hospital del seguro. El médico general le dijo que la pesadez era por la compresión del nervio ciático a consecuencia de la mala postura y movimiento. Después de la consulta, le recetaron unos inyectables que le administraron en el hospital. Era domingo, y necesitaba estar bien para el día siguiente: su primer día de clases.

Se despertó en la madrugada, sintiendo la cadera algo pesada. Comenzó a hacer sus elongaciones y a prepararse, dado que esa mañana sería su primer día de clases y también estaba decidido a que fuera su primer día de pelea. Ósver había perdido el miedo a pelear hace años. Durante su estancia en Ica, había estudiado en diferentes colegios estatales conocidos por sus conflictos: quinto y sexto de primaria, y primero de secundaria. Ahí aprendió a dar y recibir golpes. Llegaba a la casa con la camisa rota y el ojo morado. Sin embargo, cuando su madre ganó un concurso para ser magistrado, se mudaron al norte, a la ciudad de Sullana donde asistió a un colegio particular. A pesar de ello, en ocasiones se veía envuelto en peleas. Ósver ya estaba curtido en las broncas escolares.

Ósver despejó cualquier miedo que un adolescente pudiera sentir en su primer día de clases en un colegio desconocido. Entró y se dirigió al patio del colegio. En las gradas, localizó a Adolfo rodeado de sus amigos. Sin titubear, frente a todos, le dijo:

—¡Oye, gringo, aquí estoy! ¡Ven y cuélgame de los huevos como decías! —Se colocó en posición de pelea—. ¡Vamos, te espero!

—¿Eh? ¿De qué diablos estás hablando? —dijo Adolfo, atónito y confundido—. ¡Estás loco, yo no voy a pelear contigo!

—El sábado en la discoteca, dijiste que me querías matar y que me colgarías de los huevos, eso es lo que les dijiste a mis amigos, ¿no te acuerdas?

Adolfo, aún más desconcertado, replicó:

—¡Alucinas! No sé de qué amigos me hablas. Yo no me he acercado a nadie, ni nadie se ha acercado a mí.

Ósver bajó la guardia, se tranquilizó y pensó: «Qué pendejo es ese negro Edú, me ha engañado». Recién entonces comenzó a recordar que Adolfo no solía pelear ni meterse en broncas. El último recuerdo que tenía de él fue cuando Kike, en aquellos días de infancia, le había propinado una golpiza por ser prejuicioso en el parque de la primavera. Ahora era un flaco desgarbado de un metro ochenta y cinco de altura; parecía haber experimentado un cambio significativo en su personalidad. Se le notaba sociable y tranquilo como un gato en la sombra, incluso parecía haber dejado atrás aquellos prejuicios que lo habían marcado en la niñez. La verdad era clara: Ósver se sintió como un idiota completo, ridiculizado frente a una figura que ya no tenía nada que ver con la amenaza imaginada.

El timbre sonó, y todos los alumnos de secundaria tuvieron que ubicarse en el patio del colegio para formarse. El ambiente estaba tenso; pensaban que Ósver, el alumno gordito que recién ingresó al colegio, iba a tener una pelea en cualquier momento con Adolfo durante la formación, pero eso no sucedió. Ósver se dio cuenta durante la formación que pertenecía a una sección diferente: él estaba en la sección «B», y Adolfo en la sección «A». Después que las parafernalias de la directora terminaron, los alumnos del cuarto grado de secundaria subieron a sus salones de estudio. Ósver sentía su cadera pesada al subir las gradas; estaba claro que, si la pelea se hubiera dado, él habría dado un espectáculo de flaqueza y desesperación, debido a que no estaba en condiciones de bronquearse con nadie.

Ósver escogió un pupitre en medio de la fila, pegado a la pared donde estaba la puerta del salón. De repente, una mano le tocó el hombro. Era un compañero que estaba sentado detrás, y le dijo:

—¡Qué pendejo eres! ¿Cómo vas a cuadrar al pobre gringo? El gringo no se mete con nadie; es más sano que un chicle sin azúcar en un cumpleaños.

Ósver había descartado cualquier posibilidad de acercarse a Ailice a través de Adolfo, un plan que al inicio había considerado. La mentira de Edú, en complicidad con Kike, había frustrado sus planes. Ósver se sentía abrumado; era su primer día de clases y no la estaba pasando bien. Los profesores soltaban sus lecciones como si fueran máquinas, y él apenas si reaccionaba. La mañana no avanzaba; cada minuto se sentía como una eternidad en un lugar donde él no quería estar.




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