La cenicienta de Queens

Capítulo 28: Padres

—¡Hogar dulce hogar! —exclamó la chica de cabello corto castaño con un nudo en el estómago.

Su voz era fina y carente de cualquier destello de valentía que suele identificarla. Está examinó con angustia la entrada de su antigua casa, esa que suponía fue su hogar. Ha pasado un poco de tiempo desde la última vez que había ido de visita.

Su respiración intensa dejaba al descubierto el estado de inquietud que se hacía presente con cada paso temeroso, hasta llegar a la entrada mientras una nube de incertidumbre se aloja en su cabeza. Pero qué rayos le pasaba; no pudo evitar preguntarse así misma, acaso llevaba escrita en letras gigantescas aquella palabra o el mero hecho de respirar le delataba.

—¡Ya cálmate! —se sugirió con cierto reproche—. Estás exagerando, no hay nada a qué temer. Eres una adulta y no es el fin del mundo. Hoy en día es normal... —se dedicó palabras de aliento. Palabras que en ese momento no tenían mucho sentido.

Aún no comprendía el temor que le generaba volver a casa. Era inexplicable el pánico que surgía al volver a ver a su padre. Y no entendía por qué tuvo que hacer aquella parada. Su subconsciente la había puesto en esta posición estresante, ya que no era la primera vez que viaja a San Francisco e ignoraba totalmente la existencia de su familia.

Maya, había logrado hacer de esta ciudad un lugar seguro donde podía ser ella misma sin las interrogantes del mundo exterior. Todo lo opuesto a la existencia de una familia disfuncional; gritos, comentarios machistas, las ideas retrógradas, peleas constantes y un padre intolerante. Simplemente las cosas nuevas o raras no encajaban allí.

—Aquí voy... —señaló para si misma dejando salir varias bocanadas de aire y tocando la puerta pintada de blanco con una calcomanía enorme de un estúpido conejo rosa con una cesta y varios huevos dentro de ella. Aquello hizo que ella frunciera el ceño con desaprobación. A veces, Sarah, llegaba a la conjetura de que en cierta forma era bastante parecida a su padre, sin embargo trataba de romper esa rueda.

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Dinamarca

De: Lucy

Lamentó no haber respondido 
a ninguno de tus mensajes, pero 
acepto tu invitación a cenar 
cuando estés de regreso.

1:30 am
Recibido: 5 de abril del 2013

 

******

De: Lucy

Lo siento a veces suelo crear películas en mi cabeza en serio. 
Fue una locura pensar que tú eras aquel príncipe superficial y egocéntrico hasta llegué a pensar que llevabas un disfraz, que locura, ¿no?. Pero tú, eres una buena persona. Es solo que esta siendo un mal momento en mi vida para confiar en los demás!!!

1:36 am 
Recibido: 5 de abril del 2013

 

Desde una esquina de la habitación, Edwards, se encontraba escéptico y sin saber en donde posar los ojos. Si en el sutil mensaje de Lucy, el cual no paraba de releer o en la chica desnuda que se encontraba plácidamente dormida en su cama. Ahora cómo podría volver a ver a Lucy a los ojos sin sentir tanto asco por sí mismo.

—Oye... —musitó en un tono débil abriendo los ojos despacio y seguido de un bostezo ahogado— ¿Está bien, alteza? —preguntó intrigada con la vista puesta en la inexpresiva cara de Edwards.

Al no obtener respuestas está envolvió su cuerpo en la sábanas y caminó hacía él quedando a solo varios centímetros de distancia poniéndose en puntillas y depositando un beso en su mentón.

—¡Alteza! —exclamó nueva vez en un tono burlón y con mucha más confianza.

—Yo... creo que la amo —manifestó en un susurro con la mirada pérdida caminando hacía la puerta, saliendo de la habitación y dejando allí aturdida ante aquel comentario a su acompañante.

El cerebro de éste había bloqueado totalmente la existencia de aquella mujer.

 

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San Francisco

Una mujer un poco robusta y de algunos cincuenta y tantos abrió la puerta. Esta llevaba un delantal con estampados de conejitos de un color muy alegre y unas orejeras a juego mientras sostenía una bandeja con galletas.

—¿Puedo ayudarle? —preguntó en un tono amable y una amplia sonrisa empequeñeciendo los ojos un poco tratando de recordar dónde había visto aquella cara.

—Yo...

—¡Oh por Dios! ¡Eres mucho más bonita en persona! —exclamó la mujer abrazándola con cierta algarabía interrumpiendo lo que está iba a decir.

Sarah, observaba perpleja aquella mujer parada en la entrada de su casa, la que sólo hace segundos la abrazaba como si la conociera de toda una vida.

—¡Oh sí soy yo! —exclamó imitando con sarcasmo la algarabía de la desconocida— ¿Y quién diablos se supone que eres tú? —preguntó aún imitando el tono de voz de la mujer desconocida y seguida de una grosería. Está procedió a entrar a la casa sin pedir permiso y poniéndose en marcha hacía la cocina—. Espera... —se detuvo de golpe haciendo que la mujer chocará contra su espalda— ¿Esta casa no la han vendido cierto? Porque sería ilegal que esté caminando así justo ahora dentro de ella y tú no eres una asesina en serie, ¿cierto? Me lo diría si fuese el caso... Obviamente no, pero... —comentaba girando en sus talones al ver lo cambiado que estaba el vestíbulo— Vaya no recuerdo haber visto alguna vez este lugar así, tan... tan... iluminado
—aseguró con estupor mientras escuchaba risas provenientes de la cocina, que hacía crecer su curiosidad.

—Bueno supongo que yo tengo un poco de crédito en ello —afirmó la mujer con orgullo, pero Sarah no le prestaba atención— ¡Conejito tenemos visitas! —exclamó con bastante cariño parándose al lado de Sarah. Está observaba a su padre con un signo interrogante en los ojos sin siquiera poder conseguir pestañear. Él llevaba un delantal igual y unas orejas a juego mientras cortaba masa para galletas rodeado de varias niñas que igual llevaban orejas de conejo.




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