Lucy había llegado a una de las fastuosas fiestas de té, que la reina solía llevar a cabo cada mes, en los exquisitos jardines del palacio. A medida que las primeras luces del atardecer bañaban el entorno, los nobles y miembros de la alta sociedad comenzaban a llegar, ataviados con trajes elegantes y joyas resplandecientes.
La música suave y refinada flotaba en el aire, acompañando los pasos rítmicos de los invitados que se desplazaban con gracia por los jardines. Los protocolos de la realeza dictaban la forma en que debían saludarse y conversar, creando una danza social en la que cada gesto y palabra, estaban cuidadosamente calculadas.
La opulencia de la fiesta de té resultaba abrumadora para ella, mientras caminaba enganchada del brazo de Edwards. La luz cálida del sol bañaba los jardines del palacio, haciendo que su vestido brillara con esplendor. Mientras avanzaban, Lucy repetía mentalmente la necesidad de sonreír ligeramente, y recordando las palabras de Edwards para tratar de tranquilizarse; "tranquila, solo es una simple fiesta de té" recordaba sus palabras. Sin embargo, la palabra simpleza no cabía allí.
—Lu, cariño, ¿estás disfrutando la fiesta? —preguntó el príncipe con una sonrisa encantadora, tratando de calmar los nervios de su prometida. Él, odiaba verla temblando ligeramente, odiaba verla expuesta a este ambiente tan superficial e hipócrita de la corte, pero debía hacerse a la idea que ella debía acostumbrarse más temprano que tarde.
En la mesa principal, Edwards se sentaba junto a su prometida, quien estaba nerviosa y ansiosa. A diferencia de las damas de la alta sociedad reunidas en la fiesta, Lucy carecía de títulos y conocimiento en el protocolo real, lo que la hacía sentirse fuera de lugar.
Lucy asintió con timidez, tratando de mantener la compostura antes de responder:—Es todo tan... magnífico, E... su alteza —respondió con cortesía, sintiendo la presión de estar ahí. Y recordando que no podía llamar a Edwards por su nombre en público, debía dirigirse a él de manera respetuosa, por su título, tan como lo determina el protocolo.
En ese momento una dama de refinados modales se acercó a la mesa.
—¡Majestad! ¡Su alteza, el príncipe heredero! —exclamó, haciendo una reverencia con naturalidad para la reina y su hijo—. Señorita Andrews —inclinó ligeramente la cabeza hacia ella, en modo de saludo.
—Señorita —Edwards reconoció su saludo y la miró sin ninguna expresión. Desde aquella cena, no se había vuelto a topar con ella.
Él recordaba que había dejado a aquella mujer en el vestíbulo, con lágrimas apenas contenidas, mientras él se apresuraba hacia la habitación de Lucy. La puerta de su alcoba parecía pesar más de lo normal. ¿Cómo le explicaría lo que había hecho con aquella mujer? Sabía que no era un engaño en el sentido convencional, pero ¿lo entendería Lucy?
Finalmente, Edwards, cruzó el umbral. Su corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de su pecho. Y allí estaba ella, Lucy, dormida y vulnerable, bañada por la luz de la luna. Su rostro parecía esculpido por los mismos ángeles, y Edwards sintió que el tiempo se detenía. El miedo lo asaltó, ¿y si la perdía? ¿Y si sus acciones habían marcado un punto de no retorno?
—Querida Lucy, ¿te importaría acompañarme un momento? Me encantaría presentarte algunas de las jóvenes nobles de la corte —dijo ella con una voz melosa.
El príncipe sintió un nudo en el estómago al escuchar la petición de Lady Elizabeth. Sabía que su breve historia compartida con ella, podría desestabilizar la relación con Lucy, pero también entendía que era parte del protocolo real y que no podía mantener a Lucy a su lado todo el tiempo.
Con una mirada preocupada, Edwards asintió con resignación, indicando a Lucy que acompañará a Lady Elizabeth. Lucy se levantó de la mesa con una reverencia hacia la reina y su hijo, la cual fue acompañada por Elizabeth.
Mientras caminaban por los elegantes jardines, Lucy sentía una mezcla de ansiedad y temor. No estaba siendo fácil ganarse el favor de la reina, y de algunos de los demás integrantes de la familia real. Y ahora debía agregar otro desafío, socializar con las damas de la corte que la miraban con desdén y superioridad.
—¡Aquí está nuestra futura princesa! —exclamó Elizabeth, presentando a Lucy con un gesto amplio y una sonrisa encantadora—. Esta es Lady Isabella, Lady Amelia y la vizcondesa Odette, proviene de la noble familia de Hastings.
El círculo de jóvenes nobles estaba compuesto por damas de porte elegante y belleza inigualable. Entre ellas, también destacaba Elizabeth, una figura imponente de belleza Danesa, en todo su esplendor.
—¡Encantada de conocerte querida Lucy! Es un placer tenerte entre nosotras —dijo Lady Isabella, con tono amable.
Aquellas palabras venían con cordialidad, pero Lucy no pudo evitar sentir como un escalofrío recorría su espalda. Ahora era el centro de atención de las nobles de manera directa, quienes la observaban con curiosidad y expectación.
—El placer es mío, Lady Isabella. Agradezco su amabilidad y hospitalidad —respondió la morena, esforzándose en proyectar confianza.
—Espero que te sientas cómoda entre nosotras, Lucy. Ser parte de la nobleza requiere cierta adaptación, pero estoy segura de que pronto te acostumbraras a nuestro mundo... —comentó Elizabeth, con un tono tranquilizador, que irradiaba una calidez que contrastaba con la atmósfera tensa del momento.
—Aunque tu adaptación, va mejor de lo que se espera —repuso la vizcondesa, con una mirada afilada y cierta cizaña en su voz—. Dicen que el príncipe Nicolás está encantado de que te hayas unido a la familia... supongo que el príncipe heredero, debe estar agradecido por su hospitalidad —murmuró ella, con una sonrisa sugerente, insinuando la tensión entre los primos que todos conocían.
—Cuéntanos, Lucy, ¿a qué te dedicas? —preguntó Lady Amelia, con una curiosidad que parecía encubrir una intención más profunda.