Al día siguiente de la fiesta, Víctor buscó a Adela a su casa y de ahí fueron a la casa que iban a compartir un par de semanas. La chica cargó un par de bolsos de viaje, además de una caja que contenía todo su material de estudio. Al llegar dispuso todo en una habitación que iba a compartir con su padre, una habitación de invitados con dos camas, estilo sobrio y ropa de cama impecable.
Una vez terminó de acomodar sus cosas la chica bajó a la cocina, donde Víctor terminaba de cocinar unos fideos y salsa hechos por él mismo.
—Yo podría haberlo hecho. Sabes que sé cocinar.
—Y yo te dije que me voy a ocupar de todo. Me preocupa quedarme estas dos semanas y que descuides tus clases, así que mejor te enfocas en estudiar y lo demás lo puedo hacer yo. Además, el dueño de la casa dijo que va a venir una señora a limpiar cada tanto.
Adela miró alrededor. En barrio, la casa, la amplitud, los muebles, el patio trasero con la pileta inmensa… Todo lo que había alrededor nada tenía que ver con su estilo de vida. Le parecía demasiado, hasta incómodo. Sin embargo, sabía que la vida de su padre era distinta a la de ella.
—Está bien, pa. Tengo todo organizado. De todas formas, algo voy a hacer de las recetas que mi mamá me está enseñando.
Ambos almorzaron y pasaron el resto del día fuera de la casa, caminando por la zona. Los días iban a pasar rápido, pensaba Adela, así que los tenía que disfrutar lo más que se pudiera.
Víctor, por su parte, no entendía por qué la presencia de cierto chico que andaba en la fiesta de su hija era “de cuidado”. Estaba pensativo, y más cuando escuchó el término “novios”. No quería atosigar con Adela con preguntas, para no incomodarla, aunque sí iba a consultarlo con Rosario en cuanto tuviera oportunidad.
Una noche, sin imaginarlo, se apareció por la zona. El timbre sonó y él fue a atender. Al abrir se encontró con la cara del “tipejo ese”, que lo miraba sonriente.
—Buenas, señor Montero. ¿Está Adela?
—Buenas noches… Juanchi —dudó, maldiciéndose a sí mismo por no haber retenido el nombre—. Sí, Adela está, pero está haciendo sus…
El chico pasó y eso lo descolocó. Cerró la puerta, sorprendido, puesto a que la gente solía ser respetuosa con él o bien, como le solía pasar en Merlo y se encontraba con gente que lo conocía en el pasado, le temían y hasta le huían. Lejos de enojarse por eso lo invitó a sentarse en la sala, todavía muy desconcertado por la escena.
El chico, seguro de sí mismo, se sentó. Él lo hizo de frente, analizándolo.
—Juanchi. ¿Verdad? Imagino que te llamas Juan.
—Sí. Juan Cruz. Aunque Juan Cruz es mi abuelo, yo soy Juanchi.
—Ah. Claro. ¿Sos de aquí? Perdón, pero tu tonada es un poco rara.
—Nací en Catamarca, me mudé hace un par de años aquí.
El hombre asumió que esa era la razón por la cual el chico no le temía, “no es de aquí, no sabe muchas cosas”, por lo que le invitó algo de beber en lo que Adela terminaba las tareas de la escuela. Una vez que la chica se desocupó y le pidió permiso para salir un rato, él la dejó y, una vez los chicos se fueron a caminar por el barrio, procedió a hacer una llamada a su familia.
Los días siguientes, un poco rutinarios por el colegio, Víctor observó la cercanía de Adela con ese chico que decía ser su amigo. ¡Era todo un personaje! Bastante extrovertido para su gusto, incluso, para el gusto de Adela. Pero ahí iban los dos, riendo y hasta notó ciertas muestras de cariño entre ambos cuando entraban al colegio y cuando salían de él. Estaba tan sumido en sus pensamientos que casi se le quemó una de las milanesas de berenjena que estaba haciendo para almorzar.
—¡Pa, por favor! ¡Fijate de firmar mi permiso del viaje, que lo tengo que llevar hoy! Falta tu firma —le pedía ella, desde el aseo de la planta baja, mientras se terminaba de peinar.
—Voy —. Contestó el tipo, justo cuando terminaba de cocinar. Fue a la bandolera que llevaba su hija al colegio y buscó el cuaderno. Tomó una lapicera de su cartuchera de peluchito y procedió a leer todo antes de estampar su firma.
Luego de hacer aquello y volver a poner las cosas dentro de la bandolera, sin querer, encontró un pedazo de papel de carpeta suelto: “Adela: espero te gustes los chupetines. TKM”.
Víctor volvió a poner el papel, como si no lo hubiera descubierto.
“El tipo la enamora con dulces” se dijo, como si se tratara de una niña pequeña. Al terminar de almorzar, Adela fue al salón del living donde guardó su celular, un pequeño monedero, un gloss labial y unas pulseras, todo bien distribuido en los bolsillos de su short de jean. La chica agarró su pollera del colegio, se la puso y el hombre se sorprendió al ver que con todo lo que traía su hija debajo no se le notara nada.
—¿Qué pasa, pa? ¿Tengo algo? —se miró la chica, pensando si tenía una mancha en el uniforme o algo.
—No, es que… De saber que llevabas todo eso debajo te hubiera comprado un gas pimienta…o un arpón.
—¿Un arpón? ¿Para qué querría algo así? —preguntó la chica con gracia.
—Hay mucho sinvergüenza suelto, nena. Tu colegio está lejos de la parada, en invierno oscurece más temprano y demoras mucho entre la salida, tomar un colectivo y bllegar a tu casa.