La cenicienta de Queens

Capítulo 8: Casa victoriana

París - Francia 

Tarde o temprano debemos afrontar nuestro momento de la verdad y Lucy estaba a punto de hacerlo. Luego de ocho insoportables horas de llevar consigo en la espalda las miradas y murmullos de toda una multitud, la infeliz chica había llegado a su destino. 

Se hacía paso con algo de dificultad entre las personas, aquella oleada de gente no la dejaba indiferente de recordar las agitadas calles de Nueva York, pasar sin siquiera detenerse apreciar aquello que los rodea marchando a un exuberante ritmo como si fuesen hormigas. 

Se detuvo a esperar su equipaje con agobió, se encontraba exhausta de tanto pensar en aquella persona que por alguna inexplicable razón necesitaba escuchar su voz. 

—¡Debes estar bromeando! —se reprochó así misma mientras caminaba con pasos tímidos hacia un teléfono público, descolgó el auricular del interruptor y marco. 

"¡Lo sentimos, el número que ha marcado no se encuentra disponible en estos momentos. Por favor intente más tarde o deje un mensaje después del tono!" 

—¡Hola soy yo, Lucy! Solo quería escuchar tu voz, necesitaba, yo... quería decirte que tal vez si no estás muy o tienes algo de tiempo podrías adelantar tu viaje antes de acción de gracias sería bueno convivir un poco más de tiempo esta vez. Las cosas no andan tan bien en mi pequeña tierra de maravillas como sueles decirle. Desde que tía Anne se fue, no tengo a quién acudir. Y no, no estoy molesta contigo por no presentarte en aquel lugar cuando, bueno supongo que debiste tener una razón extremadamente poderosa para no ir al funeral... pero no es como que te esté reprochando nada después de todo ella solo era tu hermana y la mujer que cuido de mí como si fuese su hija, sin pedir nada a cambio, solo digo... —cerró los ojos afligida unos cuantos segundos y respiró con profundidad antes de proseguir—, que podrías tratar de explicarme tu poderosa razón. Me interesaría mucho escucharla, sin presiones claro. Porqué enserio estoy convencida de que fue aquello, ya que todo el mundo tiene poderosas razones hoy en día para hacer ciertas cosas, ¿no? En fin solo quería charlar, soy Lucy por cierto, tú hija. 

—¡Lu, es hora de irnos! 

Está asintió con la cabeza al llamado de su amiga, tomó su maleta y se dirigieron a la salida del aeropuerto. 

—¡¿Oler eso?! —exclamó Louis exhalando con profundidad la fría brisa de la ciudad. 

—En cierto modo se siente otro aire, un tanto más renovado —alegó Sarah con simpatía hacia Louis. 

—Ansío poder conocer ya, la ciudad del amor...           —añadió Lucy a la conversación. 

—¡Oh no, no querida! No atosigues este momento con fondations stupides. Es bien sabido que algunos afirman que ésta ser, "la ciudad del amor"   —cuestionó entre comillas—. Pero París va mucho más allá de un sentimiento tan vago. Ésta es la ciudad del renacimiento y la decadencia, puritana Lucy. Aquí puedes renacer o caer lo más bajo que puedas llegar —señaló mientras subía al taxi. 

—He leído y visto bastante y te puedo afirmar que París es una de las ciudades más románticas, seguida de Venecia. 

—Lucy, Lucy, Lucy... —repitió varias veces su nombre en forma melodramática—. Aquí puedes surgir, aunque en tu caso sería nacer. 

—Nunca pensé que vería llegar el día donde yo diría esto... pero, esa es una muy buena idea Louis. 

—¡¿Ah oui?! 

—Si. Es que acaso no lo ves, qué mejor que una ciudad desconocida con un desconocido. 

—Ella no podría hacerlo, solo mirarla... 

—Bueno si, a simple vista no resulta ser una chica para una noche casual más bien parece una bibliotecaria que pide a gritos que le presentes a tu madre en la primera cita, pero acaso no es París conocida como una élite en la industria de la moda, eso nos trajo aquí después de todo. 

—Parecer un pequeño perrito con falta de cariño todo el tiempo no ayuda, ce ne sera pas sexy. 

—Pero podríamos caer a los estándares de belleza designados por la sociedad, solo por esta vez           —argumentó Sarah, tratando de mantener sus ideales—. Después de todo sería por una buena causa. 

Por primera vez en dos años, Sarah y Louis abrían diálogos sin insultos de por medio, Lucy aún no creía lo que sus ojos estaban viendo, podría ser esto un espejismo o aquellas chicas con tantas diferencias una de la otra conversaban como buenas amigas. Por lo general ella siempre debía ser la árbitro. 

—Aguarden un minuto —interrumpió la morena saliendo de su fascinación por aquella conmovedora escena—. Acaso a nadie le interesa lo que tengo para decir. 

Ambas miraron en su dirección y respondieron al unísono: —¡Ya está decidido! 

Vale recalcar que toda esta idea a Lucy le parecía absurda, jamás pasaría la noche con un desconocido, eso iba en contra de todo aquellos valores que su tía le había inculcado desde pequeña. Tan solo pensar en cuál sería la dramática reacción de su tía Anne, al escuchar esto la inundaba de nostalgia. Acercó su cabeza al frío cristal del auto mientras observaba con dedicación el escenario pasar delante sus ojos. 

—Cómo me gustaría qué estuvieras aquí...                 —comentó para sí misma en un murmullo. 

Pero y si tal vez esa descabellada idea no fuera tan absurda. Después de todo, hace solo unas cuantas semanas tenía planes de boda y veía un futuro prometedor al lado de Oliver, y así de imprevisto como chasquear los dedos, todo se derrumbó. Quizás lo absurdo fue creer que su vida era un cuento de hadas con un final feliz; que acabaría viviendo en un castillo y siempre con una sonrisa en su ovalado rostro, tal vez pensar que aquellos años de abandono por parte de su madre y dependencia emocional se resolvería eventualmente como por arte de magia, eso si era completamente estúpido tan solo pensarlo. 

—¡Y he aquí! —exclamó Louis. 

Sarah y Lucy bajaron del auto con cara de estupor, deteniéndose frente a una enorme y a simple vista lujosa casa al estilo victoriano. Aquello sin dudas era todo lo contrario a los rascacielos y edificios a los que estaban acostumbradas a ver a diario. 




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