Nuevo Orleans
—Lo lamento, enserio lo lamento. No sabes cuan arrepentido estoy —dijo él, angustiado, tomando su mano mientras su corazón latía acelerado, aunque ella no reaccionó en absoluto—. Nunca fue mi intención causarte dolor, no obstante lo he hecho, no de manera intencional pero lo he hecho.
Cuando el coche se detuvo, ella retiró su mano de la del príncipe con frialdad, su rostro era una suave máscara de concentración y se colocó unas grandes y ovaladas gafas negras que armonizaban con sus facciones.
A las afueras del lugar ya se había formado un circo mediático; decenas de periodistas esperaban vigilantes a su llegada. Por mucho que detestaba admitirlo, echaba de menos las mañanas tranquilas en la ciudad de Nueva York, con su ruido estrepitoso de fondo. Lucy, suspiró cansada y se deshizo de aquella incómoda sensación y la realidad de lo que estaba haciendo cayó sobre ella.
—Bien. ¡Aquí vamos otra vez!
Su prometida lo escuchó exclamar en un tono bajo y débil, mientras fruncía el ceño. En su mirada había miedo y confusión, pero solo le tomó unos segundos enterrar todas sus emociones. Era asombroso lo imperceptible que cambiaban las emociones en el rostro del príncipe. La puerta del coche se abrió y Edwards se apresuró a salir primero, tal como lo demanda el protocolo; miró a su alrededor y observó satisfecho a los guardias de seguridad y a los miembros de la policía de la ciudad. Nada había sido dejado al azar y confiaba plenamente en las estrictas medidas de seguridad.
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Dinamarca
—Una palabra tuya, solo eso se necesita. Nunca te he pedido nada, he hecho todo lo que se me ha ordenado sin imposición alguna y he jurado fidelidad a esta familia por arriba de todo. Sin embargo, aquí estamos otra vez…
Su mirada era discreta y su sonrisa, aunque presente, parecía más fría de lo habitual, revelando una mezcla de resignación y desencanto.
—Debo destacar que no le temo a la tormenta, y ya que has sido tan permisiva con Edwards, tal vez…
—prosiguió mientras trataba de apelar a su humanidad— Al menos si me concedes aquello, el príncipe heredero puede aprovechar para alejarse de los reflectores por un rato y en el proceso podrías deshacer ese absurdo compromiso suyo.
—O podría enviarlo lejos de tu lado, con la excusa de algunos asuntos en el nombre de la corona al menos por un tiempo — sugirió la reina en un tono templado, tratando de buscar una solución menos llamativa y más sensata—. Así podrías tener tu espacio, solo haz lo que sea que quieras hacer en privado.
—¡Me lo prometiste! —objetó la princesa Victoria, con los puños apretados y la mirada desafiante hacia la reina, cuyos ojos evitaban encontrarse con los suyos—. Tú lo prometiste, pero en cambio no he tenido más que promesas.
La habitación resonaba con la intensidad de sus palabras cargadas de resentimiento y desilusión. El silencio pesado se instalaba entre las dos mujeres, como un muro invisible que reflejaba la ruptura en su relación.
La princesa sentía cómo la constatación de su propio dolor se adentraba en su corazón, como agujas afiladas que perforaban su ser. Cerró los ojos un instante, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con traicionar su fachada de fortaleza.
—¡No soy yo! El parlamento, el consejo, la iglesia, no lo permiten. Intente, intente buscar una salida viable para todos, pero no hay una —garantizo con firmeza— No voy a desafiar las reglas porque te sientes encaprichada con alguien.
La angustia y el peso de las responsabilidades se reflejaba en sus ojos, mientras trataba de hacer entender a su hermana la complejidad de la situación. Sabía que sus palabras podían herirla, pero era necesario mantener la compostura y priorizar el bienestar de todos.
—Por supuesto, es que no me recordaba que las reglas solo se cambian y el protocolo solo se rompe si es para complacer los caprichos del príncipe heredero —respondió con un dejo de sarcasmo y resentimiento, sintiendo cómo la injusticia y la hipocresía se envolvían en un manto oscuro—. Por supuesto que tampoco se aplica a la reina, quien en su momento se casó con el hombre al cual amaba su hermana… Pero al menos debo agregar que ella sí fue lo bastante inteligente para abandonar esta familia —arremetió con furia contenida, dejando entrever su amargura y decepción ante las dobles moralidades imperantes en la corte.
—Al casarme con él, no violé las escrituras ni ofendí a la iglesia. Y lo que sea que ella pensó que tenían no fue real, solo fue un producto de su imaginación. No puedes enamorarte en solo tres días —afirmó con determinación, defendiendo su decisión y desafiando las acusaciones veladas que insinuaba sobre la legitimidad de sus sentimientos.
—Sin embargo, Nicolás, siempre será ese amargo recordatorio. Así logras dormir por las noches; repitiendo aquello. ¿Dónde estuvo tu supuesta moralidad? —Victoria cuestionó con voz cargada de dolor y resentimiento, señalando con sus palabras la herida abierta que representaba la presencia constante de Nicolás, en la vida de la reina.
—Comprendo de cierto modo el sufrimiento que padeces, pero un divorcio solo podría empeorar todo antes de mejorarlo. Así que como reina no tengo opción, no puedo permitir que te divorcies y sigas formando parte de esta familia —expresó con pesar, reconociendo la difícil posición en la que se encontraba.
—¿Sólo harás de cuenta que nunca existió esa promesa? —preguntó con voz temblorosa, buscando una respuesta que pudiera aliviar el peso de la incertidumbre que se cernía sobre su futuro.
—Por el bien de todos... incluso el tuyo. Así es —respondió con determinación y firmeza en un tono frío.
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Nuevo Orleans
El zumbido constante de la luz fluorescente llenaba la habitación, mientras el penetrante olor a desinfectante impregnaba el aire. Las cortinas pesadas y sin color cubrían las ventanas, impidiendo la entrada de luz natural y sumiendo el lugar en una penumbra artificial. Los uniformes blancos y estériles de los trabajadores de la salud contrastaban con la falta de vida en el ambiente, creando una sensación de asepsia y frialdad que se palpaba en cada rincón. Era un entorno depresivo, carente de calidez y humanidad, donde la esperanza parecía diluirse entre las sombras.