Game Ósver

Una verdad espeluznante

Al día siguiente, Ósver se había empeñado en sorprenderla con un regalo y, por primera vez, pensaba entregarlo en persona. Se fue en un taxi que lo llevó hasta una tienda de peluches en el bullicioso centro de la ciudad. Con el bastón en mano, se dirigió al señor de la tienda y señaló el Tigger que descansaba en un mostrador. Ósver, enternecido y orgulloso, pensó: «Así, el Tigger acompañará al Winnie Pooh que le regalé». Su mente ya se imaginaba la sonrisa en el rostro de ella. Pero la realidad tenía otros planes. Mientras se acomodaba en el asiento del taxi, a mitad de camino hacia su casa, Ósver vio a Kike saliendo de una heladería. Sin pensarlo, bajó el vidrio para saludar a su amigo, pero el saludo se quedó atrapado en su garganta cuando Ailice salió del mismo lugar, y Kike, sin ningún titubeo, le tomó de la mano. Ósver sintió que el aire se le escapaba, como si lo hubieran golpeado directamente en la boca del estómago. La visión fue tan inesperada y devastadora como un derrumbe de montaña, el tipo de colapso que arrastra todo a su paso y deja solo escombros. La traición de su mejor amigo, a quien consideraba como un hermano, era un golpe bajo del que no sabía si podría recuperarse. El taxi pasó lentamente frente a ellos, pero Ósver se sentía invisible, atrapado en un universo paralelo donde el dolor se volvía tangible. El peluche que sostenía en sus manos, una simple muestra de su inocencia, parecía burlarse de su ingenuidad. La cruel ironía de la vida se mostraba con una claridad mordaz, tan despiadada como la enfermedad que lo consumía.

En su habitación, Ósver se sentía engañado al descubrir una verdad que le parecía tan improbable como beber agua de los mares de Titán, pero con el mismo desenlace inevitable: la muerte. Esperó a que pasaran las horas, anhelando una conversación con Ailice que prometía ser tan devastadora como una tormenta.

Cuando ella llegó, Ósver disimulaba su desasosiego con la misma precisión con la que se oculta un secreto sucio. Ailice lo condujo a la plaza de Armas del distrito de Samegua, donde se sentaron en una banca, y entonces, con una calma calculada, le soltó la verdad:

—Tengo que decirte algo importante. Sí, tengo tu peluche, pero nunca me lo entregaron de parte tuya. Cuando Kike me persiguió hasta la casa de mi abuelita, me dijo que el regalo que llevaba era de parte de él, pero aun así lo rechacé. Cuando yo acompañaba a mi papá a dejar su carro en la cochera del señor Pablo, Kike siempre estaba ahí, insistiendo en que fuéramos «amigos secretos». No entendía por qué quería ser mi amigo en secreto, pero al final, acepté. En ese momento, mi enamorado era Édgar, como ya sabes, y Kike me dijo que Édgar me pondría los cuernos porque tú se lo habías dicho. Quise comprobarlo, así que esa noche Kike tocó la puerta y se fue corriendo a esconderse en la esquina. Yo esperé frente a la casa de mi abuela hasta que Édgar salió, seguido de la otra chica. Después de terminar mi relación con Édgar, Kike me preguntó si quería ser su enamorada. Al principio le dije que no, pero con el paso de los meses, insistió tanto que terminé por aceptarlo. Fue entonces cuando me entregó el peluche de Winnie Pooh. Desde esa fecha hasta ahora, con sus rupturas y reconciliaciones, hemos sido pareja.

Ósver se sintió como si el mundo entero se hubiera desplomado sobre sus hombros, arrastrándolo hacia un abismo de traición y desilusión. La revelación de Ailice era como una puñalada en el corazón, una verdad cruelmente expuesta con una frialdad que solo podía igualarse a la brutalidad de su enfermedad. Las piezas del rompecabezas encajaban de una manera despiadada, y todo lo que había sido oscuro y confuso ahora brillaba con la claridad del sol mismo. Las preguntas sin respuesta se disipaban, pero solo para revelar un panorama aún más sombrío: ¿Por qué Kike ya no estaba tan grosero? ¿Por qué ya no quería estar con Edú y otras chicas? ¿Por qué a Kike no le gustaba hablar de Ailice frente a Ósver? ¿Por qué kike estudió fisioterapia? Claro, el rostro paralizado y semi torcido de Ailice le decía la respuesta. Una verdad espeluznante, tan aguda y precisa como una katana japonesa, que cortaba a través de la fantasía, dejando solo la crudeza de la realidad.

—Él me dijo que tú eres su mejor amigo. También me contó sobre la distrofia muscular que padeces. Además, Kike, no quiere que sepas que yo soy su pareja. Le preocupa tu reacción debido a tu enfermedad —dijo Ailice.

—Dime ¿Kike también te da terapia? —preguntó Ósver.

—Lo hacía antes, pero ya no. Nuestra relación no está en su mejor momento. Aunque Kike me lleva a almorzar, me invita a cenar y me toma de la mano, siento que las cosas ya no son como solían ser.

Ósver había vivido engañado durante muchos años. Kike se había aprovechado la ingenuidad y cobardía de Ósver para él llevar a cabo su plan tras bambalinas y poder conquistar el amor de Ailice. Sin embargo, las últimas palabras de Ailice le dieron esperanza. Ósver siguió preguntando:

—¿Qué te decía Kike de mí cuando éramos adolescentes?

—Que te siguiera ignorando y que ni me atreviera a mirarte, cosas así —dijo Ailice.

Una cólera se le metía por las venas hasta alcanzar su cabeza. Sin embargo, trató de controlarse y, con un esfuerzo doloroso, continuo:

—Sácame de una duda que me ha perseguido por años. Cuando yo estaba en cuarto de secundaria, ¿tú asomaste la cara por la ventana para verme?

—Ah, sí, lo recuerdo —dijo Ailice con una sonrisa vergonzosa—. Pero fue porque me dabas curiosidad. Quería saber quién era el que llamaba a mi casa hasta en la madrugada. Además, eso fue antes de estar con Kike.




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