La rodilla de Isla no dejaba de temblar mientras estaba sentada en el apartamento del señor Brown. No había ninguna otra persona allí, pero enormes pantallas mostraban la casa de Evan y muchos otros lugares en sus oficinas. Parecía que les habían pirateado las cámaras.
—¿De qué se trata todo esto? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó finalmente Isla, con la voz temblorosa.
—¿Por qué te importa? —respondió el hombre sin siquiera mirarla—. Si yo fuera tú, obedecería cualquier cosa con tal de evitar que me maten.
—Por favor… deje ir a mi abuela. Ella es inocente. ¿Por qué querrías hacerle daño?
Ante eso, el hombre por fin giró la cabeza hacia ella, observándola como si fuera un insecto levemente interesante. Luego preguntó con despreocupación:
—¿Dónde quedaron mis modales? ¿Quieres comer algo?
Isla parpadeó ante lo absurdo de la situación. Su comportamiento no coincidía con lo que estaba ocurriendo, y eso la confundió aún más. Él caminó hacia ella, lento y sereno, y cuando se detuvo frente a ella, dijo con un tono casi cálido:
—Tú eres una mujer inteligente. Nadie va a matar a tu abuela. Serás tú quien la mate si no sigues nuestras instrucciones.
La respiración de ella se entrecortó.
—¿Qué quieres de mí? Mira, si yo desaparezco durante tantas horas, Iván notará que algo anda mal.
—Él cree que estamos conociéndonos.
Isla soltó un suspiro frustrado.
—Sea lo que sea que tú estés tramando, no puedes burlar la ley en esta época.
—Sea lo que sea que yo esté haciendo o planeando —dijo él, sonriendo con una calma arrogante—, la ley estará de mi lado.
Eso hizo que Isla se quedara inmóvil. La confusión cruzó su rostro.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Pero ahora —continuó él, como si ella no hubiera hablado—, hay un ligero cambio en el plan. Tú nos ayudarás a obtener lo que tenemos que obtener.
—Mientras ustedes dejen ir a mi abuela, yo haré cualquier cosa que me digan. ¿Qué quieren? —preguntó Isla, decidiendo ya que Iván lo entendería. Él era su mejor amigo; por supuesto, él se daría cuenta de que ella había sido tomada como rehén.
Por lo que parecía, ellos querían algún tipo de información interna.
Pero Isla estaba equivocada.
—Nosotros queremos demostrar que Iván tenía una aventura extramatrimonial —dijo el hombre sin rodeos—. La chica que habíamos contratado ya no resulta creíble, cuando puede parecer realmente convincente si eres tú.
—¿Qué? —susurró Isla—. ¿Qué acabas de decir?
—¿Qué tiene eso de difícil? —replicó él, completamente despreocupado—. Lo único que yo estoy pidiendo es una foto de tú y Iván en una cama. Pero tú debes asegurarte de que parezca que lo han estado haciendo. Será menos de un minuto, y tú saldrás de su habitación.
Isla lo miró fijamente. Durante un segundo entero, pensó que había oído mal. Luego soltó un aliento incrédulo, casi una risa. Allí estaba ella, imaginando algún plan criminal enorme, algo que involucrara archivos confidenciales, información encriptada, quizá algo capaz de arruinar por completo al conglomerado Elliott. Y todo lo que ellos querían… ¿era un falso escándalo de adulterio?
—¿Sabes qué? —Isla negó con la cabeza—. Por un segundo, yo llegué a creer que tú eras parte de la CIA o algo así.
—No nos subestimes. Todavía no —él levantó un dedo y giró una de las pantallas—. Danos lo que necesitamos…
—Y tú me devolverás a mi abuela… —Isla lo interrumpió con brusquedad. Ya no le tenía miedo, al menos no de la misma manera. Iván lo entendería. Él la conocía. Él sabía que ella estaba siendo obligada—. Si quieres mi cooperación, la liberas primero.
—No tan rápido, cariño —la voz del señor Brown descendió, casi condescendiente—. —Presionó un botón, y la pantalla cambió a la sala de estar de su abuela—. …Por lo que yo veo, ella está disfrutando mucho de tener una cuidadora.
—Si tú no liberas a mi abuela —espetó Isla—, no habrá ninguna foto de Iván y yo que ustedes obtengan.
—Tal vez no me escuchaste —su tono se endureció apenas lo suficiente como para que ella percibiera el cambio de peligro—. Yo nunca dije que tu abuela sería liberada si yo obtenía la foto. Ella no será asesinada mientras tú sigas nuestras instrucciones. No habrá forma de dejarla libre hasta que Lucía y yo estemos asentados lejos de aquí.
—¿Lucía? —repitió Isla lentamente.
—Bueno, tú la conoces como Camilla.
El estómago de Isla se hundió. Camilla. Y entonces ella se preguntó cómo habían manipulado los registros, las identidades, hasta qué punto llegaba todo aquello.
—Por favor —susurró Isla con rabia—. Deja ir a mi abuela. Si yo te estoy dando lo que tú quieres… dame tú lo que yo quiero…
—Yo te daré lo que tú quieres —dijo él con una sonrisa fría y paciente—, después de que yo obtenga lo que yo quiero.
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