Inhalo profundo, antes de entrar a la oficina. Agradezco que, en lugar de mi pesada y asfixiante jefa, sea Luis el que aparezca en mi camino. Sin embargo, me doy cuenta de la manera en que me mira y me recorre de pies a cabeza.
―¿Sophie? ―balbucea, confuso―. ¿Eres tú? ―expresa, aturdido―. ¡Por Dios! Te ves más hermosa que nunca.
Se pasa la mano por el cuello y traga grueso. Su halago hace que mis mejillas se ruboricen por la vergüenza.
―Estoy igual que siempre, Luis ―no me gusta ser el centro de atención, prefiero pasar desapercibida ante los ojos del mundo―. No seas exagerado.
Dejo el expediente sobre mi escritorio y guardo la cartera en el último cajón.
―¿Igual que siempre? ―niega con la cabeza―. ¿No te has visto en un espejo?
Su insistencia comienza a ponerme nerviosa. Aparto la mirada de él y la desvío hacia otro lugar, porque la forma en que me sigue mirando me hace sentir como si estuviera desnuda.
―Por supuesto que lo hice y te aseguro que vi a la misma chica de siempre ―miento con descaro. Para ser sincera, quedé asombrada conmigo misma al ver la manera en que la ropa que Clive me regaló, me hacía ver como si fuera alguien diferente. Incluso, mi figura se veía mucho más curvilínea y mi cintura diminuta―. Creo que deberías ir al oftalmólogo y pedir que te hagan una revisión profunda.
Sigue embelesado y sin apartar sus ojos de mí.
―¡¿Tratas de tomarme el pelo?! ―pregunta, con demasiado dramatismo―. Hoy irradias tanta belleza y elegancia que tengo la sensación de que si te sigo mirando voy a terminar con las retinas achicharradas.
Ruedo los ojos con disimulo. Es la frase más cliché que he escuchado en toda mi vida.
―Deja de actuar como un tonto, Luis ―le digo al sentirme incómoda con sus piropos―, y dime, ¿dónde está Cruella de Vil?
Agradezco que, con el cambio de tema, logre salir de su embelesamiento.
―Está reunida con el señor Emerson ―me dice, sin dejar de mirarme como si fuera una de las obras de arte de Leonardo da Vinci―, los ánimos están caldeados por lo de la desaparición del informe que necesitan para la reunión ―sonríe, divertido―. El gerente hecha peste por la boca y Lucinda, alias Cruella, está que se arranca los mechones postizos que lleva incrustados entre sus cabellos ―gira su cara y observa en todas direcciones para asegurarse que no hay moros en la costa―.
Una sonrisa de satisfacción se dibuja en mi boca.
―Bien merecido que se lo tiene por abusadora.
Luis mete las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y me mira con suspicacia.
―¿Lo hiciste a propósito?
Abro los ojos con asombro y niego con la cabeza.
―No, no lo hice, pero te confieso que no me faltaron ganas de hacerlo ―sonrío, divertida―, para ese entonces las circunstancias eran totalmente diferentes.
Sentí un inmenso deseo de vengarme de ella por todo lo que me ha hecho hasta ahora; de sus abusos, de su falta de consideración y de cada una de las horas que me hizo trabajar sin siquiera agradecérmelo. Quería verla metida en aprietos con los gerentes de la empresa, suplicando por mi ayuda para que la sacara del enorme lío en el que se habría metido. Sin embargo, me arrepentí en el último segundo. Primero, porque mi trabajo dependía de ello y, segundo, porque no soy una mujer malvada con mala sangre dentro de sus venas. Quizás esa es la razón por la que todos se aprovechan de mí, por ser tan buena y confiada. A pesar de todo el daño que me han hecho, soy incapaz de pagarle a alguien con la misma moneda, de hacer algo que los perjudique.
―Es una lástima ―chasquea su lengua―, me habría encantado ver su derrumbe en persona.
Ambos reímos a rienda suelta durante un rato.
―Me voy, Luis.
Me observa como si no comprendiera lo que estoy diciendo.
―¿Vas a renunciar?
Asiento en respuesta. Me arropo de valor y termino de decirle el resto.
―Sí, pero también me voy del país.
Los gestos de su cara se tornan serios. Arrastra la silla y se sienta frente a mí.
―¿Te vas del país? ¿Qué quieres decir, Sophie? Pensé que…
No termina de decirlo. Inhala profundo, antes de continuar.
―Conocí a alguien ―subo la mano en la que llevo puesta la sortija de compromiso. Su mirada se vuelca directamente sobre ella―. Me propuso matrimonio.
Se levanta de la silla con un movimiento brusco.
―¿Desde cuándo? ―noto la manera en que los músculos de su espalda se tensan―. ¿Por qué razón nunca me constaste de él?
Trago grueso. Luis ha sido mi único amigo, no puedo mentirle, no a él.
―Lo conocí hace veinticuatro horas.
Gira su cuerpo para quedar de frente. Me mira con desconcierto.
―¿Te vas con un hombre que ni siquiera conoces? ―pregunta con preocupación―. ¿Estás segura de lo que él siente por ti?
No puedo, pero si lo estoy de lo que yo siento por Clive.