La madre perfecta

Capítulo 1 Llévame contigo

Manhattan, Nueva York

Seis años después

Mi vida se complicó después de que Sophia huyó de casa. Contrario a lo que ella pensaba, mis padres no pudieron soportar el dolor que les ocasionó su partida. Nunca dejaron de buscarla y, a pesar de que hicieron hasta lo imposible para encontrarla, nunca pudieron hacerlo. Era como si la tierra se la hubiera tragado. Nunca se los dije, pero creo que, en el fondo, ella no quería ser encontrada.

―¿Estás bien, Sophie?

La voz de mi compañero de trabajo, me aparta de mis pensamientos.

―Sí ―miento―, solo estoy concentrada en mi trabajo.

Puedo sentir su mirada inquieta revoloteando sobre mí. Hace algún tiempo que noto la manera en que me mira; su forma de tratarme. Sé lo que busca, pero lamento no poder corresponderle como él quiere que lo haga. Mi corazón dejó de latir el día en que mi gemela se olvidó de mí y se hizo pedazos cuando mis padres murieron y me dejaron sola.

―¿Te gustaría salir a dar una vuelta por la ciudad?

Dejo de mover las manos y fijo la mirada en las facturas que están sobre mi escritorio. ¿Qué trata de conseguir con aquella invitación? ¿Es una cita lo que me está pidiendo? Nunca he ido a una y no pienso hacerlo, jamás he estado sola con un hombre.

―Lo siento, Luis, pero ya tengo un compromiso para esta noche con una miga que acaba de llegar a la ciudad.

Miento con descaro, pero él nunca se va a enterar de ello. 

―Vale ―elevo la cara y lo miro a los ojos. Sonríe con pesar al escuchar mi negativa―. Será para otra oportunidad.

Asiento en respuesta y retomo mis obligaciones una vez que se aleja. Cerca de las seis de la tarde comienzo a recoger mi escritorio y a prepararme para volver a casa. No obstante, mi jefa de área se acerca e interrumpe los que estoy haciendo.

―Sophie, quiero pedirte un gran favor ―cierro los ojos y respiro profundo. Esta mujer no se cansa de hacerme la vida imposible. Quisiera negarme y decirle por primera vez en mi vida que me niego a quedarme trabajando horas extras que nunca van a pagarme, pero me trago la rabia, porque no puedo quedarme sin trabajo. Además, es mi jefa y nadie va a creer en la palabra de una simple secretaria―. Necesito que revises estas cifras y te asegures de que estén correctas ―me tiende una carpeta llena de hojas que me tomará unas dos horas para examinarlas a fondo―, tengo una cita con mi marido y ya voy retrasada ―ni siquiera se avergüenza al decirme la razón por la que me obliga a terminar un trabajo que le corresponde y que he venido haciendo durante el último año. Uno por el cual se gana todos los halagos y distinciones, además de un bono productivo del que no recibo ni un solo centavo―. Estaré eternamente agradecida contigo ―aprieto los puños debajo de la mesa. Sé bien que ningunas de sus palabras son sinceras―. No olvides dejarlas en el escritorio del contador, antes de irte.

Asiento en respuesta. Mantengo la mirada fija sobre ella hasta que la veo desaparecer en el interior del elevador. Subo los codos sobre el escritorio y hundo la cara en las palmas de mis manos.

―No sé cuánto más estaré dispuesta a soportarla.

Ni siquiera me doy cuenta de que pronuncio aquello en voz alta.

―¿Estás consciente de que puedes delatarla y contarle la verdad al jefe?

Con el corazón tronando debajo de mi pecho, aparto la cara de mis manos y la miro hacia arriba.

―Lo siento, Luis ―menciono arrepentida al verlo parado frente a mí con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón y con su mirada intensa puesta sobre mi rostro, pero esta vez no es por el motivo por el que siempre lo hace―. No me hagas caso, ya no sé ni lo que digo.

Nerviosa, abro la carpeta y comienzo a revisar cada uno de los documentos que contiene mientras lo miro con disimulo por debajo de mis pestañas.

―Debes hacer algo para detener sus abusos ―sé que tiene razón, pero no hay nada que pueda hacer al respecto―. No puedes seguir haciendo todo su trabajo para que ella siga cosechando los éxitos producto de tu esfuerzo, Sophie ―mis ojos se anegan de lágrimas―. Tú deberías ocupar el puesto para el que ella ni siquiera debe estar preparada ―insiste, determinado―. ¿Vas a quedarte de brazos cruzados? ¿Seguirás permitiendo que ella se aproveche de ti?

Inhalo profundo, antes de elevar la mirada y fijarla en sus ojos azules.

―¿Qué más puedo hacer?

Me mira decepcionado.

―¿Defenderte?

Niego con la cabeza.

―No te preocupes por mí, Luis, voy a estar bien ―me excuso, penosamente―. No me molesta hacerlo, esto me sirve de práctica.

Sonrío a pesar de que lo único que quiero es echarme a llorar de la impotencia.

―Bien, no insisto más ―pronuncia, decepcionado de mí, de mi actitud permisiva―, al fin y al cabo, es tu decisión.

Bufa con enojo, antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el ascensor. Elevo la mirada con disimulo y observo su espalda tensa, hasta que ingresa al elevador, se da la vuelta y me mira por última vez, unos segundos antes de que las puertas se cierren y se desconecten nuestras miradas.



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En el texto hay: amor, gemelas, embarazo

Editado: 23.10.2023

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