La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 10

Tras la agradable mañana y el paseo por Alcalá, Nuria y Pablo regresaron con David a casa de Carmen. Al poco tiempo, el padre de Nuria los llamó, confirmando que había terminado su turno y que ya podían dirigirse a su apartamento. Se despidieron de Carmen y sus hijas con sincera gratitud por su inesperada hospitalidad y emprendieron el corto trayecto hacia el nuevo destino.

El apartamento del padre de Nuria era sorprendentemente amplio: tres dormitorios espaciosos, una cocina funcional y un salón con un balcón que ofrecía vistas a los tejados rojizos de Alcalá. Les explicó que lo había alquilado así, más grande de lo que realmente necesitaba, pensando en posibles visitas de sus hijos y, en el fondo, aferrándose a una esperanza de reconciliación con su madre que Nuria ya había descartado tiempo atrás. Para ella, la separación era una conclusión lógica a años de silencios, distancias y tensiones soterradas.

—Sentaos, estáis en vuestra casa —dijo él, apartando una pila de periódicos deportivos de un sillón desvencijado. Perdonad si está un poco revuelto, pero ya sabéis cómo soy. Nunca he sido muy de adornos.

Nuria observó el salón con una mirada analítica. Las paredes estaban desnudas, sin cuadros ni fotografías recientes. Los muebles eran prácticos y funcionales, sin ningún toque personal que reflejara la individualidad de su padre en esta nueva etapa. Todo el conjunto parecía más un espacio de tránsito que un verdadero hogar.

David llegó unos minutos después, con el rostro ligeramente tenso.

—¿Solo queda esta habitación? —preguntó, señalando una puerta al fondo del pasillo. Era evidente que se trataba del dormitorio más pequeño, con una cama individual y un armario estrecho.

El padre de Nuria asintió sin mirarlo directamente.

—Sí, David. Es la que queda. Pablo se quedará en la de al lado y Nuria en la otra. Ya sabéis, por respeto... a las cosas. A vuestra madre no le gustaría que... bueno, lo entendéis.

David frunció el ceño y se cruzó de brazos. El comentario sobre el "respeto" le sonó a una velada desaprobación de su relación con Nuria. Aun así, asintió en silencio, aceptando la incomodidad sin discutir.

Finalmente, Nuria rompió el silencio.

—Papá, ¿cómo estás? ¿Cómo te va todo aquí en Alcalá?

Su padre suspiró, dejando la botella de agua sobre la mesa auxiliar.

—Bueno, hija, aquí estoy. Intentando hacerme a esta nueva vida. No es fácil después de tantos años... vuestra madre... ya sabéis. No estoy de acuerdo con esta decisión, sigo pensando que podríamos haberlo solucionado, pero... ella ha dado el paso y parece firme en su decisión.

Pablo, hasta entonces callado, intervino con suavidad:

—Mamá parece estar bien. La he notado más tranquila últimamente.

El padre negó con la cabeza lentamente, con una expresión resignada.

—Sí, ella siempre ha sido más de tomar la iniciativa. Yo soy más de esperar, de que las cosas se arreglen solas. Pero supongo que ahora no queda otra que adaptarse.

Nuria lo observó con atención, buscando en su mirada alguna señal sincera de cómo se sentía realmente ante esta nueva realidad.

—¿Y tú estás bien con este nuevo comienzo, papá?

Mientras lo preguntaba, una idea comenzaba a germinar en su mente. Alcalá era una ciudad universitaria con buena reputación. Quizás era el momento de retomar sus estudios, algo que había pospuesto por años y que ahora, con este nuevo escenario, volvía a parecer posible.

Su padre tomó un largo trago de agua antes de responder, con la mirada fija en una vieja fotografía familiar en la repisa de la chimenea. En la imagen, él y su madre sonreían jóvenes, despreocupados, congelados en un instante que ya parecía pertenecer a otra vida.

—Estoy... aprendiendo, Nuria. Intentando encontrar mi rutina otra vez. Y me alegra mucho que estéis aquí. Teneros cerca... me da fuerzas para seguir adelante.

David, por su parte, ya estaba hojeando el diario local en busca de ofertas de empleo. Alcalá era una ciudad más grande que Mallorca, con más movimiento, más oportunidades. Esperaba encontrar algo pronto en el sector de la hostelería. La idea de comenzar a trabajar cuanto antes le servía como una excusa perfecta para evitar hablar de todo lo que realmente lo inquietaba.




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