—¡Bien hecho idiota!
Escucho la morena, la voz irritada de Yuan, en cuanto se abrieron las puertas del ascensor de la editorial.
—¡¿Qué?! —exclamó ausente, sin tener idea a qué se refería.
—Es que te es tan difícil hacer algo bien. Acaso eres estúpida, o retrasada, y no sabes seguir simples instrucciones —replicó con enojo acercándose a ella—. Podías decirme no, no te quiero ayudar Yuan, pero en cambió lo hiciste mal a propósito para sabotear mi trabajo. ¿Acaso eres tan malvada?
—¡Yuan, yo lo lamento! Pero te dije que no me encontraba bien, y tú estabas insistiendo y yo, en serio, en serio sólo quería ayudarte —se excusó en un hilo de voz—. No sé qué me pasó... Es que estoy pasando por cosas, cosas realmente dolorosas, yo... yo... en serio lo...
—Tú, tú... ¿Es qué no sabes pensar en otra persona que no seas tú?
—Sabes que Yuan, fue un accidente, una desafortunada distracción, pero ya estoy harta de que personas como tú se aprovechen de mis buenas intenciones... —replicó Lucy en un tono de voz alto pero firme, mientras todos a su alrededor incluyendo a Yuan quedaban pasmados.
—¡Ah sí...! Pues tú, tú nunca me has agradado y la invitación no se perdió en el correo, yo nunca la envíe. Sabía que no había forma de que alguien fuese tan amable, servicial y desinteresado todo el tiempo, como le has hecho creer a todos.
Los murmullos en toda la oficina se hacían eco en el lugar, era una sorpresa escuchar a Lucy siquiera subirle la voz a alguien para tratar de defenderse, por lo general era conocida por ser amable, tanto que irritaba.
—¡Ambas, a mi oficina ahora! —exclamó una voz furiosa, interrumpiendo la acalorada discusión desde una corta distancia.
—Sabía que no se podía confiar en una persona que tararee un lunes a la siete de la mañana. Voy a acabar contigo Lucy Andrews —le aseguró a una corta distancia, para luego darle la espalda y dirigirse hacia la oficina.
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Dinamarca
—¡No te pedí que la atacaras cariño! Sólo especifique que fueses sociable
—expresó con calma, mientras agregaba dos terrones de azúcar a la taza de té.
—Y eso hice.
—No me pareció que eso hicieras —señaló, revolviendo el té con delicadeza para disolver la azúcar.
—Creo que soy tan amable como lo es humanamente posible ser, madre —se defendió de manera enérgica de las acusaciones de su madre, mientras buscaba con interés en el librero.
—Al menos debiste ser menos adusto. Es una chica encantadora, bonita y de buen linaje, de eso no cabe duda. Aunque su familia no sea poseedora de grandes fortunas, sus descendientes fueron personas trabajadoras del campo. Eso nos daría un visto bueno hacia la clase obrera.
—Aún no entiendo cuál es el alarme con respeto a mi actitud. No fue como si le hubiese preguntado cómo podría erradicar el hambre en el mundo —alegó sosteniendo el libro que había estado buscando con tanto afán.
—No sé cómo han de pensar los jóvenes hoy en día, pero no creo que hablar de política sea una buena primera impresión —argumentó—. Debiste tal vez preguntarle sobre el clima, o libros —añadió, refiriéndose al libro que sostenía en las manos.
—No lo creo —contestó con bastante prepotencia—. Si quieres que conozca a alguien, al menos debería saber que no es una hueca, niña tonta y sentimental.
—Según tengo entendido y por la experiencia; no se debe juzgar un libro por su portada. O es acaso qué ya olvidaste cuando tu padre te presentó a Shakespeare, justo con aquel libro —Al escuchar las palabras de su madre, no pudo evitar observar el libro que sostenía con cierta melancolía de tristeza. Su padre. ¿Alguna vez lo había amado, o prefería más a Nicolás?—, aunque siempre creí que tu padre tenía métodos un poco ortodoxos, ya que yo te habría presentado a Shakespeare, sin dudas con Romeo y Julieta. Tal vez, ello te habría ayudado a ser menos escéptico en los asuntos del corazón.
—Y haberme privado de la comparación de la apariencia con la realidad. Un niño de doce años, leyendo El Mercader De Venecia —dejó salir una carcajada un tanto desolada—. Retomando... esto no es un cuento de hadas donde te enamoras a primera vista sin siquiera conocer su nombre. Su Majestad —añadió haciendo una reverencia de manera irónica, saliendo del despacho y llevando consigo el libro.
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Nueva York
—Estoy molesta. ¿Alguien puede explicarme por qué estoy molesta? —preguntó con autoridad.
«¿Cuántos años tendrá? Quizás cuarenta, puede que sean cincuenta. Aunque ella es el tipo de mujer que volvería loco a cualquier hombre».
Respondió en su cabeza mientras divagaba sin prestar la más mínima atención a su jefa.
—Resulta que ayer cuando le eche un vistazo al nuevo número de la revista. Me lleve una no muy grata sorpresa, y juro por la colección de primavera verano de Calvin Klein que casi asesinó a alguien —replicó arrojando la revistas de mala gana en el escritorio.
«¿Cómo serán sus tipos de hombres? Tal vez, jóvenes, aunque puede que quizás le gusten las relaciones estables».
—En el mundo del entretenimiento un error puede costar caro, no llegue hasta donde estoy rodeada de mediocres.
Yuan miraba a Lucy con cara de enfado, en cambio está divagaba en sus pensamientos.
«¿Saldrá de fiesta muy a menudo? Sería la forma más fácil de conocer hombres, es más que obvio que asiste a muchas fiestas, después de todo es Alexandra Fox. Aunque tiene muchas amigas, conoce gente importante, las personas se recomiendan cosas y comparten números».
—Es mi culpa yo no debí, Lu, fue tan amable y se acercó a mí para preguntar si necesitaba ayuda...
—argumentó Yuan en un tono de voz adorable, tratando de llorar pero sin ningún resultado—. Jamás, pensé que pasaría algo así...
—¿Tienes algo que comentar Diana? —preguntó mirando en dirección a Lucy, mientras Yuan observaba a Alexandra con benevolencia.