Juanchi despertó. Vio el cielo nublado, a través de la ventana con las persianas levemente abiertas, aunque presentía que fuera no hacía tanto frío. Miró alrededor. En la cama de arriba sintió a Carlos moverse. En la cama de al lado estaba Fanny. En medio de ambos, en el suelo, estaban Alain, Romi y Gonzalo. Trató de no pisarlos para poder salir. Buscó su ropa en el ropero, salteando el batallón de valijas y mochilas de los visitantes, y salió.
—¿Despierto a esta hora? —se sorprendió Agustín.
—Siento que dormí por horas, ya no tengo sueño. Capaz acompañe a la tía Milena a comprar las cosas para el asado que quiere hacer el tío Nacho.
—¿Vas a salir a la tarde con tus amigos?
—No. Dante y Santiago salieron de Merlo, Clari tiene visitas en su casa y Adela tenía que empezar a hacer las galletas y budines para la venta. Voy a ir después a verla.
—Ah —se cruzó de brazos—. A propósito ¿Tienes algo con ella?
—No —contestó seguro el chico.
—Hum. Espero no tener que retomar aquella charla de vuelta y más cuando me has prometido que no te ibas a acercar a ella y acabas haciendo todo lo contrario.
—No lo hagas. Sería incómodo para mí y también para vos.
—Mirá, pendejo. Entiendo a la perfección que ya no sos un niño como tu madre o tu tía quieren seguir creyendo. Me di cuenta lo que tenías con la tal Florencia el año pasado.
—Ya ni privacidad se puede tener en esta casa —tomó aire.
—No quiero detalles, solo quiero saber si sos… precavido.
—Sí lo soy.
—Okay, con eso me basta —sentenció Agustín, sintiéndose conforme con su método de paternidad. Quizás otro tipo de padre no hubiera descansado hasta saber hasta dónde eran capaces de llegar sus hijos con “un noviecito” pero para él era más que suficiente y más si veía en Juanchi sinceridad en sus pocas palabras.
Obvió por completo que tenía dudas acerca de la vida familiar de Adela. Era una historia larga, larguísima y, sin embargo, empezaba a considerar que Juanchi debía de saberla por si llegara a pasar algo y saber qué hacer llegado el caso. Le dedicó una palmada a su hijo a modo de cariño.
—¿A dónde vas?
—Al centro. Una persona allegada a los Salguero me pidió una consulta legal y, aprovechando que está pasando unos días por aquí, voy a reunirme durante toda la mañana.
Juanchi siguió con el desayuno. La casa se sentía calma, en silencio. Sonó una alarma de despertador y todo pareció cobrar vida propia en el piso de arriba.
El techo retumbó de pasos que parecían una estampida de animales salvajes. Empujones, quejas, gritos.
“¡Qué yo llegué primero!”, “¡No, que vos te demorás!”, “Jodete por boluda” “¡Atrás, forros, que me estoy meando!” y varias frases juntas, al mismo tiempo, de voces diferentes.
—Que tengan un lindo día —se despidió mientras huía.
Una tranquilidad muy distinta se sentía en la casa de Adela al estar ella sola. Recién llegaba de verse con su novio secreto. Puso manos a la obra y fue a la cocina a preparar todo para las galletas y budines que tenía en mente para vender. Luis, su padrastro, llegó a los minutos dejando sobre la mesa un par de tortillas calientes.
—¿Qué te parece una merienda? De paso, podemos probar tus galletas —sugirió el hombre a lo que la chica aceptó.
Cuando Luis empezó a poner la mesa, a Adela no se le escapó el empeño como cuando ella era niña y jugaba a tomar el té con sus muñecas y peluches. Más de una vez también había hecho partícipe a Luis, quien nunca se negó a sentarse en la pequeña mesa de sus niñas a tomar un té imaginario en tacitas pequeñas de princesas. Aquel aire extraño alrededor le hizo levantar la guardia, imaginando que se venía un cuestionario de aquellos, en el que ella acabaría por soltarle todo: que tenía novio, que estaba enamorada pero que no quería decirles por temor a que ellos le prohibieran verlo.
—¿Estás bien, mi amor?
Tragó saliva, volteó la vista hacia él mientras dejaba una bandeja de galletas enfriadas e iba a por una segunda tanda directo al horno.
—Sí. ¿Por?
El hombre le dedicó una sonrisa amena y paternal haciendo que Adela se sintiera más culpable. Tenía que pensar en algo rápido, muy rápido, para zafar de lo que se le venía encima.
Luis alzó una galleta y la mordió, sintiendo el dulce de chocolate apenas enfriado.
—¿Y?
—Están riquísimas, nena.
—Qué bien. Todavía no sé cuántas poner por cada bolsa. Quizás deba esperar a que venga mi mami y preguntarle a ella qué opina.
—Será mejor —contestó mientras se servía otra.
Prepararon sus tazas de café. La chica probó una de sus delicias, incómoda. Rogó a la Virgen del Rosario y a todos los santos patronos de Merlo y alrededores que la iluminaran o le enviaran un interventor ante el cuestionario que se le venía encima. Milagrosamente sonó el timbre y ambos se pararon de golpe, mirándose hasta con desconfianza.
La chica tomó carrera y fue a atender. Juanchi estaba parado en la puerta de la casa con cara de pocos amigos. Ni siquiera esperó a que lo invitara a pasar cuando entró al tiempo que se sacaba torpemente el camperón y la bufanda.