Lucy ha crecido con unos valores inquebrantables o tal vez, solo exagerados.
Anne, siempre se encargó de recordarle, que las personas mentirosas suelen arder con más fuerza en las llamas del infierno. Esas palabras la habían acompañado desde pequeña hasta el transcurso de su camino hacía la adultez. Haciendo de ellas un eslogan de vida. Lucy no sabía mentir y el hecho de tan solo pensar en ello enfermaba su alma.
—¡Buenos días dormilona! —escuchó resonar con los ojos cerrados una voz masculina, ella dejo salir un bostezo y acomodo su cabeza mejor en la almohada— ¡Vamos, hay que ir a la oficina! Un amigo que trabaja en Time, compartió información valiosa conmigo, más bien cobre un favor que me debía, pero da igual. Según él, recibieron una llamada anónima donde le decían que el príncipe Edwards fue visto saliendo del hotel plaza de la mano de una mujer, supuestamente una actriz, no muy conocida. Así que tú y yo estábamos en lo cierto —Volvió a insistir, en un tono agradable y dejando una taza de café y un plato de cereal en una de las mesitas de noche posicionada a la derecha de la cama.
—No, no quiero, Sarah... llama y, di que estoy enferma —respondió con quejas, arrugando la nariz como si fuese una niña pequeña.
Eso hizo que su acompañante dibujara una sonrisa de ternura. Había que reconocer que los naturales gestos adorables de Lucy, no dejaba indiferente a los hombres; tal vez por ello despertaba aquel instinto en el género masculino de sentirse obligados a protegerla inconscientemente. Era como si fuese un objeto de esos que especifican que es frágil cuando se empaca en la caja.
—Bueno a mi también me gustaría reportarme enfermo y dejarte dormir hasta tarde. Mi casa es tu casa y supongo que mi cama es tu cama. Aunque eso último sonó un poco raro. Pero debemos ir a trabajar. Tengo obligaciones y cuentas por pagar, ya te dije que soy un mago fracasado —repitió, mientras Lucy abría el ojo derecho con dificultad y llevaba la mano abierta a unos centímetros de su cara para taparse de los rayos del sol que se colaban por una de las ventanas del dormitorio.
Ella observaba en silencio los alrededores de la habitación desconocida. El olor del café con un toque de masculinidad y el perfume de hombre se hacían presente con viveza, y de a poco comenzaba asociar aquella voz con un rostro.
—¡¿Q-Qué hago aquí?! —exclamó aterrada tratando de sentarse en la cama—. Esta... no es mi cama —examinó, fijando la vista en la cara de Alberth y pasando a una playera de los Laker, que llevaba puesta— Tú me quitaste la ropa... —inquirió, con angustia casi en un susurró cubriendo su cuerpo con las sábanas instintivamente y sus mejillas ardían.
—No, no Lucy… Yo jamás haría tal cosa sin tu consentimiento. De hecho, tú lo hiciste —respondió, él trataba de acercarse mientras la chica se pegaba más al espaldar de la cama con espanto—. Es qué decías que te sentías algo incómoda con el suéter, algo acalorada por así decirlo...
—Tú y yo... —lo señaló a él primero con pánico y luego se señaló ella.
—¡Qué... no! Oh Lucy jamás me aprovecharía de ti, de nadie y menos en el estado en el que te encontrabas —le interrumpió fijando sus ojos en ella, su tono era serio y reconfortante a la vez.
Al escuchar su respuesta, la morena dejó salir un suspiró de alivio y bajó un poco la guardia. Aún no entendía por qué, pero la vibra que aquel chico desprendía le hacía confiar en él. Automáticamente la cabeza de Lucy divago, pensando en que si Sarah llega a saber sobre esta situación la obligaría a ver nuevamente el documento de hace algunas semanas. Era tonto concentrarse en eso justo ahora, pero no podía dejar de pensar en lo desagradable que fue verlo.
—Te acuerdas de lo que sucedió, podrías decirme por favor. ¿Cómo llegué aquí? —comentó despacio y avergonzada, aún no entendía porque debía estarlo pero deducía que lo que iba a escuchar no era bueno.
—¿Te acuerdas, qué nos encontramos afuera del dispensario ambulante?
Ella respondió afirmando con la cabeza.
—¿Te acuerdas qué, donamos sangre? ¿Y Te acuerdas qué te dije que eramos prácticamente vecinos?
Volvió a mover la cabeza.
—Pues, mientras caminábamos pasamos por la tienda naturalista qué acaba de abrir a varias cuadras de aquí.
—¡Oh, si! Me acuerdo que comí una galleta, una dulce chica la repartía afuera.
—Realmente fueron tres galletas —aseguró Alberth, levantando tres dedos.
—Pero no hay forma que las galletas me hayan hecho olvidar lo que hice ayer. Y está sensación de vértigo —dijo, llevando una mano a su cabeza.
—Mira, Lucy, no te vayas a alarmar... pero las galletas, tenían ciertos condimentos —Trataba de explicar de una manera que no sonará alarmante—. Algo...
—¿Algo cómo que Alberth?
—Pues, algo que da la sensación de vértigo... Aunque nunca habría pensando que lo hacen en galletas, generalmente lo hacen en brawnies.
Era la segunda vez que volvía a pasar. La segunda vez que despertaba en una cama sin saber nada de la noche anterior. Definitivamente debía detenerse y considerar qué demonios estaba sucediendo en su vida.
—Yo... —Sus ojos se ampliaron cuando cuando por fin entendió a que se refería Alberth— ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mio! Yo... he mansiyado mi cuerpo —susurró—. Tía Anne, debe de estar mirandome desconsolada. ¿Es qué como es posible que alguien regale esas cosa a plena luz del día? —ella se levantó de la cama con brusquedad y sintió las consecuencias de un vértigo terrible. Alberth se acercó a ella y la ayudo a sentarse en la cama de nuevo.
—En su defensa, ella te preguntó si eras afiliada naturalista en una de su sucursales, y contestaste que si.
—Por supuesto, pensé que se referían al reciclaje... —ella comenzó a hiperventilar.
—Mira yo lo lamento, tal vez debí decir algo, pero pensé... Así que lo único que se me ocurrió fue traerte a casa ya que no sabias cual era tu edificio, y pues si son bastantes...