Nuria era una explosión de energía a sus veintidós años. Su risa contagiaba las noches de los sábados en 'La Luna Azul', su discoteca favorita en el corazón del barrio de Ruzafa en Valencia, donde disfrutaba bailando con sus amigas al ritmo pegadizo de los Backstreet Boys. Esa noche en particular, el calor húmedo de agosto se había colado en el local, mezclándose con el sudor y la euforia de la pista de baile. La luz estroboscópica parpadeaba, iluminando por segundos un rostro desconocido que se acercó a la barra donde Nuria y sus amigas pedían otra ronda
—¿Bailas? —preguntó él, su voz ligeramente elevada para superar el ritmo de 'Everybody'. Una sonrisa inesperadamente encantadora arrugó las comisuras de sus labios oscuros.
Qué descarado, pensó Nuria, aunque una punzada de curiosidad la recorrió.
. —¿Solo si prometes no intentar ningún paso raro? —respondió ella, devolviéndole la sonrisa con la misma ligereza.
—David —se presentó él, extendiendo una mano cálida. —Nuria —contestó ella, estrechándola
Estuvieron hablando durante horas, encontrando una sorprendente facilidad para la conversación que fluyó entre anécdotas sobre sus trabajos: él en una empresa de eventos, ella como dependienta en una librería, gustos musicales compartidos; ambos eran fans de los noventa, aunque con algunas diferencias notables, y risas que se elevaban por encima del bullicio.— Nunca pensé que hablaría tanto tiempo con un desconocido en una discoteca,— se sorprendió Nuria.
Durante las primeras semanas, las madres de ambos parecían observar la relación con una mezcla de esperanza y cautela. Elena, la madre de Nuria, aunque siempre había soñado con ver a su hija matriculada en la Facultad de Psicología de la Universitat de València, se sentía aliviada al verla tan ilusionada y radiante.
—Se le ve feliz, ¿verdad, Amparo? —comentó durante su habitual café de los viernes en el Mercado de Colón. Amparo asintió lentamente.
—Sí, Elena, se la ve contenta. Pero ten cuidado, que todo va muy deprisa....
La madre de David, por su parte, no dejaba de alabar la alegría que Nuria aportaba a su hijo.
—Es una chica con chispa, David, cuídala mucho. —Te hacía falta alguien así, que te sacara de tu mundo—, le aconsejaba en cada llamada telefónica, sin ser del todo consciente de lo absorbente que su 'mundo' podía llegar a ser.
Una noche de octubre, mientras cenaban en la pequeña terraza del apartamento de David, con las luces tenues del barrio del Carmen creando una atmósfera íntima, surgió la idea. —Sabes, he estado pensando...', comenzó él, con ese tono de aventurero que siempre lograba despertar la curiosidad de Nuria,
—Mallorca está genial en invierno. Hay oportunidades de trabajo en el sector turístico, el ambiente es más tranquilo... podríamos empezar de cero, sin las presiones de aquí. Para Nuria, la propuesta sonó como el siguiente paso lógico en su cuento de hadas improvisado.
—Mallorca. Nunca lo había pensado —se dijo. Pero la imagen de playas desiertas y un nuevo comienzo junto a David la sedujo al instante. Dejó en pausa la carpeta con la información sobre el grado de psicología, archivándola en un rincón de su mente con la vaga promesa de retomarla algún día. Estaba convencida de que la vida, junto a él, sería su mejor escuela, una experiencia vital que superaría cualquier aula universitaria. La decisión se tomó casi sin una discusión profunda sobre sus propias aspiraciones o el futuro a largo plazo de ambos, un salto al vacío impulsado por la intensidad embriagadora de un amor recién nacido.
Su madre intentó disuadirla con suavidad durante la siguiente llamada telefónica, su voz cargada de una preocupación apenas disimulada.
—Nuria, cariño, ¿estás segura de esto? Es un cambio muy grande, y lleváis tan poco tiempo... ¿Has pensado en tus estudios? ¿En tus amigas? Tu vida está aquí. Nuria respondió con la certeza del enamoramiento.
—Mamá, será una aventura increíble, una oportunidad para los dos de construir algo juntos. ¡Lo vamos a pasar genial! Además, David tiene contactos allí por su trabajo anterior... Incluso la madre de David, cuando Nuria le comentó la inminente mudanza, la animó con un entusiasmo quizás excesivo.
—Ay, hija, ¡qué buena idea! Mallorca es preciosa, y para los jóvenes es una experiencia maravillosa. ¡Aprovechad cada momento! David siempre ha sido muy emprendedor; seguro que os irá muy bien. En ese momento, Nuria no percibió la ligera sombra de posesividad en los ojos de su suegra al hablar de 'su David', ni la casi imperceptible sonrisa de suficiencia en los labios de él ante la facilidad con la que Nuria aceptaba sus planes, posponiendo una vez más sus propios anhelos. Solo veía el brillo deslumbrante de un futuro juntos, un futuro que, sin saberlo, comenzaba a teñirse de tonos muy diferentes al dorado prometido del sol de Mallorca.