La cenicienta de Queens

Capítulo 49: Instinto materno

Nuevo Orleans

—¡Lo lamento, enserio lo lamento! No te imaginas cuanto —exclamó él en un estado acongojado tomándole la mano y su corazón comenzó a latir desenfrenado, aunque ella ni siquiera se inmuto—. Nunca fue mi intención causarte dolor, no obstante lo he hecho, no de manera intencional pero lo he hecho.

Cuando el coche se detuvo, ella retiró su mano de la del príncipe con frialdad, su rostro era una suave máscara de concentración y se colocó unas grandes y ovaladas gafas negras que armonizaban con sus facciones. 

A las afueras del lugar ya se había formado un circo mediático; decenas de periodistas esperaban vigilantes a su llegada. Por mucho que detestaba admitirlo, echaba de menos las mañanas tranquilas en la ciudad de Nueva York con su ruido estrepitoso de fondo. Lucy, suspiró cansada y se deshizo de aquella incómoda sensación y la realidad de lo que estaba haciendo cayó sobre ella.

—Bien. ¡Aquí vamos otra vez…!

Su prometida lo escuchó exclamar en un tono bajo y débil mientras fruncía el ceño. En su mirada había miedo y confusión, pero solo le tomó unos segundos enterrar todas sus emociones. Era asombroso lo imperceptible que cambiaban las emociones en el rostro del príncipe. La puerta del coche se abrió y Edwards se apresuró a salir primero, tal como lo demanda el protocolo; miró a su alrededor y observó satisfecho a los guardias de seguridad y a los miembros de la policía de la ciudad. Nada había sido dejado al azar, y confiaba plenamente en las estrictas medidas de seguridad.

                                          ******

Dinamarca

—Una palabra tuya, solo eso se necesita; nunca te he pedido nada, he hecho todo lo que se me ha ordenado sin imposición alguna y he jurado fidelidad a esta familia por arriba de todo, sin embargo aquí estamos otra vez…

Su mirada era discreta y su sonrisa un poco fría.

—Debo destacar que no le temo a la tormenta, y ya que has sido tan permisiva con Edwards, tal vez… —prosiguió mientras trataba de apelar a su humanidad— Al menos si me concedes aquello, el príncipe heredero puede aprovechar para alejarse de los reflectores por un rato y en el proceso podrías deshacer ese absurdo compromiso suyo.

—O podría enviarlo lejos, con la excusa de algunos asuntos en el nombre de la corona al menos por un tiempo. Sólo eso puedo darte —sugirió la reina en un tono templado. 

—Me lo prometiste —objeto la princesa Victoria con ira hacia su idea—. En cambio no he tenido más que promesas.

La constatación de su propio dolor se adentro en su corazón.  

—¡No soy yo! El parlamento, el consejo, la iglesia, no lo permiten. Intente, intente buscar una salida viable para todos, pero no hay una —garantizo con firmeza— No voy a desafiar las reglas porque te sientes encaprichada con alguien…

—Por supuesto, es que no me recordaba que las reglas solo se cambian y el protocolo solo se rompe si es para complacer los caprichos del príncipe heredero. Por supuesto que tampoco se aplica a la reina, quien en su momento se casó con el hombre al cual amaba su hermana… Pero al menos debo agregar que ella sí fue lo bastante inteligente para abandonar esta familia                 —arremetió con furia.

—Al casarme con él no violé las escrituras ni ofendí a la iglesia. Y lo que sea que ella pensó que tenían no fue real, solo fue un producto de su imaginación. No puedes enamorarte en solo tres días.

—Sin embargo, es curioso como tú lo hiciste. Así logras dormir por las noches; repitiendo aquello. ¿Dónde estuvo tu supuesta moralidad?

—Comprendo de cierto modo el sufrimiento que padeces, pero un divorcio sólo podría empeorar todo antes de mejorarlo. Así que como reina no tengo opción, no puedo permitir que te divorcies y sigas formando parte de esta familia.

—¿Solo harás de cuenta que nunca existió esa promesa?

—Por el bien de todos  —añadió claro y fuerte en un tono frío—. Así es.

                                             ******

Nuevo Orleans

La luz fluorescente, el olor a desinfectante, las cortinas pesadas y sin color que cubrían las ventanas y los uniformes; todo era muy depresivo.

—¡Charlotte, tienes visitas! —exclamó en un tono afable y la emoción se hizo notar en su rostro con júbilo por la presencia del príncipe. La enfermera se adentro en la habitación y caminó hacia las cortinas para dejar pasar la luz— ¿No entiendo porque le has hecho la guerra a la luz? —inquirio en un tono bromista.

Charlotte, quien estaba sentada en un sillón, se rió débilmente y en seguida prosiguió una tos persistente, acompañada de un dolor en el pecho y la dificultad para respirar se hizo evidente. La enfermera aceleró el paso hacia ella y le colocó una máscara que tenía al lado de un tanque de oxigeno. Lucy, se tomó su tiempo y suspiro profundo llenando los pulmones, luego entró tímida después de Edwards.

Se hizo un silencio estrepitoso en la sala, pero Charlotte lo llenó enseguida con su melodiosa voz.

—Te dije que quería estar presentable para la visita —le replicó a la enfermera, que más bien parecía su amiga; aunque aquello no le sorprendió a su hija, Charlotte tenía ese encanto natural de agradar a las personas. Todo lo contrario a ella—. Ahora estoy todo menos presentable. No todos los días conoces a un príncipe —añadió clavando la mirada en Lucy y después pasando a Edwards—. ¡Su alteza! Me inclinaría pero creo que no estoy en el mejor estado para levantarme.

Su madre estaba tan pálida y las ojeras solo delataban su cansancio. No ostenta su cinismo y sentido del humor retorcido seguían intacto ahí con ella. 

—¡No hay necesidad para ello! —exclamó curvando los labios con una sonrisa— ¡Mucho gusto, príncipe Edwards! —se acercó hacia ella y extendió su mano.

—¡Es increíble, enserio es un príncipe!

—Y sin embargo, espero me encuentre digno de su hija       —expresó él con simpatía.




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