—Ella, ella... es muy. Imp. Imp...
—Importante.
—Eso, justo eso quería decir. Me, me... sirves otro —respondió moviendo el vaso de whisky a la altura del rostro, varios cubos de hielo resonaron dentro del vaso—. Sabes, que sería genial, hombre, un botón de retro... ya sabes, algo así como poder devolver el tiempo atrás.
—Te refieres a un botón de retroceso —respondió un chico detrás de una barra.
—Eso, si, justo eso... Así ella no sabría nada de quien soy realmente… y sería ella de nuevo… y sería ella de nuevo conmigo. Recuerda… me paten patentar esa idea.
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París- Francia
Suite del Hotel Prince Galles, un día después.
—Solo digo que una mujer necesita su zapatos, así como el aire es vital para sobrevivir —alegó Edwards con un semblante diplomático mientras llevaban a cabo una acalorada partida de ajedrez—. Y tal vez puede que sean su zapatos favoritos. Acaso no te parece una tragedia saber que un par de zapatos perfectos, están condenados a estar separados.
—Ya no estoy seguro si aún hablamos de los zapatos —repuso Ashton temiendo que Edwards saliera con una absurda idea.
—Sabes que, mi buen amigo. ¡Se me ha ocurrido una muy brillante idea! —exclamó poniéndose de pie de un salto y derrumbando las fichas del tablero.
—No —contestó Ashton con un tono de voz seco.
Él se negaba rotundamente siquiera a escuchar las ideas de Edwards.
—¡Oh vamos, tan solo escúchame!
—Y luego cuando lo escuché, ¿qué pasará? ¿Acaso tendrás un plan alterno para cuándo me niegue?
—¿Quién... yo? ¿Cómo crees...? —inquirió dejando salir varias carcajadas de gracia, en cambio a Ashton su risa despreocupada le irritaba.
—He tolerado demasiado y debo añadir que su momento de ser rebelde, odiar al mundo y al trono, pasó. Ya no es más un adolescente. Por favor, se lo pido, recapacite.
—Con respecto a eso, deberías llamar a su Majestad —indicó resaltando el sarcasmo en sus palabras—, y comunicarle que no estaré presente para la inauguración del nuevo hospital.
—Eso no pasará. Le prometí a su Majestad la reina que llevaría al príncipe su hijo hasta allá, cueste lo que cueste. Nunca le especifique que tendría que ser voluntariamente.
—Vamos, no hay necesidad de llegar a esos extremos —contestó con un tono apacible caminando hacia el mini bar—. Y tienes razón, ya no soy un niño, así que puedo tomar mis propias decisiones, y citando a Shakespeare. El destino baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos. Por lo tanto he decidido que viajaremos a Nueva York —añadió convencido y con poco interés en escuchar el sermón que se avecinaba.
—Señor no puede hacer eso, su madre fue muy clara... ¡Aguarde un segundo! —exclamó Ashton interrumpiendo su propio argumentó—. Ya sé lo que pasa aquí.
—¿Si...? —preguntó Edwards empequeñeciendo los ojos, su tono también se sintió confuso.
—¡Oh, diablos! Si es tan obvio, es que como pude no haberlo visto antes —decía poniéndose de pie mientras Edwards se sentaba—. Ha contemplado ese zapato desde ayer y hoy le he visto dibujar unos garabatos...
—De hecho... —lo interrumpió— era un boceto —argumentó esté corrigiendo a su guardaespaldas.
—Entonces no lo niega.
—¿Negar qué?
—¿Quiere volver a ver a esa chica?
—Qué... no... —respondió mientras negaba con la cabeza y varias carcajadas brotaron de él de manera inconsciente—. Yo no soy de los que vuelve a ver por segunda vez a la misma mujer. ¡Puff…! Y suelo marcharme antes de que despierten. Nunca habia existido una mujer que se alejara voluntariamente despues de tener sexo conmigo.
—¡Imbécil! —su guardaespaldas dejó salir un insulto un poco sobresaltado—. Así que es por eso de que ella se haya marchado primero y no se debe al hecho de que tal vez esa mujer le guste. Supongo que su enorme ego está herido.
—¡Por favor! Claro que no me gusta, es una inadaptada. Tú viste la nota. Qué clase de mujer deja una nota y olvida su zapato. Ni siquiera recuerdo bien su rostro, solo sé que tenía unos inmensos y lindos ojos color avellana y también no hablaba mucho —alegó pensativo—, aunque cuando por fin lo hizo, era imposible prestarle atención ya que estaba con mis manos ocupadas en otro lado —Sonrió con picardía recordando aquella suave fragancia que aún siente que lleva impregnada en él.
—Tal vez, es la clase de mujer que no suele ser muy común conocer.
—Me conoces y sabes que las relaciones sentimentales no son de mi agrado —enfatizó esto último con cierto lamento—. No puedo darme el lujo de sentir aquello, al menos no cuando en tu familia los matrimonios se arreglan por la mejor alianza o conveniencia. Sabes perfectamente lo que mi padre solía decir “el amor es pasajero Edwards, pero una buena alianza podría salvarte la vida o acomodarla” un tanto cliché si me lo preguntas. Pero él sabía muy bien de lo que hablaba, ya que se acercó a una hermana, pero su objetivo era la otra —dejó escapar un suspiro de reproche.
—Entonces si no le gusta, ¿cuál es el caso de ir a Nueva York? —preguntó intrigado volviendo a sentarse en el sofá y rebuscando algo en su chaqueta.
—Ya te lo he dicho, le quiero devolver su zapato.
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Nueva York
—¡Lo conseguí! —exclamó Lucy con orgullo entrando sin avisar a la oficina de su tirana jefa y dejando caer en el escritorio una grabadora seguido de un apunte de notas. Aunque de inmediato sintió que aquello fue algo exagerado, sin dudas en su cabeza lo había visualizado mejor.
—Tengo una pregunta para ti —replicó Alexandra a su imprudente interrupción— ¿Quién diablos te crees que eres? —preguntó observándola con severidad.