La Cenicienta de Queens

Capítulo 23: Dudas

Hotel plaza - Suite Presidencial

—¡Entiendo! Lo haremos a la manera difícil, ya que te niegas a facilitar las cosas para ambos —sugirió un Ashton malhumorado, con un tono de miedo y un cigarrillo en la mano, observando al frente con una mirada amenazante. A pesar de ello, el ambiente se sentía pacífico, como la calma que precede a la tormenta— ¿Dime para quién trabajas? —inquirió, acercando lentamente el cigarro al rostro del hombre y deteniéndose a centímetros, para luego desviarse a su bolsillo trasero y tomar la billetera del desconocido, quien apenas se atrevía a respirar fuerte en su presencia— ¡Vaya, vaya, vaya, mira lo que tenemos aquí! —recalcó, sacando algunos documentos personales.

—No eres policía y legalmente no puedes retenerme —alegó el sujetó con una mirada desafiante, cosa que hizo que Ashton frunciera el ceño notoriamente molesto.

—Escúchame bien, basura —replicó en voz alta, precipitándose hacia él y agarrándolo del cuello de la camisa con rudeza—. Tú...

—Ashton... No hay necesidad de tratar a nuestro invitado con tanta rudeza —interrumpió Edwards entrando a la habitación con el torso descubierto y la parte de abajo envuelta en una toalla—. Ahora suéltalo y cálmate. No somos cavernícolas —especificó en un tono amable mientras se secaba el cabello.

Al escuchar su orden, Ashton dudó por unos segundos, aún quedaba tensión entre ellos.

—¡Como desee, su alteza —respondió cortante arrojando al sujetó hacía la silla.

—¿Y cuál es el nombre de nuestro amigo? —preguntó con una sonrisa vacilante dibujada en el rostro mientras el hombre se congeló notoriamente aturdido— ¿Y bien? —reiteró esperando algún gesto o respuesta de él.

—Es Danés —comentó Ashton pasando la identificación a Edwards junto con una tarjeta de presentación.

—Erikse Ludvigsen, detective privado —leyó en voz alta clavando la vista en el tipo que comenzaba a sudar.

—Ahora ya podrías salir de la habitación para seguir con el interrogatorio, o tomara esto también a la ligera. Alguien cercano a usted lo ha enviado y antes de pasar esta información a la reina, debemos averiguar quién.

—Mira Erik, puedo llamarte Erik, porque lo haré de todos modos. Bien Erik —acotó haciendo caso omiso a las palabras de Ashton y sentándose en la pequeña mesa que estaba ubicada a centímetros del hombre— ¡Vamos amigo! Eres un hombre joven, toda una vida por delante y por lo que deduzco bastante inteligente, pero sabes que no sería nada inteligente. Querer quedarte a solas con ese psicópata de por allá… Y aunque podría hacerte daño físicamente, uno irreversible de hecho, no hay nada peor que sus palabras —añadió hacía Ashton en un tono melodramático, en cambio él lo observaba con una mirada penetrante. Aquella mirada iba más allá de un personaje para tratar de intimidar al espía; sé encontraba afligido, dudando de sus capacidades. Cómo pudo siquiera acercarse tanto sin que él lo hubiese visto venir—. Pero si hablas conmigo, podríamos llegar a un acuerdo y olvidaría la prisión.

—¿Prisión? —repitió incautó con un poco de temor en su voz.

—¡Oh! Pensé que sabías en lo que te metías. Ya sabes por todo eso de que yo soy el príncipe heredero, y... lo que cometiste fue qué... Traición o podríamos alegar que era un atentado. Para ser honestos podría serlo, nadie me asegura que no estás aquí para acabar con mi frágil vida —alegó tomando la cámara del tipo, que estaba en la mesa—. Sabes, no entiendo porque eres un detective privado cuando tu verdadera vocación son las fotografías —señaló admirando su trabajo—. Muy pocas veces he visto una foto a distancia tan bien de mi, es que lograste captar mi mejor ángulo. Aunque seamos honestos, yo no tengo malos ángulos —añadió con un poco de egocentrismo en un tono burlesco mientras señalaba su rostro. Edwards trataba de que bajará la guardia.

—¡Ya basta! Es estúpido, yo soy quien esta a cargo de su seguridad así que salga de aquí. ¡Ahora! —gritó de manera antipática apuntando hacía la puerta. Su paciencia ya se había colmado.

Al escuchar sus gritos, Edwards hizo un gesto de desinterés y se levantó de la mesa.

—¡Buena suerte! —exclamó lanzándole una supuesta mirada de preocupación al chico y dándole varias palmadas de pesar en el hombro—. Es tu funeral...

—¡Espera, espera! Fue... —gritó deteniendo a Edwards quien ya se encontraba en la puerta— Nicolás, el príncipe Nicolás. Te diré todo lo que quieres saber pero no me dejes aquí con tu guardaespaldas —Trago saliva temeroso, observaba los gestos en la cara de Ashton, acompañada de una mirada vaga que inspiraba terror y angustia a simple vista.

******

—Aquí está tu capuchino de canela grande y una dona original sin glaciar —enunció, pasando un vaso a Lucy y una bolsa pequeña mientras se acomodaba en el asiento del conductor.

—¡Genial, me moría de hambre! —exclamó abriendo la bolsa de papel de inmediato—. Eres el mejor compañero Alberth —añadió mientras le daba una mordida a la dona seguido de algunos gestos algo raros.

Alberth, se le quedó viendo por unos segundos en silencio con una sonrisa boba, sus gestos al degustar la dona parecían lindos pero graciosos.

—¿Qué pasa?

—¡Nada... absolutamente nada! —respondió desviando la mirada hacía delantera y negado con la cabeza, aún sosteniendo la sonrisa pero menos amplia—. Y... ¿Qué tal tu noche?

Estuvo en silencio durante unos minutos antes de responder.

—Bien, bien... supongo... —balbuceo cambiando el semblante a uno cabizbajo y sintiendo como las lágrimas se agolpaban en su garganta.

Sentía como si su vida se hubiese detenido mientras alguien la reescribía y cambiaba todo lo que conocía por el simple hecho de ser aburrido. Era como si no hubiera un vaso medio lleno y uno vacío, sino simplemente un vaso de agua, y ella no sabía nadar. De hecho, la metáfora caía justo en el dedo, ya que Lucy Andrews no sabía nadar.

Y aunque no quería reflejar tristeza o miedo ante los demás, a ella no le gustaba ser el centro de atención, como insinuaban todos a su alrededor. El problema aquí era que no podía evitar parecer un libro abierto.




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