La cenicienta de Queens

Capítulo 52: Digna hija de tu madre

En el momento tenía lo que se le podía atribuir un sentimiento de felicidad esporádico y aquello no era muy recurrente desde que había llegado al palacio. Pero sentía ese sinsabor que no desaparecía y los pensamientos turbulentos seguían allí, aunque los ignorará siempre buscarian la manera de salir a flote.

—¡Bien Lucy, ya basta!

Se obligó a detenerse y comenzó a buscar que ponerse en el enorme closet, que podría jurar que era del tamaño de su departamento.

—Estás feliz, eres feliz… estás, viviendo tus sueños…

Se repitió varias veces girando despacio y observando detenidamente su nueva ropa, zapatos y su joyería valorada en algún número que jamás en su vida ni siquiera había escrito.

—¡Vives en un castillo! Como lo imaginamos toda una vida… es uno de verdad… ¿Por qué no eres feliz?

Le costaba ocultar esa mezcla de ira y tristeza. La vida le estaba dado lo que tanto había anhelado, aquello que solo parecía una absurda fantasía, la vida se lo había servido en bandeja de plata. No tenía una madre o un padre que la amara, pero tenía un príncipe ¿Acaso aquello no era mejor?

Ella salió del enorme closet y camino hacia el espejo del pequeño y deslumbrante tocador que iba a juego con la magnificente decoración; El reflejo en el espejo era el mismo, pero los sentimientos no eran suyos o tal vez habían cambiado los sentimientos pueden ser volátiles o quizás nunca estuvieron ahí.

—Lucy Andrews, tu amas a Edwards… —agregó firme tratando de convencerse pero aquello fue más un cuestionamiento—. Te vas a casar con él… ¿por qué lo amas? El hecho de que no puedas decírselo no quiere decir que no lo sientas…

Un escalofrío atravesó su cuerpo y su mente se congeló dejándola sin aliento durante unos segundos.

—No puedo estar aquí… —dijo saliendo del trance— no pertenezco aquí… No quiero esta vida. Yo… He tenido muy poca vida vivida.

Y por primera vez se escuchó decirlo en voz alta con tanta seguridad, que aquello se sintió liberador.

No quería un final de cuentos de hadas. Ella no era una damisela en apuros o una muñeca con la palabra frágil grabada en la frente y por supuesto que no era la maldita Cenicienta. Quería salir allí afuera y comerse el mundo, el jodido mundo del que su subconsciente junto con la crianza retrógrada de su tía se le privó por tanto tiempo; no la culpaba, ahora más que nunca entendía sus razones, su tía Anne no quería que terminara como Charlotte.

Así que debía ser ahora, debía aprovechar su pequeño momento de lucidez y elegirse a sí misma por encima de los sentimientos de otros. Ella tomó la misma pequeña maleta de mano con la que había llegado hace unas cuantas semanas atrás llena de expectativa y movida por unos latidos que ya no lograba escuchar; abrió la maleta y hasta ahora se daba cuenta que nunca la había desempacado, como si su subconsciente presentia que solo estaria de paso. Lucy la removió con prisa y tomó un vestido al azar, junto con él salió un sobre y en el interior había una carta: 

_________________________________________________________

 

Señorita Andrews, no soy quien para hacerla cambiar de opinión si ya ha decidido quedarse. Como bien le comunique aquella noche, no pretendo ser yo un inconveniente para su futuro. 
Tome esto como una pequeña muestra de despedida y afecto… al cual le llamaremos amistad, ya que por su bien he decidido alejarme.

Quisiera decirle que no le deseo más que felicidad al lado de Edwards, pero ambos sabemos que aquello sería una vil mentira descarada.

Thomas Bennett:

Músico de Jazz retirado. 
Casado con Martha Moore
Dos hijos: 
Noah Bennett y Daisy Bennett

50 Scenic Way San Francisco, CA 94122
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Cuando terminó de leer, sintió un pinchazo en el pecho. Antes de la conversación que había tenido con Charlotte hace unos días, Lucy solo tenía dos ideas sobre su origen que la habían acompañado todo lo que tenía de vida y tal vez por ello el repudio de su madre. La primera suposición le provocaba pesadillas, fácilmente podría haber sido el fruto de una agresión sexual, aunque ella se aferraba a la segunda idea, la cual no era para nada bonita pero al menos era mas reconfortable, esa donde su padre tal vez fue un drogadicta sin futuro y habia muerto de sobredosis en el baño de alguna gasolinera.

Había llegado el momento y a medida que bajaba las escaleras su corazón se detenía en el pecho. Cuando llegó abajo no percibió a Edwards, ella vaciló durante un buen rato pensando en qué le diría, pero al final solo decidió seguir adelante. Como un vil ladrón que sale a hurtadillas.

—¿Si no te conociera diría que vas a algún lado…?               —escucho resonar desde el centro del salón y ella frenó en seco, estaba avergonzada por la forma en la que había decidido marcharse—. ¿Que significa esto Lucy?

El apretaba una hoja de papel con tanta fuerza que sus nudillos se percibían blancos. 

—Si esto es una broma… es una de muy mal gusto. Porque ni siquiera yo sería tan cruel.

Ella soltó una gran bocanada de aire y por fin volteó a verle; sus ojos cayeron en la pequeña maleta que sujetaba y casi se desploma.  

—Si estás confundida o si aún tienes dudas —Edwards caminó a su dirección y sujetó una de sus manos con fuerza llevándola a su pecho para que pudiese sentir como su corazón martillaba de manera desenfrenada por ella—. Por favor, por favor, por favor… podemos arreglar esto. Déjame llevarte a París,  ello te hará cambiar de opinión.

Ella sintió un tirón en la boca del estómago y esa sensación magnética que la atraía hacía él a pesar de que su cerebro protestaba. 

—Yo… solo, no puedo Edwards…

Negó con la cabeza mientras retiraba la mano, aquello se sintió doloroso pero se mantuvo firme.




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