La cenicienta de Queens

Capítulo 26: Aprendiendo a mentir

Lucy ha crecido con unos valores inquebrantables o tal vez, solo exagerados.

Anne, siempre se encargó de recordarle, que las personas mentirosas suelen arder con más fuerza en las llamas del infierno. Esas palabras la habían acompañado desde pequeña hasta el transcurso de su camino hacía la adultez. Haciendo de ellas un eslogan de vida. Lucy no sabía mentir y el hecho de tan solo pensar en ello, enfermaba su alma.

—¡Buenos días dormilona! —escuchó resonar con los ojos cerrados una voz masculina, mientras ella dejó salir un bostezo y acomodó su cabeza mejor en la almohada— ¡Vamos, hay que ir a la oficina! Un amigo que trabaja en Time, compartió información valiosa conmigo, más bien cobre un favor que me debía, pero da igual. Según él, recibieron una llamada anónima donde le decían que el príncipe Edwards fue visto saliendo del hotel plaza de la mano de una mujer, supuestamente una actriz, no muy reconocida. Así que tú y yo estábamos en lo cierto —volvió a insistir, informando en un tono agradable y dejando una taza de café y un plato de cereal en una de las mesitas de noche posicionada a la derecha de la cama.

—No, no quiero, Sarah... llama y, di que estoy enferma —respondió con quejas y arrugando la nariz como si fuese una niña pequeña.

Eso hizo que su acompañante dibujara una sonrisa de ternura. Había que reconocer que los naturales gestos adorables de Lucy, no dejaba indiferente a los hombres; tal vez por ello despertaba aquel instinto en el género masculino de sentirse obligados a protegerla inconscientemente. Era como si fuese un objeto de esos que especifican que es frágil cuando se empaca en la caja.

—Bueno a mi también me gustaría reportarme enfermo y dejarte dormir hasta tarde. Mi casa es tu casa y supongo que mi cama es tu cama. Aunque eso último sonó un poco raro. Pero debemos ir a trabajar. Tengo obligaciones y cuentas por pagar, ya te dije que soy un mago fracasado —volvió a repetir mientras Lucy abría el ojo derecho con dificultad y llevaba la mano abierta a unos centímetros de su cara para taparse de los rayos del sol que se colaban por una de las ventanas del dormitorio.

Ella observaba en silencio los alrededores de la habitación desconocida. El olor del café con un toque de masculinidad y el perfume de hombre se hacían presente con viveza, y de a poco comenzaba asociar aquella voz con un rostro.

—¡¿Q-Qué hago aquí?! —exclamó aterrada tratando de sentarse en la cama—. Esta... no es mi cama 
—examinó, fijando la vista en la cara de Alberth y pasando a una playera de los Laker que llevaba puesta— Tú me quitaste la ropa... —inquirió con angustia casi en un susurró cubriendo su cuerpo con las sábanas instintivamente mientras sus mejillas ardían.

—No, no Lucy... Yo jamás haría tal cosa sin tu consentimiento. Mi hermana lo hizo —contestó esté tratando de acercarse mientras la chica se pegaba más al espaldar de la cama con espanto.

—Tú y yo... —lo señaló a él primero con pánico y luego se señaló ella.

—¡Qué... no! Oh Lucy jamás me aprovecharía de ti, de nadie y menos en el estado en el que te encontrabas —le interrumpió fijando sus ojos en ella con un tono serio asegurando que no había nada que temer.

Al escuchar su respuesta la chica morena dejó salir un suspiró de alivio y bajó un poco la guardia. Aún no entendía por qué, pero la vibra que aquel chico desprendía le hacía confiar en él. Automáticamente la cabeza de Lucy divago, pensando en que si Sarah llega a saber sobre esta situación la obligaría a ver nuevamente el documento de hace algunas semanas. Era tonto concentrarse en eso justo ahora, pero no podía dejar de pensar en lo desagradable que fue verlo.

—Te acuerdas de lo que sucedió, podrías decirme por favor. ¿Cómo llegué aquí? —comentó despacio y avergonzada, aún no entendía porque debía estarlo pero deducía que lo que iba a escuchar no era bueno.

Era la segunda vez que volvía a pasar. La segunda vez que despertaba en una cama sin saber nada de la noche anterior. Definitivamente debía detenerse y considerar qué demonios estaba sucediendo en su vida.

—Tú...

—¡¡Tío Alberth!! —interrumpió una hermosa pequeña entrando con prisa a la habitación, Alberth, tomó a la niña en los brazos con una amplia sonrisa y ojos brillosos mientras Lucy le miraba sin pestañear.

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Dinamarca

—¡Creo qué has comenzado a perder tu toque!             —exclamó Enrique mientras movía su cuerpo con destreza—. Acaso ya soy muy rápido para ti o tú eres ya muy viejo —soltó con prepotencia y varias carcajadas.

—¡Cuida de tus palabras chiquillo egocéntrico! —alegó abriendo distancia—. Cuanto más grande somos en humildad, más cerca estamos de la grandeza. Cuidado, que no te pase como Ícaro           —afirmó con elocuencia para luego hacer una marcha a fondo seguido de un ataque directo— ¡Touché!

—¡Bravo, bravo! —repetía una voz con algarabía dando varios aplausos con un toque de cinismo e interrumpiendo el fraternal momento—. No se espera menos del futuro rey. Aunque si me lo permite, su alteza —manifestó, deteniendo el paso y haciendo una reverencia en forma de burla— creo que la humildad no es una de sus muchas cualidades —añadió dejando salir una carcajada.

Edwards sonrió efusivamente lleno de confianza y dejó salir un disimulado suspiró antes de responder.

—¡Primo Nicolás, tan inoportuno como siempre!       —exclamó en un tono enérgico acercándose a él para abrazarle.

—Perdón por no venir antes querido Edwards...         —agregó retirándose del abrazo que apenas duró unos segundos— Aunque te he visto en las noticias y debo elogiar tu buen desenvolvimiento amado primo.

—Solo espero que eso haya sido suficiente para disipar cualquier otro rumor mal intencionado. Ya sabes, las personas se aburren, todavía lo reitero.

—¿Te unes? —preguntó Enrique con entusiasmó parado al lado de las dos figuras a seguir en su vida.




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