Héctor repasaba los planos una vez más. Odiaba el campo y quería marcharse de Hawaii cuanto antes. Sin embargo, para eso tenía que convencer a los propietarios de los terrenos que le faltaban por comprar.
—Solo míralo, Phil —el griego apartó la vista del periódico cuando escuchó aquella voz infantil femenina. Entonces se encontró con dos niños frente a él, mirándolo de pies a cabeza como si lo evaluaran y al mismo tiempo cuchicheaban entre ellos—. No sonríe y viste de negro. ¿Por qué viste de negro, señor? ¿Se ha muerto su perrito también?
Héctor miro hacia los lados más de una vez para comprobar que la niña le hablaba a él y no a alguien más.
—¿Me hablas a mí? —le preguntó.
—¿Y a quién más? —la niña bufó mientras se soplaba el flequillo que me caía en la cara—. ¿Ves a alguien más aquí? También es medio tonto, Phil. No nos sirve.
Héctor frunció el ceño y no supo por qué sintió curiosidad por la pareja de pequeños. No debían de pasar los seis años y aún así, al menos la pequeña, hablaba como si tuviera treinta.
—¿Y para qué no sirvo si se puede saber, señorita? —preguntó de repente sin saber bien por qué hacía tal pregunta.
—Para esposo —respondió la pequeña. Parecía que ella era la que llevaba la voz de canto de los dos pequeños.
—¡Ah, caramba! —Héctor quiso reír, pero simplemente no le salió y eso le perturbó. Llevaba tanto tiempo sin reir que probablemente sus músculos no se acordaran de cómo hacerlo—. ¿No me diga que está usted buscando esposo tan joven, señorita?
—Para mí no, tonto —la niña volvió a bufar—. ¿Estás loco? ¿Cuántos años crees que tengo? ¡Yo soy una niña!
—Puedo verlo —murmuró el griego por lo bajo con buen humor.
—Es para nuestra mamá —el niño habló por primera vez—. ¿Quieres casarte con nuestra mamá?
Héctor se recostó sobre su silla y miró divertido a los hermanos. Aunque no eran idénticos, podía adivinar que eran gemelos.
—Bueno, eso depende de muchas cosas. Veamos —sin saber el motivo, le apeteció conversar con los niños y extendió una silla a cada uno—, siéntense a la mesa y vamos a discutirlo.
—¿Dicatislo? ¿Y eso qué cosa es? —la pequeña que era más avispada preguntó con el ceño fruncido mientras su hermano miraba a Héctor con demasiado interés. Como si el griego acabara de decir que tenía super poderes o hablaba con los animales.
—Discutirlo —la corrigió el griego—. Significa que Me van a decir por qué buscan esposo para su madre y yo decidiré si acepto la propuesta o no.
—Pospueta, ¿qué es eso? ¿Por qué hablas tan raro? —volvió a saltar a preguntar la niña—. ¿Tienes algo en la lengua?
—Aaaaaah —intervino el niño por primera vez—. Seguro te quemaste la lengua por robarte las galletas recién sacadas del horno. ¿A qué sí? A mí me pasa cada vez que mamá hace galletas. Mamá me regaña, pero es que no me puedo aguantar.
—Eso es porque eres un glotón, Phil —le señaló su hermana.
A Phil se le pusieron las mejillas coloradas de pronto y aunque Héctor era consciente de que la niña aquella de lengua afilada llevaba una corrección, la escena le causó gracia y lo dejó pasar. De todas formas, no eran hijos suyos para andar regañando o corrigiendo.
—No tengo la lengua quemada, hablo diferente porque no soy de Estados Unidos, sino de Grecia.
—¡Vayaaa! —exclamó Phil tan asombrado como fascinado, al contrario de su hermana que parecía impaciente y lo dejaba notar mediante resoplidos—. ¿Y dónde queda Grecia?
—Cruzando el océano. Muy lejos —responsió Héctor.
—¿Más lejos que Nunca Jamás?
—Mucho más lejos —volvió a responder, divertido con la fascinación del niño. Eso le hizo preguntarse muchas cosas, la principal incógnita era... ¿era ya tiempo de pensar en buscar una esposa y tener una familia?
No estaba seguro, porque al tener una familia tendría una debilidad y sus enemigos podían aprovecharse de eso. Héctor tenía una misión en la vida, un plan de venganza que apenas había iniciado.
—Mejor vámonos, Phil —diho la niña entonces poniéndose de pie para ir hasta su hermano y tirar de él para que la siguiera—. Este señor es muy estirado para mamá y te apuesto a que no jugará en el barro con nosotros.
—¿Por qué? —la ilusión de Phil se desinfló como un globo pinchado.
—Porque es tonto —reapondio Au hermana.
—Oye, jovencita maleducada, que tengo un nombre y es Héctor —saltó el griego de repente. No supo por qué de un momento a otro se sintió irritado.
—¡Ja! —la niña se rió mientras torcía los labios en una mueca que se le hacía extrañamente conocida—. Incluso tiene nombre de tonto. Vámonos, Phil.
Los pequeños se perdieron del local corriendo por entre las mesas y Héctor simplemente se quedó ahí, tieso como una estatua. ¿Qué acababa de pasar?
'Pues que una niña te acaba de dejar en ridículo ', le respondió su conciencia.
¡Una niña! ¡De seis años como máximo!
Aquello era lo más absurdo que le había pasado en mucho tiempo. Sin dudas aquellas tierras estaban llenas de sorpresas.
De repente se preguntó por la madre de los niños. ¿Qué clase de mujer había concebido y educado a semejantes dos especímenes?
Héctor sonrió y apartó a un lado el café ya frío, sin muchas ganas de volver al periódico. Algo le decía que conocería a la tan mentada muy pronto.
Entonces, como si la hubiera llamado con el pensamiento, escuchó una voz femenina a sus espaldas.
—Disculpe, señor, he visto que mis hijos lo molestaban hace unos minutos —hablaba la mujer un poco nerviosa y a Héctor se le escrisparon los vellos de la piel, porque tenía la sensación de haber escuchado esa voz antes—. Lamento mucho las molestias, son muy traviesos y...
En cuanto Héctor se dio la vuelta para mirarla a los ojos, ella enmudeció y él se quedó de piedra sin saber que hacer tal vez por primera vez en su vida.
A Héctor su instinto no me había engañado, conocía a esa mujer... y muy bien.