Juanchi sabe cosas (antes "Un chico fuera de serie")

22. El click.

La feria cerraría a las nueve de la noche. Todavía faltaba tiempo, aunque Nacho no quería ir muy tarde. Salió rápido de un almacén, cargó la compra en el baúl de su auto y enfiló hacia Rincón del Este, a la muestra de su sobrino. Sabía de esta con tiempo de antelación, y tuvo la oportunidad de ver, con sus propios ojos, todo el trabajo llevado a cabo por los chicos para dicha muestra. Sin embargo, le llamaba la atención el curioso e insistente mensaje enviado por Juanchi, de que no dejara de ir cuanto antes.

Estaba entrando a la zona cuando vio a una mujer solitaria, parada en la caseta de colectivos. Vio bien y era Natalia. Al verlo ella abrió los ojos y volteó la vista para otro lado, como si no lo hubiera visto. Esto le pareció gracioso a Nacho, la mujer era todo un caso, “igual de loca que la hermana” o tal vez más e intentaba parecer sensata sin éxito.

—Natalia —la llamó desde el auto, una vez que se detuvo casi a la misma altura de la garita.

Ella se mantenía impasible, mirando para el lado contrario de dónde se suponía venía su colectivo… que justo pasaba y, al no ver una señal de alto, siguió el camino. La mujer lanzó una exclamación y Nacho no evitó reírsele en la cara.

—Ahora que tienes media hora más de espera tal vez, solo tal vez, puedas al menos saludarme —comentó.

Ella tomó aire, resignada. Volteó y le miró con una sonrisa falsa.

—Buenas tardes, Ignacio.

—La otra noche era “Nacho esto, Nacho lo otro…” —siguió él.

—¿Qué quiere?

—Nada. Solo saludarla. ¿Qué hace aquí sola?

—Nada. Esperando volver a casa —contestó con ironía.

El hombre vio la hora. Ocho de la noche. Ya quedaban muy poquitos rayos de sol, pronto oscurecería. Por más que estuvieran los policías cerca y que la zona contaba con tendido de luz eléctrica pensó que no le parecía dejarla tirada ahí, sola.

—¿Quiere que la alcance a su casa? —preguntó, volviendo al tono formal.

—No, gracias. Encima mi casa queda a contramano —señaló.

—Es que iba a la feria de fin de año de mi sobrino —le comentó—. Vamos.

—Voy a estar bien, Ignacio. Gracias. En serio. Vaya a cumplirle a su familia.

—¿Qué le parece si me acompaña? Los chicos se esmeraron tanto en preparar una gran muestra e invitaron a vecinos, entrada general a todo el mundo.

Natalia, entre el nerviosismo de verlo, el colectivo que había perdido y la leve urgencia de ir a un baño, chistó molesta al sentir que había perdido una batalla. Miró a ambos lados del camino antes de cruzar en una corridita y subirse al auto de Ignacio.

El camino solitario y sinuoso de Rincón del Este no ayudaba mucho. Nacho tarareaba una canción por la radio y ella iba mirando por la ventanilla.

—No tenía idea de que su sobrino venía a un colegio de por aquí. Le queda algo lejitos, parece.

—¿Por qué no dejamos el “usted”? —propuso él en tono amable. Eso le irritaba, que él fuera tan amable a pesar que ella, en cada oportunidad que se le había presentado, había sido prepotente con él—. Y sí. Le queda lejos. Camina todo esto, toma un colectivo en la entrada y todavía tiene que caminar otro trecho para llegar a casa.

—Ignacio…

—Nacho, por favor.

—Nacho —tomó aire—, no es necesario esta atención para conmigo. No después de lo ocurrido la otra noche.

—¿Qué ocurrió la otra noche?

—¡Ay, no te hagas el boludo! —gritó ella, “sacada” como dirían los jóvenes. Esto le causó gracia a Nacho lo cual le hizo sonreír— ¡Me tiré encima tuyo, te besé y si no fuera porque me puse en un re pedo que hasta me olvidé del año en que estaba pues andá a saber cómo hubiera terminado todo!

—Tranquila, Natalia. No es para tanto —dijo él, calmo.

Llegaron a la vereda del colegio. A Nacho se le dificultó encontrar lugar para estacionar debido a la gran concurrencia. Una vez bajaron ella quedó allí, sin avanzar un paso.

—Natalia. Por favor. No tienes que preocuparte. A cualquiera pueden hacerle mal un par de copitas.

—Eso no debería de haber pasado, Nacho —sostuvo con aire digno—. Soy una mujer adulta, cabeza de familia, y estas cosas quedan mal para alguien como yo.

Él la miró y no pudo sentir más que admiración. Entendía esa postura, esa necesidad de hacerse la fuerte… que sí lo era; fuerte, enérgica, luchadora, capaz de hacer lo que fuera para cuidar a su pequeña familia.

—Si de algo te sirve, lo que haya pasado no cambia mi aprecio y respeto que siento hacia vos. Para nada.

Ella cambió la cara. Él siguió.

—Lo que haces es admirable, Natalia. Mereces disfrutar lo que das, lo que sientes. No tengas miedo al creer que porque “se te fue de las manos” vas a reprimir tus sentimientos por el qué dirán.

La mujer bajó la mirada un segundo como analizando sus palabras.

—Vamos, mujer. Yo muero por probar los postres. Cuando estuve hace unas semanas dando clases aquí unas chicas de tercer año me dijeron que iba a traer pasta frolas, budines… —siguió el camino, creyendo que ella lo seguía.




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