Las semanas siguientes transcurrieron con normalidad. David seguía trabajando y yo continuaba buscando empleo. Cada día que pasaba me gustaba más Alcalá de Henares; me sentía feliz. David también estaba contento con su trabajo. Una noche, mientras íbamos al cine, me contó lo que le había dicho su jefe:
—Nuria, hoy mi jefe me ha dicho que está contento conmigo, y que cuando pase un tiempo me hará un contrato —comentó muy feliz
—Eso es una excelente noticia. —Es señal de que están contentos contigo —respondí, alegrándome por él.
—Sí, dicen que voy a estar con ellos hasta que sea viejo —añadió sonriendo.
Entramos al cine a ver una película de miedo. A mitad de la proyección ya estaba asustado y quería irse.
Esa noche, como casi todas, tuvimos que tener relaciones para que él pudiera dormir tranquilo. A veces me hacía sentir como si yo solo fuera su desahogo emocional y físico.
Las semanas pasaban y todo parecía ir bien, hasta que un día David llegó del trabajo y, sin previo aviso, comenzó a preparar sus maletas.
—Lo siento, Nuria, pero me voy. No aguanto más. Echo de menos Marbella, echo de menos a mi familia. —Si quieres venirte, te espero —dijo sin más.
—David, no te entiendo. Estabas bien aquí. —Yo no me voy a ir, y no me digas que no puedes más, porque es demasiada casualidad que tu madre se haya ido hace casi dos semanas y ahora tú también quieras irte —respondí molesta por toda la situación.
Se fue sin importarle nada de mis sentimientos. Solo pensaba en él. No le importó mi opinión. Se marchó sabiendo que esto tendría luego sus consecuencias. Muy a mi pesar, su madre había ganado esta batalla. Me planteé dejarlo, seguir mi vida en Madrid y ser libre de un chico que anteponía los caprichos de su madre a su propia felicidad.
Cuando llegó mi padre y le conté lo que había pasado, ya se lo imaginaba. No dijo nada, pero su mirada lo decía todo. Mi prima tampoco daba crédito a lo que David había hecho.
—¿Nuria, en serio David ha hecho eso? Tienes razón, es mucha casualidad que haya venido su madre y ahora él. Por el trabajo no puede ser, porque él estaba contento. —Y encima se ha ido sin avisar —me dijo mi prima.
—Sabes, aquí quien ha quedado mal es él, no tú —añadió su marido, José.
Mi vida en Madrid fue tranquila. Ya no tenía que escuchar cómo David llamaba a su madre ni cómo ella le decía que lo echaba de menos. No supe de él durante semanas. No dió señales de vida y, para ser sincera, no lo echaba de menos. Mi vida era más tranquila sin él.
Una noche, cerca de las dos de la madrugada, recibí una llamada. Me asusté pensando que a mi madre le había pasado algo. Pero al contestar, me sorprendió que fuera David.
—Nuria, ¿cómo estás? Te echo de menos. ¿Por qué no vuelves a Marbella?
—David, esta no es hora de llamar. Si me echas de menos, ven tú. Pero yo no voy a vivir cerca de tu madre, y menos con ella —le dije tajante.
—Nuria, en serio te echo de menos. Por favor, vente a Marbella. —No puedo estar sin ti —insistió.
Le dije que me lo pensaría. No podía creer que después de semanas sin saber nada de él, me llamara diciendo eso. Lo que no imaginaba era que esa llamada la hizo justo después de salir del cine con su madre y su cuñada. Cuando me enteré, me enfadé aún más. Mucho no me echaría de menos si hacía su vida tan tranquilo con su madre.
Después de esa llamada no volvió a llamar. Una tarde estaba viendo una película cuando escuché que abrían la puerta. Era David. Venía con una maleta. Pensé que venía a quedarse. Me abrazó.
—Nuria, he venido para llevarte a Marbella —me decía ilusionado.
—David, te dije que me lo tenía que pensar —me sentí molesta, pues él ya estaba decidiendo por mí.
—Voy a estar aquí una semana. Piénsatelo —dijo, mientras iba a la que había sido su habitación a soltar su maleta.
Cuando mi padre llegó esa tarde y lo vio, no le hizo mucha gracia, pero no dijo nada. Durante esa semana en Alcalá, David hizo todo lo posible por convencerme de irme con él. Al final, mi padre me dijo que me fuera. Yo no quería, estaba indecisa. Pero después de pensarlo mucho, opté por acompañarlo. Preparé la maleta y dos días después nos fuimos de Alcalá. Me despedí de mi padre, dejándolo allí solo. Días después, mi hermano Javier se fue a trabajar y estuvo un tiempo con él.
En el camino a Marbella, David estaba muy contento. Me hacía promesas que no sabía si iba a cumplir. Y yo no sabía si había tomado una buena decisión. Lo único que tenía claro era que esta decisión iba a traer muchas consecuencias.