Juanchi sabe cosas (antes "Un chico fuera de serie")

24. ¡Hasta el año que viene!

A pedido de Agustín los hermanos Martínez tuvieron que recurrir a la única fuente que podía darles algunas respuestas con respecto a la familia Montero. Era necesario tener algo de tranquilidad, más que todo, por la cercanía de Juanchi y Adela que, de paso, el chico tuvo que explicarle a su padre bien lo que había sucedido en Jujuy, aunque este no estuviera del todo convencido con respecto a esa versión.

Fue así que la doctora Roberta acabó por recibir a los Martínez de improviso y sin cita previa. Tenía un solo paciente que le iba a demandar un par de horas. Al acabar acomodó todo, higienizó el lugar y se sentó en el escritorio a completar la planilla de turnos. Unas voces fuera la descolocaron. Pensó que eran pacientes de otros odontólogos, de los que se ponen nerviosos, y siguió concentrada en el papeleo.

—Roberta, fuera te buscan tres personas. No tienen cita, pero insisten en hablar con vos un tema personal. ¿Qué hago? —entró una joven secretaria, nerviosa, puesto a que era la primera vez atendiendo gente así de desesperada.

—Hacelos pasar, cielo —le dijo ella, dulcemente.

Agustín, Nacho y Milena entraron a empujones, pálidos, ojerosos y completamente agitados.

—¡Esta sí que no me esperaba! ¡Los hermanitos Martínez! ¿Qué les pasó? Parece como si hubieran visto a un muerto.

—Roberta, perdonanos la impertinencia, pero necesitamos saber todo acerca de los Montero. Todo —avanzó Agustín.

—¿Perdón? —se quitó los lentes.

—¡Qué nos digas dónde viven Víctor y Tatiana Montero!

—En Córdoba —dijo ella, sentándose en el escritorio, mirándolos de forma analítica—. ¿Les basta? Eso concierne a la vida privada de gente que ya no tiene nada que ver con ustedes, ya pasaron más de veinte años. La gente cambia y creo que con la vida que tienen dudo que se pongan a recordar el pasado. Solo puedo agregar, sin más detalles, que los dos hermanos Montero viven en Córdoba, que se casaron y formaron lindas familias. Punto.

—¿Tati se casó? —preguntó Nacho.

—Sí y con un buen hombre —respondió Roberta y calló para no soltar más detalles—. ¿Tranquilos?

—Más o menos. Tengo miedo de que ese tipo venga y se la agarre con mi sobrino... —comentó Mile, nerviosa.

—Bueno, si el gorila ese vive lejos y viene cada tanto... con cuidar de que Juanchi no se le cruce por el camino o que evite visitar a Adela esos días creo que todos estaremos a salvo... digo —alzó las manos Nacho, viéndole el lado práctico y tratando de calmarse a sí mismo.

—Sí, sí. Creo que estamos tan traumatizados que no podemos ver el lado simple de las cosas. Gracias, Roberta, nos hizo muy bien hablar con vos —contestó Agustín con una sonrisa agradable hacia la doctora.

—De nada. Che, y ya que están, ¿por qué no volvió el Juanchi por lo de sus frenos? —inquirió Roberta mientras corroboraba en su planilla la última visita del chico a su consultorio.

Juanchi pasó el resto del día con retos y amenazas. Intentó disculparse, pero los adultos decidieron que debía realizarse los controles de inmediato y, antes de que viajara con su madre, se pondría los aparatos.

Así fue que el día de su cumpleaños fue motivo suficiente para disfrutar de la comida ya que a doctora Roberta le había advertido que iba a tomarle algo de tiempo acostumbrarse a los frenos y de todos los cuidados que debía tener hasta que terminara el tratamiento. El chico no quería saber nada, mas la mirada de sus padres y de sus tíos encima no podía negarse.

El día de su cumpleaños coincidía con el de la Inmaculada Concepción, lo cual marcaba el inicio del calendario navideño.

—Vamos a cuidar la amistad de esos chicos —murmuró Milena. Adela junto a Juanchi desenredaban las luces mientras Clari, tan detallista, iba colocándolas alrededor del árbol. Ella les había dado permiso a los cinco amigos de decorar el árbol de Navidad de la familia Martínez, así que parte del patio trasero fue invadido de adornos, luces y esferas de colores.

—Por supuesto. Estaremos alerta —siguió Nacho. Sacó unos chorizos de la parrilla y llamó a los chicos a la galería para que se sirvieran. Estos no paraban de burlarse de Juanchi, por lo de su travesura y por cómo debía aprovechar para comer lo que quisiera antes de ir con la doctora Roberta.

Luego de terminar de comer y antes de que trajeran la torta de cumpleaños, los chicos prendieron el árbol. Tocaron el botón que controlaba las luces y escucharon la leve musiquita al ritmo de villancicos. El año había pasado en un suspiro y parecía increíble estar entrando en la época navideña, el amado verano, las fiestas en la pileta y en el río.

Al día siguiente Juanchi fue llevado a rastras al consultorio odontológico. Hizo una escena de esas que no hizo de pequeño: se tiró al suelo, como desmayado, y así lo cargaron y lo subieron al auto. Al llegar al consultorio, ya casi sin recursos, se aferró a las piernas de su madre.

—Levantate Juan Cruz —acotó, seria.

—¿Podemos negociar? Sé que metí la pata un poquito…

—¿Solo un poquito? Vamos, vamos antes de que te re mil mate —sentenció la mujer.

No había tortura más insoportable que ponerse frenos y seguir escuchando los retos de sus padres y sus tíos por haber ocultado aquel diagnóstico. Sintió que la mitad de la cara la tenía completamente paralizada por alambres que hacían fuerte comprensión en la zona mandibular.




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