El video de Mati duraba unos quince minutos. En él contaba un poco sobre su vida, de su padre, sus hermanos y de sus amigos. Era un chico encantador y que parecía estar bien con todo lo que acontecía el aparecer en la vida de su “viejo”.
—¿Estará bien? —preguntó por lo bajo Nacho, sentado medio encorvado, mientras su hermana le preparaba un té para que tomara con la medicación para el dolor que le recetaron los paramédicos que se retiraron minutos antes.
—Dice que sí. Al menos lo veo tranquilo.
Doña Cata seguía echándole miradas asesinas a Agustín.
Juanchi se levantó y fue a sentarse con su abuelo. Este parecía querer aprenderse el video de memoria, mirando con ilusión la aparición de otro nieto que, sin lugar a dudas, formaba parte de su sueño de tener una familia numerosa.
“Cuando terminé el colegio pensé que podría entrar a abogacía, sin imaginarme que mi padre biológico también lo era. Me decidí al final por prepararme para entrar al cuerpo de bomberos de mi ciudad, y además estoy estudiando para ser paramédico...” se lo veía a Matías, siempre sonriente, hablándole a la web cam. Doña Cata seguía con la mirada puesta sobre su primogénito. “Sé que se armó tremendo bardo cuando tocó decir el gran secreto. Yo entiendo. No debe ser fácil asimilar que un desconocido de repente diga que es un Martínez de buenas a primeras. Cuando todo se calme me gustaría darme una vuelta por ahí, conocer a mis hermanos, a mis tíos y a ustedes. Yo nunca tuve abuelos; mi mamá quedó sola desde muy chica y mi padrastro también, así que esto es nuevo para mí. Nunca tuve esa complicidad de abuelos con nietos, que te mimen, que te defiendan de los retos de los papás o que den plata a escondidas sin que ellos lo sepan…”
Don Beto se levantó y Juanchi lo imitó, temeroso que tuviera una molestia o una suba de presión arterial.
—Cata, me gustaría ir a Buenos Aires.
—Esperá, papi... —dijo Milena, preocupada.
—No me van a convencer, chicos. Quiero ir a ver a Matías.
—Es un viaje muy largo, viejo. El doctor...
—Me importa poco lo que diga el doctor, Agustín. Estoy bien —insistió el hombre.
Doña Cata pensó. Ella también quería dejar el enojo y la rabia que sentía y se sumó a su esposo, dándole un beso delicado en la mejilla.
—Estoy de acuerdo. Volvamos a casa. Nacho, pongamos en orden los alquileres ahora, así tu padre y yo vayamos a Buenos Aires a conocer a Matías y de paso a visitar a los chicos, ya que no pudimos venir en vacaciones. Para que todos estemos más tranquilos.
Agustín, que se sentía contrariado, también se sumó.
—Voy a avisarles para que los esperen allá. Puedo pedirle de favor a Gabriela y al Gonzalo que los hospeden en su departamento.
Los señores sonrieron complacidos y al fin se abrazaron en un ambiente de emoción e incipientes lagrimitas. Agustín quiso unirse al abrazo junto a sus padres, no obstante doña Cata volvió a sacar la tigresa que llevaba dentro.
—¡No me toques que todavía te tengo bronca malparido, irresponsable, mujeriego y baja bombachas Martínez!
Un par de días después la abuela Cata estaba más tranquila. Antes de ir dejó todo predispuesto para que la casa funcionara como debía ser, según lo que a ella le parecía correcto para el funcionamiento de un hogar decente.
Juanchi conectó unos parlantes a la computadora. Sonaba un tema de Don Omar. Así, se puso a doblar la ropa, tal como la abuela le había enseñado, para que así armara su equipaje cuando le tocara viajar al campamento. También sonrió al recordar la cara de su abuela cuando le hizo escuchar esos mismos temas y ella no comprendía del todo esa música de moda aunque, curiosamente, dijo que no le desagradaba del todo aunque recalcaba que la letra de algunas eran “bastantes cuestionables”.
Rememorando los días que los abuelos pasaron en la casa, Juanchi recordó que su abuela había mencionado a Tatiana. Quedó a medias. Ella sabía y, por todo lo desatado en torno a Matías, se le escapó la oportunidad de averiguar.
Analizó la situación y llegó a la conclusión que quizás era de esos secretos que siempre iban a ser secretos. Tal vez, cosas del destino si se podría decir, era de esas cosas que era mejor no saberlas. Lamentó el hecho de no poder aclararlo con el tío Nacho, más que todo, porque parecía que todavía le afectaba el tema. Y, más allá de una cuestión de curiosidad, quería saber si esa era la razón por la cual su tío nunca se casó ni tuvo hijos. Juanchi se dijo que después del suyo y su abuelo, el mejor padre del mundo sería el buen Nacho.
El día de los quinceaños de Adela llegó. La chica, tal como era su deseo, vistió un vestido sencillo, de color celeste claro con brillitos delicados por toda la falda de tul.
El pequeño salón se llenó de gente, entre amigos y familiares. Los chicos la rodearon, entregaron regalos y dieron felicitaciones. La chica estaba muy feliz por la gran concurrencia, a pesar de haberse sentido muy desanimada a principio de año.
Un DJ ponía música de moda. Las decoraciones no eran ostentosas, todo creaba un ambiente juvenil y fresco.
Luego de la entrada, Adela aprovechó para acercarse a unas mesas junto a sus padres y su hermanita, seguidos de un fotógrafo. Ahí, Juanchi le susurró al oído.