Haylin: A través de tu piel / Saga Haylin #1

CAPÍTULO 5

Haylin

Camino con pesadez sobre Central Park. Mis ánimos están por los suelos. Anoche no logré pegar ojo después de aquella horrible pesadilla. Nata estuvo conmigo después de ello. Tuve que contarle la razón por la que reaccioné así estando con Kerian y también le hablé de mi extraña pesadilla. Nata me dijo que sospechaba de lo que había sucedido ayer y en cuanto a lo de la pesadilla, dijo que no le prestara atención, que no me atormentara por ello. Luego de hablarle de todo, le pregunté qué tal había ido la cita con Anton. No respondió nada, y creo que no fue necesario porque, su cara me lo decía todo: le fue pésimo. Después me expresó con cara de frustración que el tal Antón era casado y tenía un hijo. ¡Vaya! ¡Pobre de Nata! Tanto que le había costado intentar salir con él y luego resulta que el muy cabrón le sale con que es casado.


Hoy me he levantado más temprano de lo normal y lo único que he probado ha sido un delicioso cereal de chocolate. Es mi favorito y ni siquiera lo comí con ganas. Amanecí tan abrumada y traumada por la pesadilla, que no tenía apetito de nada. Sólo había pasado una vez antes de venir a New York, específicamente en Atlanta, cuando lo tenía en mi cabeza, tan reciente y claro. Cuando desperté, Nata ya se había ido a su turno de doce horas como enfermera en un hospital cercano de Manhattan. No sé por qué se lo toma tan a pecho. Debería tomárselo con calma. Aunque explica que lo hace por ganar más dinero. Sólo por esa razón no la juzgo; cualquiera lo haría.


Resoplo con hastío, espero que el día de hoy no esté tan cargado de citas. "Espero que lo de ayer no me afecte" pienso y una sonrisa de vergüenza se extiende por mi rostro. Kerian... Cuando comienzo a pensar en él me entra de todo. ¿Cómo logra provocarme eso si apenas le conozco? Me pregunto vagamente qué estará haciendo en estos momentos. Mientras imagino lo que puede estar haciendo, mi mal humor desaparece y de repente siento todo el ánimo del mundo para ir a trabajar.


                                                       ***


—Buenos días Gina, ¿cómo has amanecido? —le pregunto sonriente mientras entro al edificio.


—Bien doctora Cooper. Gracias —responde afable y levanta una ceja al ver mi cara iluminada. Sé que quiere preguntar el porqué de mi sonrisa, pero no lo hace. Hoy Gina va muy bonita: su cabello castaño va suelto y le cae en suaves ondas por los hombros. Lleva una blusa blanca de manga larga con una falda plisada en negro, igual que la mía. Sólo diferimos en la blusa: la mía es lila y de manga corta.


—¿Hay algún cambio para hoy, Gina? —Averiguo mientras saco mi libreta de apuntes.


—Sí doctora. Como hoy sólo tenía dos citas por la mañana, decidí reprogramar las tres que canceló ayer para la tarde de hoy, ya le he avisado a cada uno del cambio con antelación, de eso me encargué ayer y, además, agregué de imprevisto una más para las cuatro de la tarde porque parecía urgente y como por la tarde casi no tiene citas… —murmura mirando con atención su ordenador. Se inclina más y frunce el ceño— esta última que agregué es de un joven discapacitado que, al parecer, sufre de una seria depresión... su nombre es Kerian Grayson —me explica—. ¿Está de acuerdo con los cambios doctora? —Me mira con cautela.


Antes de continuar apuntando los cambios, frunzo el ceño y me detengo de golpe al escuchar su nombre. Mi corazón se detiene y dejo de respirar. ¡Mierda! ¿Kerian? ¿Por qué no me dijo que iría a un psicólogo? "Haylin, lo conoces desde ayer, no te iba contar sus planes a una desconocida" dice sarcástico mi subconsciente. Ahora, mi estado de ánimo ha caído por completo. Lo que deseo en estos momentos es desaparecer. ¿Cómo reaccionará al darse cuenta de que la persona que le ayudó y que le confió una parte delicada de su vida ayer es una psicóloga? ¿Pensará que le ayudé sólo porque era mi deber? Pensar en eso me deprime. La que habló ayer con Kerian lo hizo con el corazón, porque quería; de eso estoy totalmente segura. En estos instantes, no sé cómo reaccionará ante lo que soy y si nuestra naciente amistad continuará.


—Doctora, ¿le parece bien? —Pregunta nuevamente, sacándome de mis pensamientos.


—Sí, Gina. Gracias —le respondo tratando de aceptar la notica que acabo de recibir.


Sin previo aviso, a comienzo a caminar más rápido de lo normal hacia el consultorio; casi corriendo. Mis tacones pujan con fuerza contra la cerámica. Siento la mirada confundida de Gina detrás de mí. No me importa. Abro la puerta, la cierro de golpe, me recuesto sobre ella y expulso el aire que llevaba conteniendo. ¿Ahora qué hago? ¿Qué le digo? Y, sobre todo, ¿cómo reaccionará él? Un tremendo dolor de cabeza comienza a punzarme y, desde ese momento mis nervios incrementan al punto máximo de acabar con mi cordura.




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