Dos días después de instalarnos en Alcalá, comencé a buscar trabajo y a informarme sobre la universidad. Quería retomar mis estudios cuanto antes. Era verano, y el plazo de matrícula se acercaba a toda prisa. Si no me movía rápido, corría el riesgo de quedarme fuera.
Mientras tanto, mi hermano Pablo aprovechaba para recorrer Madrid. Le encantaba la ciudad, aunque tenía claro que no era un sitio para quedarse a vivir. En cambio, David había empezado a trabajar en la empresa donde trabaja mi padre mientras encontraba algo que realmente le llenara.
Recuerdo que una mañana, estando en casa con Pablo, vi llegar a David. Su expresión lo decía todo. Algo no iba bien.
—¿Qué haces aquí tan temprano? ¿Ha pasado algo? —le pregunté, sintiendo un nudo en el estómago.
—El jefe de tu padre es un imbécil. —Me ha echado una bronca porque hice un trabajo mal —me respondió, visiblemente enfadado.
—David, si cometiste un error, es normal que te lo digan. Así es como se aprende —dijo Pablo, siempre tan sensato.
Pero David no estaba para escuchar consejos. Lo miró con desdén y se metió en el dormitorio. Me preocupé. Fui tras él.
—Esto es muy difícil, Nuria. Ese trabajo no es para mí... —suspiró. No sé si debería volver a Marbella.
Esa frase me cayó como una losa. ¿Volver a Marbella? ¿Otra vez cerca de su madre? Eso no entraba en mis planes. Me esforcé por no sonar tajante y le propuse que fuésemos juntos a una empresa de trabajo temporal. Quizás allí encontrara algo más adecuado. Por suerte, aceptó sin discutir.
Esa misma tarde visitamos varias agencias. En la última, salió con una sonrisa.
—Empiezo el lunes —me dijo.
—¿Ves como no era tan difícil? —le dije, animada.
—Ahora solo falta que trabajes tú, porque hay que ayudar en casa. Y eso de estudiar... lo veo muy complicado —añadió sin filtro.
Aquella frase me dolió más de lo que quise admitir. Yo sabía que podía con todo: trabajar, estudiar, cuidar la casa... Ya lo había hecho en Marbella. Pero David no confiaba en mí. Y esa falta de fe empezó a sembrar dudas. ¿Era amor lo que sentía? ¿O solo costumbre?
Aun así, la rutina continuó. Yo esperaba respuesta de la universidad, seguía buscando empleo y me ocupaba de las tareas del hogar: cocinaba, limpiaba, cuidaba del orden. Los fines de semana salíamos a conocer pueblos cercanos, íbamos al cine o paseábamos por Madrid. También aprovechaba para ver a mi prima algunas mañanas.
—¿Y qué tal te va esta nueva vida en Alcalá? —me preguntó una mañana, mientras desayunábamos juntas.
—Mucho mejor que en Mallorca. A David le va bien en el trabajo, está contento... —Y como quien lanza una ilusión sin raíces, añadí—: De hecho, estamos empezando a mirar unifamiliares.
—Me alegro mucho. Alcalá es muy bonito y hay bastante trabajo. —Además, tú podrías combinar tus estudios con un empleo —me dijo.
Asentí, aunque por dentro sabía que David no compartía esa visión. Todas las noches hablaba con su madre por teléfono, y aunque intentaba no escuchar, me resultaba imposible. A veces sentía el impulso de arrebatarle el móvil y gritar que dejara de meterse en nuestra vida. Pero me mordía la lengua.
Cuando Pablo regresó a Marbella,lo sentí como un pequeño abandono. Me hacía mucha compañía.
—Dale besos a mamá y a nuestra hermanita. —Y dile a Javier que espero que venga pronto —le dije al despedirme.
—Claro que sí. Y Nuria... No hagas caso a lo que diga la madre de David. Últimamente no te veo sonreír. Estás muy seria. Tú no eras así.
Sus palabras me acompañaron durante días. Me removieron por dentro. Quizás tenía razón... pero yo creía querer a David. O al menos eso me decía.
La soledad comenzó a hacerse más presente. David se pasaba los fines de semana durmiendo con la excusa de que estaba cansado, así que yo prefería ir a casa de mi prima. Empezaba a conocer gente, pero la mayoría ya estaba casada, con vidas muy diferentes a la mía.
Hasta que un día, por fin, llegó Javier. Verlo me llenó de alegría. Sus visitas eran un respiro. Paseábamos, reíamos, hablábamos de todo. Y curiosamente, desde que él llegó, David ya no estaba tan cansado los fines de semana. ¿Casualidad?
—Nuria, te he estado observando estos días, y Pablo tenía razón: no eres la misma —me dijo una mañana.
—¿Todavía te molesta tu suegra con el tema del trabajo?
—Cada vez más. Y ahora que David va a tener vacaciones... quiere ir a Valencia. —Su madre aprovechará para llenarle la cabeza de tonterías —le confesé.
—Tú tienes carácter. No tienes por qué dejarte pisotear. David te está anulando, y tú no te estás dando cuenta.
Me quedé callada. Aquellas palabras cayeron como piedras. Me senté en el sofá y me quedé allí, mirando al vacío. Tal vez tuviera razón. Vivir con un “niño de mamá” no era lo que quería.
Y en el fondo, aunque me doliera admitirlo, empezaba a sospechar que no lo amaba. Tal vez solo estaba intentando cambiar a alguien que no quería cambiar. Tal vez, otra vez... estaba cometiendo un error. Uno que también acabaría lamentando.