Game Ósver

El huesero

Era domingo Ósver y Kike se sentaron juntos en la sala de espera. Eran los terceros que el huesero atendería.

—¿Cómo te fue ayer con tu amigo Édgar? —preguntó Kike.

—Nos enviciamos bastante con la PlayStation —dijo Ósver—, Ya le estoy ganando en varias oportunidades. Ah, sí, también me contó que su relación con Ailice no está pasando por un buen momento.

—Ves, esa huevona es jodida, se nota que es una caprichosa, tú estarás saltando de felicidad.

—Para nada. Bueno, nomás un poquito, pero estoy preocupado porque él se ha enterado de que alguien la molesta y no quiero que me descubra.

—¿Acaso serás el único que la molesta? Debe tener varios giles que están merodeando su esquelético cuerpo.

—Es flaca, pero no para tanto, no seas burlón —dijo Ósver, con tono serio.

—Ja, ja, ja, te enojaste. Olvídalo. Mejor cambiemos de tema. Te cuento que mi mamá ya obtuvo la aprobación del banco para financiar la compra de dos autos nuevos de agencia.

Don Pablo, el padre de Kike, era taxista y trabajaba para una empresa de taxis de la ciudad. Él quería independizarse y formar su propia empresa del mismo rubro, pero no calificaba para un préstamo. En cambio, su esposa, doña Magdalena, la mamá de Kike, gozaba de un sueldo estable y contaba con una buena posición frente a los bancos.

—En estos días mi tío me va a enseñar a manejar su Toyota Station Wagon —dijo Kike.

En eso, el Huesero dijo:

—¡El que sigue!

Ósver le explicó sus dolencias, y el Huesero comenzó a revisarlo. Luego, le dio un masaje seguido de diferentes tracciones. Sus huesos tronaban como los truenos de una tormenta embravecida. Después, le dijo:

—Tienes una ligera desviación en tu columna, pero no debería hacerte sentir agotado al caminar. Ahora, párate y camina.

Ósver caminó de izquierda a derecha y viceversa tambaleándose un poco.

—Te he tratado de alinearte lo mejor posible, pero sigues caminando en puntillas e inclinado hacia atrás. Nunca había visto algo así. Creo que no tiene nada que ver con huesos, ligamentos y tendones. Además, se te están atrofiando los muslos. Sería mejor que vayas a un médico, y te hagas unos análisis.

Era lo último que Ósver quería oír. No iba a cargar a sus padres y mucho menos a sus abuelos con su propia desgracia, así que apretó los dientes y se mantuvo firme en su absurda terquedad de evitar al médico. Después, se fue con Kike a la casa de Edú, buscando cualquier excusa para no pensar en lo que le estaba devorando por dentro.




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