La cenicienta de Queens

Capítulo 16: Reconocer

No es fácil dar marcha atrás y rebobinar. Una vez reventada la burbuja es difícil encontrar otra a la medida, y Lucy, lo sabía. Lo que la hacía pensar, que vivir en la ignorancia y desconocer cosas no es tan malo como se cree. 

—¡¡Taxi!! —gritó Edwards al más auténtico estilo neoyorquino, haciendo señas con la mano derecha para llamar la atención del conductor—. Siga a ese otro taxi —demandó, mientras se acomodaba en el asiento. 

—Este no era el trato —argumentó Ashton quién venía detrás de él con el otro guardaespaldas. 

—Tienes razón, no lo era, pero necesito que aborden ahora… —contestó esté con desespero. 

—¿¡Qué!? 

—Rápido —volvió a repetir haciendo espacio en el asiento para que subiera—. Ahora sí, trate de alcanzar el taxi que abordó la chica y le pagaré cien, no, quinientos dólares si se salta los rojos. 

—Estas son muchas molestias para una chica que ni siquiera le interesa —replicó Ashton. 

—Y así es, no me interesa lo más mínimo…  —afirmó Edwards con la vista al frente. 

—¿Qué quiere de esa chica exactamente? 

—Mi buen amigo, esa chica es un desastre, con ojos hermosos e inocentes debo reconocer, pero continúa siendo un desastre al fin. 

—No distorsione la pregunta señor. 

—No la distorsiono, es solo que aún no puedo responder. 

—Pero es bien sabido... 

—No —exclamó Edwards interrumpiendo a Ashton—. No vayas a comenzar con tus subjetividades ahora —alegó esto último mientras el taxi se estacionaba. 

Edwards suele ser caprichoso, vanidoso y con un ego del tamaño de su nación, sin olvidar lo extremadamente franco. Pero su peor cualidad es que no suele reconocer una equivocación y cuando lo hace es simplemente a medias. 

—Por qué mierda vienes a Central Park —murmuró observando desde la ventanilla del auto—. Bien, quédense aquí. 

—Oh no no no. Definitivamente no —negó su guardaespaldas en un tono de voz seco y su habitual mirada que producía escalofríos.

—Debo ir hablar con ella y se asustara si me ve llegar con dos tipos musculosos de traje y lentes negros, sin mencionar las preguntas. Sabes qué hagamos esto; dos de tres. Piedra, papel y tijera. Si gano tendrán que esperar en el auto, pero si pierdo, ésta misma noche salimos con rumbo a Dinamarca —le propuso. Y automáticamente sintió un repentino peso desconsolador en el pecho, sin embargo no iba a detenerse a cuestionar sentimientos que para nada eran propios de él, porque aquello sería una reverenda locura. 

Ashton movió la cabeza de un lado a otro pensativo. Si ganaba, se regresaría a Dinamarca hoy mismo y Edwards ya no sería su responsabilidad veinticuatro horas, solo dieciséis.   

—¡Está bien! 

—Entonces a la de tres... 

Piedra, papel y tijera: repitieron ambos al unísono. Edwards sacó papel y Ashton sacó piedra. 

—El papel envuelve la piedra, llevó una —recalcó confiado mientras Ashton solo apretaba los labios con una sonrisa. 

Piedra, papel y tijera: volvieron a repartir. Esta vez Ashton sacó tijera y Edwards papel, cosa que comenzó a borrar de a poco la sonrisa del príncipe.  

Piedra, papel y tijera... 

—Tal parece que ha ganado. 

—Así que yo te gané en tu juego
—agregó Edwards con dudas—. El mismo que siempre has ganado desde que yo era un niño. 

—La suerte no estaba de mi lado hoy  —alegó. 

—Shakespeare diría... 

—Se detendrá a citar una reflexión sobre Shakespeare o va ir detrás de la chica que no le interesa en lo absoluto. 

—Bien acertado mi buen amigo. Por algo dicen que el más sabio es el más viejo —añadió esto último y salió corriendo trás de ella. 

«Pero si esto es un plan de Ashton y me dejo ganar a propósito. Aunque que ganaría él, aparte de la satisfacción de decir te lo dije». 

Pensó Edwards mientras buscaba a Lucy con la vista. 

—¿Le dejo ganar? 

—Mañana tendré la satisfacción de decir te lo dije —Ashton le contestó a su compañero con una carcajada—. Ahora peinemos el perímetro. Esta demente si piensa que aguardaremos en el auto. 

«¿Vamos, por qué tomarse tantas molestias por una chica qué no me interesa?». 

Alegaba para sí mismo mientras seguía buscando. 

—Al menos qué... —acotó sin terminar la frase al ver a Lucy sentada en el césped debajo de un árbol de cerezo, enorme. 

Edwards sacudió la cabeza vacilante, retrocedió varios pasos sin voltear y arrugó un poco la cara al escuchar el llanto de la chica. El no podía explicarlo pero en ese momento sentía una angustia aunque ligera, se parecía bastante al miedo. 

—¡Charlotte! —exclamó acercándose a ella dudoso. Lucy volteo interrogante y lo observó acercarse, esté sin preguntar se sentó a su lado mientras el silencio se extendía. 

Edwards suspiró varias veces tratando de encontrar las palabras correctas. Indudablemente parecía un deja vu, a excepción del sexo y alcohol que ahora no habría de por medio. 

—¡Lo siento! —se disculpó de inmediato con un tono de voz suave y carente de toda prepotencia. 

—Mi nombre no es Charlotte... te lo dije antes de salir corriendo como tonta —musitó en un tono de voz desabrido. 

—Si, lo sé… Digo, en efecto lo comunicaste unos minutos antes de salir corriendo. Mira yo... 

—No —le interrumpió—, no es tu culpa. 

—Pero tal vez dije algo que no debía y quiero responsabilizarme por mi imprudencia.  

«Porque si te soy sincero, la empatía no es mi mayor cualidad. No tienes la culpa pero no es como que todo el que se acerque a mí lo haga con honorables intenciones».

—Yo... —comentó tomando varios minutos para estabilizarse. No quería volver a llorar delante de él. 

—No tienes que explicar nada, lo entiendo, las relaciones pueden llegar a ser complicadas a veces. 

Si tan solo Lucy se hubiera enterado de ello antes. 

—¿Qué te ha traído a Nueva York, Chad? —preguntó la morena sin titubeos. 

«¡Genial! Me preguntas eso ahora, se supone que yo te iba a consolar». 




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