Dinamarca
—¡Su Majestad! —exclamó una voz masculina haciendo una reverencia.
—¡Nicolás querido, que agradable sorpresa! —contestó la reina sentada en la cabecera de la mesa del enorme comedor real y doblando en dos el periódico que sostenía. Ella dirigió su atención hacía su sobrino—. Toma asiento por favor —decretó, haciendo un gesto suave con la mano de que se sentara a la derecha. A lo que él accedió de inmediato sin titubear— ¿Qué te ha traído al palacio está mañana? Mí querido Nicolás.
—No me gustaría ser portador de desagradables noticias su Majestad. Sin embargo, he escuchado algunos rumores sobre que mi primo está pensando abdicar a la corona. Tal vez usted podría afirmar o denegar aquellos rumores. Bien sabe del inmenso cariño que le tengo a mi primo, es por ello que los rumores le abren paso a mi preocupación.
—¡Oh! ¡Nicolás! —exclamó su nombre tomando un pequeño receso de unos segundos para beber de la taza de té— ¿Té? —preguntó. Y antes de que esté pudiese responder, la servidumbre ya había servido una taza de té para él— ¿Uno o dos terrones?
—¡Dos, por favor! —respondió con una cortesia que le era innata. Su paciecia era tan firme como las murallas del castillo que había sido su hogar desde la infancia. Al tomar la taza de té, sus dedos se cerraron alrededor del asa con una suavida calculada, un movimiento fluido y controlado que reflejaba su crianza aristocrática.
Si algo había que destacar del príncipe Nicolás, era su impecable y respetuoso comportamiento. Esté era todo lo opuesto a el prepotente y descuidado Edwards.
—Como bien has de saber; no debemos dar por sentado los chismes de la prensa amarillista. Mi hijo y futuro rey de Dinamarca, asumirá su puesto en la corona como está previsto desde su nacimiento. Por supuesto cuando el momento llegue. Después de todo, es su obligación como heredero legítimo al trono danés —alegó con calma y supremacía, curvando los labios para formar una sonrisa. Por algo decían que la reina tenía temple de acero.
—Estoy totalmente de acuerdo sobre que no se debe prestar la mayor atención a los chismes de la prensa que solo buscan alimentar el morbo, haciéndose eco de noticias falsas. Tal vez... —enfatizó lo último siendo claro con sus suposiciones—. Pero bien sabemos que Edwards no es el único sucesor a la corona, ya que si Edwards llegará abdicar. ¡Esperemos que jamás sea el caso! —agregó apretando los labios con una sonrisa un tanto cínica—. Yo sería el tercero en la línea de sucesores con más derecho al trono. Aunque quiero recalcar que tengo fe en mi primo, después de todo el príncipe Enrique, es tan solo un niño, para llevar aquella angustiante carga sobre sus hombros. Pero, reitero nuevamente su Majestad, que creo fielmente en el compromiso de mi primo con su nación, más allá de sus excesos y de su reputación con las damas, es un digno descendiente. Un digno hijo de su madre.
—¡Efectivamente mi querido Nicolás! Edwards, está totalmente comprometido con sus obligaciones. Y en cuanto llegue de Francia se centrará más en sus funciones; en su estadía en París, acaba de hacer una visita de cortesía a la embajada.
—Pues sin más, solo me queda desear. ¡Una larga vida al futuro rey! Y que se alejé de él, todo rastro de impetuosidad. Yo, me retiro, su Majestad. Gracias por recibirme teniendo en cuenta su agitada agenda —Se levantó haciendo una reverencia y esperando que la reina asintiera para poder retirarse—. Por cierto, cuándo tiene Edwards previsto regresar de sus vacaciones en Nueva York.
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Nueva York
La espalda de Lucy se hundía en el fondo del colchón, no se había movido en una hora. Seguía pensando sobre todo lo que Oliver le había contado. Estaba literalmente asimilando cada una de sus palabras. Oliver, había causado una confusión aún más grande de sus sentimientos, mezclando en ella tristeza y lástima. Ahora justificaba de comprensible todo el miedo que él irradiaba hasta cierto punto. Le dolía el corazón tan solo de recordar aquellas palabras con la que terminó su historia “seamos honestos Lucy, porque si antes habrías sabido todo lo que sabes ahora, jamás me habrías volteado a ver” y lo peor de todo era que le angustiaba bastante reconocer que quizás Oliver tenía cierta razón. Y aquello la hacía dudar sobre el tipo de persona que era, una no muy buena suponía.
Fue difícil poder conciliar el sueño, en todo lo que pensaba era en él y lo mal que lo había pasado toda su vida, y cómo sus prejuicios junto con su lema políticamente correcto de hacer las cosas, impidieron que se abriera con ella completamente.
—Soy huérfano, Lucy —susurró con una tristeza que inundaba sus palabras—. Antes de que me preguntes algo, solo te pido que me escuches. Sé que tu mente está llena de preguntas que no puedes contener —añadió con una sonrisa triste y orgullosa. Ella lo miró en silencio, sin decir una palabra—. Crecí en las calles de North Beach, la pequeña Italia en San Francisco. Mis padres murieron cuando tenía solo cuatro años y apenas recuerdo sus rostros. Viví con un tío hasta los doce años, si se puede llamar vida. Era alcohólico, adicto a las drogas y tenía problemas con el juego. Sus constantes abusos día tras día... Y otras cosas que no me atrevo a mencionar, tal vez por vergüenza —dijo con voz entrecortada, conteniendo las lágrimas y mirando con furia una cicatriz apenas visible en su brazo, oculta en parte por uno de sus tatuajes.
Lucy, pensaba que no podía ser tan prejuiciosa para que Olive, no pudiese compartir su doloroso pasado con ella, llegando a mentir sobre quién era. Pero entonces recordó los varios tatuajes de Oliver y de aquella vez cuando lo iba a presentar a su tía Anne, y sobre lo que había sugerido de no dejar que ella llegara a ver alguno de ellos. Aunque aquello seguía sin ser motivo suficiente para no intentar abrirse con ella.