Faltaban tres meses para terminar el año, y la directora del colegio estaba organizando el Baile de Primavera para toda la secundaria, que se llevaría a cabo en el patio del colegio. Estaban invitados desde primero hasta quinto de secundaria. No era como esos bailes de las escuelas norteamericanas donde tenías que conseguir una pareja de baile; todo era informal, como ir a una discoteca. A Ósver no le gustaban las discotecas, ya había tenido una experiencia traumática con una de ellas, pero como ese baile sería en el colegio, en un espacio abierto y sin luces, decidió ir.
El baile de primavera tenía fecha para el sábado; era viernes y Ósver sentía ansiedad. Las horas en casa resultaron eternas, así que por la noche se dirigió a la cochera donde Kike trabajaba. En la cochera, Kike le dijo:
—Vamos a ver a Edú, quizás ya se le pasó el mal humor.
Cuando entraron al complejo Belén, vieron a una pareja en arrumacos en la penumbra. El complejo Belén, siempre a oscuras, se había convertido en uno de los lugares favoritos para los amantes de lo prohibido. Mientras Kike y Ósver caminaban hacia la casa de Edú, escuchaban los besos apasionados, de aquella pareja, reverberar por todo el recinto. Christopher abrió la puerta y los hizo pasar. Edú estaba en su habitación. Kike al verlo le dijo:
—¿Ya se te pasaron los celos mi negrita?
Kike y Edú solían parodiar a los homosexuales, adoptando modos de hablar y gestos afeminados para burlarse de ciertas situaciones.
—¡Si, mi china, ya se me pasó! —exclamó Edú, en tono jocoso.
Edú ya había superado su enfado con Ósver por apostar contra su gallo, así como con Kike por haber elegido acompañar a Ósver a su casa. Sin embargo, la ira persistente de Edú estaba dirigida hacia el Chuncho Yáwar. Perdieron todos los gallos que el chaman había bendecido con su supuesta magia y, por cada uno de esos gallos, había cobrado quince soles. Ellos habían llevado quince gallos en total, lo que significaba que habían perdido un total de doscientos veinticinco soles. Edú y su padre se sintieron estafados después de esa noche, porque el único gallo que no fue bendecido por el Chuncho Yáwar, y que Cristopher había llevado al coliseo unas horas antes, resultó ser El Cabeza Rota, el cual salió campeón.
—¿Cómo te fue a ti con el Chuncho Yáwar? —preguntó Edú.
—Me dijo que me han hecho un daño, y cosas así —respondió Ósver.
—Antes te hubiera dicho «si tiene razón, hazle caso», pero ahora son puras mentiras, quiere sacarte plata.
Ósver no les contó que había preguntado sobre los amarres, ya que, al ser estafado Edú, se dio cuenta de que todo lo que hacía ese chamán era un fraude. Ya era tarde y Kike tenía que regresar a la cochera. Ósver también se iba a su casa. Ambos salieron de la casa de Edú y al retornar por el mismo camino, la parejita de enamorados ya no estaba en ese lugar. Continuaron caminando y, a unos diez metros antes de llegar a la puerta del complejo Belén, vieron a Édgar que salía del complejo con una chica que no era Ailice. Édgar y esa chica habían sido la pareja que Ósver y Kike habían visto hace unas horas en arrumacos apasionados.
—Ves, huevón, ese cojudo es una cagada —dijo Kike, soltando una risa amarga mientras sacudía la cabeza—. ¡Yo sabía que era mujeriego!
—No sé, quizá ya terminó con Ailice y está con otra. Hace días que no lo visito —respondió Ósver, consternado, pero aún confiando en Edgar.
—No seas ingenuo —insistió Kike con una sonrisa sarcástica—, ese cojudo está que le pone los cachos.
—No lo puedo asegurar. Ella estaba rara e indiferente con él. Quizá ella le terminó y ahora Édgar está con otra. Lo visitaré mañana temprano antes de ir al baile de primavera.
Ósver visitó a Édgar por la mañana con la excusa de jugar un rato a la PlayStation.
—Pasa, amigo, llegas en el momento más indicado. Quiero que me ayudes con una hembrita que acabo de conocer —dijo Édgar, entusiasmado.
—¿Y qué pasó con Ailice? ¿No siguen juntos? —preguntó Ósver, sorprendido.
—Claro que sigo con ella, pero ¿somos hombres o no? —respondió Édgar, encarándolo—. Además, se ha vuelto fría conmigo. Imagínate, que hasta ahora no la he podido llevar a la cama; es terca la narizona.
«Kike tenía razón», pensó Ósver. Pero le venía como anillo al dedo que ellos terminaran; así tendría una oportunidad. Suspiró, y le dijo:
—¿En qué te puedo ayudar, mi querido amigo?
—¿Todavía la casa de al frente es de tus abuelos? —preguntó Édgar—, porque la semana pasada vi a tu abuelo entrar y salir con algunas cosas.
Los abuelos de Ósver todavía tenían la casa en la calle Huánuco, pero estaba deshabitada, sucia y llena de cachivaches. Don Fernando iba de vez en cuando a la vieja casa de adobe; aún había objetos antiguos que deseaba rescatar y los llevaba a la casa nueva. Pronto mandaría a demoler esa antigua residencia y vendería el terreno. Por supuesto, la idea de vender esa casa para Ósver era como vender sus recuerdos, su identidad. Ósver quería construir una nueva casa y formar una familia, si era posible, una familia con Ailice. Sin embargo, para eso, Ailice tenía que romper con Édgar.
Editado: 06.01.2025