Sonia
Me sumerjo en un sueño corto. No veo imágenes, solo me parece como si se escucharan voces a lo lejos a través de un sueño. Hace calor, una gota de sudor corre por la sien desde la frente. ¿Debajo de la mejilla está mojado, o es que estoy llorando en sueños?
Abro los ojos y me doy cuenta de que no duermo, y las voces suenan más allá de la puerta de mi habitación. Una de ellas pertenece a Anna Anatolyevna, y la otra...
Me estremezco bajo la manta delgada. Acabo de sentir calor y ahora tengo escalofríos. Es la voz de Rustam, y hace que se me ponga la piel de gallina.
— Ella es mi esposa, — su voz grave y ronca suena como un eco en mi corazón. — ¡Quiero verla!
— Sonya está durmiendo, no debe ser molestada. No puedo dejarle entrar, — responde la doctora cortésmente, pero con firmeza.
—Ahora llamaré al médico jefe del hospital, —reconozco el modus operandi de mi marido. Inmediatamente presiona, ataca como un tanque. Son pocos las personas que pueden contraatacar. Pero parece que Anna Anatolyevna es una de ellas.
— Llame a la organización mundial de la salud si quiere. Yo dirijo este Departamento, y usted tendrá que coordinar la visita a los pacientes de la sala conmigo, Rustam Usmánovich.
— Vine para llevarla a una clínica privada. Usted no puede impedirme hacer esto, — se escuchan notas de acero en la voz de Aidarov. Eso es muestra de que está furioso.
— No puedo, — pero Anna Anatolyevna está tranquila como una boa, — pero su esposa puede hacerlo. Sí, no me mire así. Sofia Aidarova firmó un consentimiento voluntario informado para el diagnóstico, tratamiento y cirugía en nuestro hospital. ¿Quiere que le muestre el documento?
— ¡Quiero verla a ella! — dice Rustam entre dientes.
— Mire, — me parece verla como cansada se frota las sienes, — tenga piedad de Sonia. Ella perdió a su bebé. Y aunque no es asunto mío, le diré que usted lo hizo todo muy bien para que así fuera.
— Exacto — resopló Rustam con dureza y entrecortadamente, — esto no es asunto suyo. Tengo que verla, ¿qué no está claro?
Dentro de mí todo se resiste desesperadamente. No puedo imaginarme cómo podré mirarlo a los ojos después de todo lo que oí de su amante. Qué sensible y cariñoso es. Como la mima y tiembla por su hijo.
Y al mismo tiempo, en algún lugar en el fondo del alma, todavía hay esperanza de que todo esto sea una especie de malentendido monstruoso.
Esto no pudo sucederme a mí. pudo sucederle a cualquiera, pero no a mí. No a nosotros.
— Yo no puedo dejarlo entrar sin el consentimiento de su esposa, — Rustam Usmanovich. Y ella no dio su consentimiento para su visita, — Anna se mantiene firme.
— Fue ella... — la voz de Aidarov se entrecorta, pero mi marido se recompone rápidamente,—¿ella dijo que no quiere verme?
— ¿Y usted qué piensa? — la respuesta de la jefa de departamento no suena menos amarga. — La situación que se ha creado dista mucho de ser lo que toda mujer sueña.
— Dígame, —la voz de Rustam cambia por un momento, y me parece que puedo percibir desesperación en ella—, ¿no se podía haber hecho nada?
Pero mi Anna parece ser de pedernal.
— No. Por desgracia.
Y esto suena tan espeluznante y seguro que, asustada agarro mi vientre con la mano. No puedo imaginar ni por un segundo que no tengo a mi hijo.
He estado soñando con él durante tanto tiempo, Rustam y yo soñábamos juntos. No hace mucho, apenas un mes, íbamos paseando con él por un centro comercial, y a nuestro encuentro llevaban a un bebé en un cochecito. Era tan divertido, con hoyuelos y las mejillas regordetas. Le sonreía a todo el mundo, mostrando sus dientes que comenzaban a crecer, y era sencillamente imposible pasar de largo indiferentes.
Rustam fue el primero en detenerse, tiró de mi mano. Ambos nos detuvimos y admiramos al bebé por un tiempo. De repente, mi marido me atrajo hacia sí, me abrazó y dijo a la altura de mi coronilla:
— Nosotros también tendremos uno así, Sonia, ya verás. Parecido a ti, con los mismos hoyuelos.
Ahora esos recuerdos hacen que se me dificulte la respiración.
Él lo sabía. Sabía que tendría un hijo. Pero no conmigo, sino con Lisa. ¿Por qué habló así entonces? ¿Sólo para consolarme? ¿O calmarme?
Presto atención, detrás de la puerta hay un silencio absoluto. Rustam se fue. ¿Por qué vino?¿qué esperaba escuchar? ¿Que tuve un ataque de amnesia y no recuerdo nada? ¿O que no lo reconocí cuando salí del baño con la taza lavada?
En el pasillo se escuchan pasos, y Anna Anatolyevna entra en la habitación.
— ¿Estás despierta? ¿Cómo te sientes?
Yo me encojo de hombros. Si digo "mal" no será cierto, mi estado es bastante tolerable. Pero no puedo decir "bien". ¿Es bueno cuando lo único que queda de ti es la envoltura visible? Y dentro solamente ruinas y cenizas.
— Vino tu marido... — la jefa hace una pausa. — No lo dejé entrar. Dije lo que me pediste que dijera. Ya se me acabó mi turno, si sucede algo, por favor llama al médico de guardia. Él, por cierto, se enfureció aquí, amenazó con quejarse al médico jefe.