Después de pasar dos días más junto a los pequeños gemelos y a Nicole, Héctor ya no quería ni siquiera tener que irse al hotel y buscaba cualquier excusa para seguir junto a sus hijos, no se sentía cómodo lejos de ellos y eso le empezaba a preocupar.
Una mañana, mientras la hermosa mujer que le había dado dos hijos preciosos se alistaba para irse a trabajar, cosa que aún no terminaba de parecerle bien al griego, cuando justo entró en su habitación con todo el derecho que nadie le había dado.
—Pero, ¿cómo te atreves?
Nicole se cubrió con una pequeña toalla su torso desnudo mientras Héctor trataba de bajar el nudo en garganta que se le hizo al verla.
—No hay nada que tengas novedoso para ver, pequeña Hudson —el griego disimulo su deseo con una pequeña dosis de cinismo, pero no podía dejar de mirarla—. Te recuerdo que tú solita me ofreciste todo eso en su día.
Para ella aquellas palabras eran ofensivas y solo tenían como finalidad hacerla sufrir. No podía saber que para él, en lo más profundo de su alma, solo había una intensa necesidad de ocultar sus verdaderos deseos.
—Eres un idiota que he tenido la desgracia de conocer, Héctor Petropoulos —espetó Nicole poniéndose la camisa de su uniforme—, y eso me repito a mí misma cara vez que te miro y me sueltas una de las tuyas.
Cada gesto que ella hacía a Héctor lo volvía loco. El deseo iba aumentando peligrosamente cada segundo que aquella descarada mujer le retaba y decidió irse por otro camino o aquello acabaría mal.
—Lo que tú quieras, pero los dos sabemos que puedo verte cuanto quiera porque es parte del trato —utilizó su frialdad como escudo—. Así que deja de poner pegas y escúchame.
Nicole no daba crédito a los cambios bruscos de actuar de aquel hombre. Terminó de ponerse la ropa con el invasor delante y entonces se percató de algo que la hizo saltar a la defensiva...
—¿Cómo entraste aquí? —preguntó de repente. Vivían en la misma casa, mas no compartían habitación. ¡Ni en un millón de años!—. ¿Los niños te abrieron?
Su indignación iba en aumento. Ahora sus propios hijos se saltaban las normas para beneficiar a su ‘nuevo’ padre. Menudas fierecillas tramposas.
Dayana y Phil siempre habían sentido la necesidad de tener un papá, y muy a su pesar… ahora que lo tenían no iba a ser fácil alejarlos de él por mucho que aquello fuera dañino para ella.
—Me he hecho una copia de tu llave —se le abrió la boca cuando oyó la respuesta del padre de sus hijos —. En esta casa viven mi mujer y mis hijos, es lo justo.
—Yo no soy tu mujer.
—Eres mucho más que eso… ¿También necesitas que te refresque la memoria?
Cada segundo que pasaba ella se incomodaba más
Sus manos subieron a cubrirse el rostro de la impotencia, gesto que a él, le pareció perfecto para su empeño de sacarla de quicio.
—Necesito que hagas esta situación lo más llevadera posible, Héctor. Por los niños.
—Pues lo llevas claro —se burló él—. Tú me debes mucho, Nicole. Me debes cinco años.
—¿Hasta cuándo me lo vas a reclamar? —cuestionó ella desesperada y al mismo tiempo harta de escuchar el mismo cantico de todos los días—. ¡¿Hasta cuándo me lo vas a cobrar?!
—Hasta que la deuda esté saldada, hasta que tú y tu familia conozcan las consecuencias de haberse metido en mi camino —el griego le reclamó con tanta pasión al recordar el pasado y su deseo insatisfecho de cobrar venganza a los Hudson—. Te lo advertí, pequeña Hudson. Tú calvario apenas comienza.
—Eres despreciable.
—Podría decir lo mismo de ti —refutó Héctor.
—Te odio.
—Ambos sabemos que mientes —volvió a replicar—. Cámbiate de ropa. He venido a llevar a los niños a hacer una revisión médica.
—Los niños están perfectamente de salud. Dame mis llaves.
Ella trató de tomar el juego de llaves que él poseía pero no consiguió mucho, aquel hombre era alto, fuerte y esquivo… solo se puso demasiado cerca de él y un poco más.
—En el informe para cerrar el caso de reclamación y hacer el cambio de apellidos y demás es un requisito.
—No puedo creer que me esté pasando esto.
En medio de la desesperación por toda aquella situación que la superaba, Nicole no tuvo más opción que ceder. Si seguía dejando que el tiempo pasara a solas con aquel hombre, las cosas podían ser todavía peores. Estaba demasiado cerca, demasiado guapo y era demasiado canalla como para estar segura en unos pocos metros cuadrados cerca suyo. A solas.
Héctor en cambio no sabía por qué, pero no quería que el tiempo se agotara a su lado, no quería dejar de ver cuánto la afectaba con su presencia... y luego se dió cuenta que la cosa iba de viceversa también. Contra su voluntad, los dos estaban locos el uno por el otro y empezaban a notar que estar a solas, discutir y luego guardar silencio, era antónimo de razón.
—¿Contento ahora?
Habían pasado unas horas desde que habían salido a hacer los exámenes
Ella había perdido medio día de trabajo en tanto él tenía solo una parte de lo que quería, pues aún no mencionaba lo otro que esperaba.
Le quitó los resultados de las manos a la chica y los niños corrieron dentro de su casa repletos de golosinas que su ‘nuevo’ padre les había comprado para llevarle la contraria a su madre.
Menudas piezas.
—Agradecido de que sean unos niños sanos —respondió entrando dentro de la casa y cerrando la puerta detrás suyo.
—Ya te lo había dicho.
—Quiero que dejes ese trabajo, Nicole.
Aquella orden sonó a decreto lanzado contra ella a quemarropa.
Nicole se detuvo en el sitio y al instante, se dió media vuelta para encarar al atrevido griego y este se acercó lo bastante como para demostrar que ella no lo intimidaba.
—No me interesa lo que tú quieras. No pienso dejar que controles mi vida, Héctor. No con esto.
—Yo ya te he dicho lo que quiero —expresó con claridad—. Tu solo tienes que dármelo. Y no olvides que esta casa es temporal. En cuanto termine los negocios que me han traído a este pueblo, tú, los niños y yo nos vamos a vivir a Washington… como una familia feliz.