Una hora después
Me recojo el pelo en un moño alto y me ajusto la blusa dentro de la falda. Me observo al espejo y sonrío satisfecha.
―Todo me quedó perfecto ―le digo a Clive al darme la vuelta―. Diste justo en el clavo con las tallas.
Comento con emoción, al verme puesto el precioso conjunto de blusa y falda que mi futuro esposo me regaló. Hace media hora que su chofer apareció con las manos llenas de bolsas y, dentro de ellas, suficiente ropa como para llenar un armario. También me trajo la capeta con las copias del informe que le dejé al contador. Lo olvidé en el asiento trasero de la limusina.
Eleva su cara, me repasa de pies a cabeza y se relame los labios.
―Me basta una sola mirada para saber las medidas exactas de tu cuerpo y, por ende, la talla de tu ropa ―menciona con su tono de voz ronco y con una seguridad que me deja impresionada―. Incluso, la de tu ropa interior.
De repente, una punzada de celos me hace sentir insegura. La sonrisa desaparece de mi boca como por arte de magia.
―¿Qué sucede, nena? ―se aproxima y lleva su dedo hasta mi entrecejo para eliminar la arruga que acaba de aparecer producto de la preocupación―. No te quedes callada, ten la plena confianza para decírmelo todo, incluso, si ese algo no es de mi entera satisfacción.
Trago grueso.
―¿Hubo muchas mujeres en tu vida?
Sonríe divertido al comprender lo que me está pasando.
―No te preocupes por el cuánto ―recorre mis labios con la yema de su pulgar―, lo único que debe importarte, es que tú eres la única mujer de la que me he enamorado ―inclina su cara y me da un beso que provoca que los dedos de mis pies se retuerzan―. Te amo, Sophie ―me estrecha entre sus brazos y me pega contra su pecho―. Eres la mujer con la que quiero compartir mi vida. Así que no hay ninguna razón para que te sientas celosa.
Sus palabras son suficientes para devolverle la calma a mi corazón.
―Esto me parece un sueño, Clive ―niego con la cabeza―. No puedo creer que mi vida haya cambiado tanto de un momento para otro ―inhalo profundo―. No tenemos ni veinticuatro horas conociéndonos y ya estamos comprometidos ―desvío la mirada hacia mi precioso anillo de compromiso―. Incluso, ya hemos dado los primeros pasos para encargar a nuestro primer bebé.
Mis mejillas arden con vergüenza.
―El primero de muchos.
Abro los ojos, completamente conmocionada.
―¿De cuántos estás hablando?
Pregunto con ansiedad.
―¿Diez te parecen suficientes? ―jadeo, impresionada. ¿Está hablando en serio? Suelta una sonora carcajada en cuanto ve la expresión que se dibuja en mi rostro―. Es una broma, cariño ―me besa en los labios―. Con la llegada de nuestro primer hijo iremos pensando en los siguientes, pero me gustaría que al menos fueran tres.
Suelto el aire retenido en mis pulmones y esbozo una enorme sonrisa.
―Me parece una cantidad justa.
La conversación finaliza en el momento en que su teléfono suena. Se acerca a la mesa de noche y observa la pantalla, antes de contestar.
―Lo siento, cariño, pero debo responder esta llamada ―se acerca y me da un beso en los labios―, espérame en el vestíbulo te llevaré a tu trabajo.
Entiendo que quiere privacidad para hablar, así que hago lo que me pide.
―Está bien, cielo, te espero abajo.
Tomo la cartera, la cuelgo en mi hombro y salgo de la habitación. Un viaje rápido en el elevador me lleva en pocos segundos hasta el vestíbulo. Me dirijo hacia uno de los sillones para esperar a Clive, pero el teléfono comienza a sonar antes de que me siente. Lo saco de la cartera y la sonrisa se borra de mi boca en cuanto veo el nombre de mi jefa reflejado en la pantalla de mi teléfono.
―¡¿Se puede saber clase de estupidez hiciste?! ―grita, furiosa―. ¿Dónde dejaste el maldito informe que te pedí le entregaras al contador? ―intento explicarle, pero no me lo permite―. Más te vale que te presentes en esta oficina cuanto antes o te prometo que hoy mismo te pongo de patitas en la calle ―insiste, furiosa―. Soluciona esto, antes de que te haga pagar caro lo que hiciste.
Me gustaría decirle que puede largarse al demonio y aclararle que soy yo la que va a renunciar, porque me voy con el amor de mi vida. No obstante, prefiero darme el gusto gritándoselo a la cara, así que me aguanto.
―Lo siento, no demoro en llegar ―le digo con indiferencia―. Estaré allí en menos de diez minutos.
Cuelgo la llamada, antes de obtener una respuesta de su parte. Por fortuna, hice copias del expediente y las traje conmigo. Estoy segura de que esto no es más que una treta de su parte para dejarme mal parada con el equipo.
Con paso apresurado me dirijo hacia el levador y subo hasta el último piso. En cuanto las puertas se abren, bajo con prontitud y me dirijo hacia la habitación. A medio camino me topo de frente con él.
―Ya te hacía en el vestíbulo, cariño.
Me acerco a él y lo envuelvo entre mis brazos.