La madre perfecta

Capítulo 3 La otra mitad de mi corazón

Ingresamos al estacionamiento subterráneo de uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad. Estoy muy nerviosa, me siento mareada y con el estómago revuelto debido a los nervios. Cierro los ojos y respiro profundo mientras me digo a mí misma que todo va a estar bien, que no hay nada de malo en dar un paso como este.

―¿Estás bien?

Abro los ojos al escuchar su voz. Giro la cara y sonrío, a pesar de lo inquieta que me encuentro.

―Sí, solo un poco nerviosa.

¿Un poco nerviosa? Estoy que me meo las bragas. En cambio, él se nota seguro y despreocupado. ¿Cómo hace para controlarse de tal manera?

―Todo va a estar bien ―eleva nuestras manos entrelazadas y la llena de besos que me tranquilizan al instante―. Estando conmigo no tienes nada de que preocuparte.

Asiento en respuesta.

―Lo sé, no preguntes cuál es la razón, pero siento que contigo estoy protegida y segura.

Se inclina y me da un beso en los labios.

―Prometo que voy a cuidar de ti.

Pocos segundos después, percibo que nos detenemos. La puerta del auto se abre. Él baja primero, luego me ofrece su mano para ayudarme a salir. Esta vez llevo una hermosa sonrisa dibujada en mi boca, la primera que puede catalogarse, después de mucho tiempo, como real y sincera. ¿Y qué si me atrevo? ¿Y qué si me dejo llevar esta vez por lo que quiero? Ya no estoy dispuesta a detenerme, anhelo y deseo esto con toda mi alma.

Caminamos hacia el interior del edificio, guiados por su hombre de confianza. Los nervios vuelven a atacarme con mayor intensidad, pero trato de mantenerlos a raya. El sonido de mis tacones repiqueteando sobre el porcelanato es el único ruido que se percibe al transitar por los pasillos resplandecientes de este edificio. Para ser sincera, escucho mucho más claros los sonidos de mi corazón, cuyos latidos han decidido alojarse en el interior de mis tímpanos.

Nos detenemos frente al elevador. Kiril, el nombre por el que escuché llamar al tipo trajeado de negro, oprime el botón de llamado y permanece con nosotros hasta que las puertas se abren. Creo que este hombre es más que un simple chofer, tengo la presunción de que él y mi acompañante están unidos por una relación mucho más cercana y estrecha.

―Nos vemos mañana a la misma hora de siempre Kiril.

Ingresamos al elevador. Al darme la vuelta me cruzo con su aguda mirada celeste.

―Buenas noches, señorita.

Asiento con un movimiento de cabeza. Ahora mismo mi cerebro y mi lengua están enemistados. Una vez que las puertas se cierran, mi nerviosismo se dispara a niveles insospechados.

―Tranquila, te dije que estás segura conmigo ―sin pretenderlo, apreté mi mano tan fuerte que estuve a punto de hacer polvo la suya―. Si quieres, podemos olvidar esto y dejarlo para otra oportunidad.

Aquella sugerencia enciende mis alarmas. No, no quiero dejarlo para otro momento. Cociendo mi mala suerte, hay una gran posibilidad de que no nos volvamos a ver. Así que respondo de inmediato.

―No, no quiero irme ―respondo, resuelta y determinada―. Quiero pasar la noche contigo.

Sonríe, satisfecho.

―¿Quién te dijo que esto se trataba de una sola noche?

¡¡¡¿Qué?!!! Se inclina y me da un beso corto y rápido, pero repleto de muchas promesas e intenciones. Las puertas se abren antes de que pueda preguntarle a qué se refirió con aquellas palabras. Caminamos a lo largo de un corredor cubierto con una hermosa alfombra de diseño persa que silencia el sonido de mis tacones, pero que es incapaz de amordazar los latidos de mi corazón.

Abre la puerta de la habitación y juro por Dios que mis piernas empiezan a derretirse como la mantequilla al fuego.

―Bienvenida.

El tono de su voz gruesa y profunda me hacen reaccionar. Muevo las piernas y me dejo conducir hacia el interior.

―Gracias.

Trago grueso, pero me quedo abismada con la suntuosidad y la elegancia con la que esta habitación ha sido diseñada. La luz natural de la luna entra por los amplios ventanales, dándole un toque glamoroso y romántico. El piso de madera y el mobiliario están hechos especialmente para completar las comodidades del estilo residencial, mientras que los muebles en tono joya, las alegres piezas de arte y la ropa de cama de algodón egipcio; preparan el escenario para un elegante descanso. ¿Dije descanso? Retira la cartera de mi hombro y la deja en la mesa.

―¿Quieres beber algo?

Asiento en respuesta, a pesar de que nunca en toda mi vida he probado el licor. Cualquiera diría que me he criado en un convento, pero, a decir verdad, no tuve tiempo para disfrutar de mi adolescencia y cometer todas las equivocaciones que una chica a mi edad suele realizar. Tuve que madurar antes de tiempo para asumir responsabilidades que les correspondían a mis padres, pero que olvidaron desde el mismo instante en que mi gemela decidió huir y abandonarnos a todos.

―Sí, por favor.

Menciono, con la voz atragantada a causa de los nervios. Se acerca, mete sus dedos debajo de mi mentón y me invita a inclinar la cabeza hacia atrás para que lo mire a los ojos. Pierdo el aliento una vez que nuestras miradas vuelven a conectarse. La calidez que hay en ella me derrite el corazón. Me transmite seguridad y confianza, pero, sobre todo, me habla de verdad, de sinceras intenciones.



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En el texto hay: amor, gemelas, embarazo

Editado: 23.10.2023

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