La madre perfecta

Capítulo 9 Una despedida dolorosa

Salgo del edificio y alzo la mirada al cielo. Dejo que los rayos del sol calienten mi rostro y la brisa fresca de la mañana acaricie mi piel, mientras percibo en el lado izquierdo de mi pecho, los fuertes y contundentes latidos de mi corazón, Hoy es el primer día de una vida llena de amor y felicidad junto al hombre del que me he enamorado.

 Muero de ansias por encontrarme de nuevo con él. Hoy dejo atrás un pasado lleno de desdicha, desilusiones y dolor, para emprender el camino hacia una nueva vida colmada de anhelos, sueños e ilusiones.

¿En qué otro momento he sido tan feliz? Niego con la cabeza. Nunca.

Iré a casa, pasaré recogiendo las pocas pertenencias que voy a llevar conmigo y a pedirle a mi buena vecina Catalina, que cuide de la casa hasta que regrese y decida qué hacer con ella. Aferro la mano derecha del asa de mi cartera y, animada, comienzo a caminar por la acera mientras observo por última vez aquellos lugares que formaron parte de mi cotidianidad y rutina diaria.

Me acerco a la esquina y me detengo junto a la multitud de personas aglomeradas que esperan a que el semáforo cambie de color y les permita cruzar hacia el otro lado de la calle. Será un largo camino a casa y con estos tacones tan altos, llegaré agotada y con los pies destrozados. Sin embargo, no hay nada que pueda desanimarme ni empañar la felicidad que se ha desatado en mi interior. Incluso, mis músculos faciales terminarán adoloridos gracias a esta sonrisa que llevo en la boca y que no ha querido desaparecer desde que conocí a Clive.

¿Cómo es posible que alguien pueda enamorarse de otra persona en tan poco tiempo? ¿Quién puede encontrar una explicación lógica sobre el amor? Suelto una risita divertida. ¿Amor? Hace veinticuatro horas que ni siquiera entendía el concepto. Ahora me considero como toda una experta en la materia. Inhalo profundo y dejo escapar el aire de mis pulmones. A pesar del bullicio que me rodea, soy capaz de escuchar con nitidez los incesantes sonidos de mi corazón.

¿Cómo pueden confabularse todas las emociones para escoger a alguien en particular? He estado rodeada de hombres en la oficina, incluso, algunos tan apuestos y atractivos como Luis, pero ninguno de ellos consiguió hacer latir mi corazón como lo hizo Clive. Bastó un solo beso para que mi corazón fuera suyo, para que su nombre quedara tatuado en él para siempre.

―¡Sophie!

Detengo mis pasos y me doy la vuelta al escuchar mi nombre.

―¿Luis?

¿Qué haces aquí a esta hora de la mañana?

―Vine a disculparme contigo por reaccionar como lo hice ―se pasa la mano por el cabello―. Fue un comportamiento inmaduro, lo reconozco, no debí actuar de aquella manera contigo, es solo que… ―detiene sus palabras y se toma un tiempo antes de continuar―. ¿Puedes darme una nueva oportunidad para enmendar la situación? No quiero que te vayas y te quedes con un mal recuerdo de mí. 

Lo miro con ternura.

―Sabes que no soy capaz de impedírtelo.

A él menos que a nadie.

―¿A dónde te llevo?

¿Por qué razón no me enamoré de él? Luis es un hombre genial y maravilloso, puedo contar con los dedos a los tipos honorables, sinceros y bondadosos como él. Pero, ¿quién le impone reglas al corazón? ¿Cómo lo obligas a que quiera a quien no quiere? Bufo con pesar.

―¿Sabe el señor Atkinson que saliste del edificio? ―niego con la cabeza―. No quiero que te quedes sin trabajo por mi culpa. No estoy dispuesta a cargar con esa responsabilidad sobre mis hombros.

Eleva la mano como si quisiera tocarme el rostro, pero la deja caer antes de hacerlo.

―Sí, le dije que tenía un asunto muy urgente que atender ―encoge sus hombros―, además, no creo que me prestara mucha atención, porque en ese instante estaba escoltando a Lucinda a la salida del edificio.

Abro los ojos como platos.

―¿La echaron a la calle?

Sonríe divertido.

―Sí, dos de los guardias del edificio la escoltaron bajo la atenta mirada del presidente de la empresa que quiso asegurarse en persona de que saliera de sus instalaciones.

El karma es una perra vengativa y cruel.

―¡Madre mía! Y ahora, ¿quién sustituirá a Lucinda? ―pregunto desconcertada―. Imagino que está buscando al nuevo jefe del departamento.

Niega con la cabeza y, con ello, me deja más intrigada que nunca.

―Estás hablando con el nuevo jefe del departamento de finanzas.

Suelto un jadeo de sorpresa.

―¡¿Tú?! ―chillo como posesa―. ¿Eres el nuevo jefe?

Asiente en respuesta. Sin pensarlo, elevo los brazos y me cuelgo de su cuello, antes de darle un beso en la mejilla.

―Me contenta que se haya hecho justicia, Luis, tú más que nadie merecía estar en ese puesto ―sonrío con emoción―. No hay nadie más calificado en esa empresa para ese cargo que tú ―de repente, nuestros rostros están tan cerca que bastaría un empujoncito para que nuestros labios colisionen. Así, que me suelto y me separo de él―. Lo siento, me dejé llevar por la emoción.

Un gesto de dolor se dibuja en su rostro. Creo que fui demasiado lejos al acercarme de esa manera, sobre todo, a ser consciente de sus sentimientos hacia mí.



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En el texto hay: amor, gemelas, embarazo

Editado: 23.10.2023

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