La melodía de un nuevo amor.

Capitulo 18

En la semana siguiente, estuve buscando trabajo y, a la vez, intentando volver a estudiar. No quería dejarlo, no quería volver a perder otra oportunidad.

David no me llamó en toda la semana, cosa que no me sorprendió, pero sabía que el viernes daría señales de vida.

Ese jueves me fui a la playa con mis primas. Por un rato me olvidé de David. Ellas ya se habían enterado de lo que estaba pasando con la madre de David. Inma, una de mis primas, se acercó a mí y me habló seriamente.

—Nuria, ¿no te das cuenta de que David no te quiere? —Siempre le hace caso a su madre —me dijo con firmeza.

—No te estamos diciendo que lo alejes de ella ni que deje de hablarle, pero tiene que darte tu lugar. —¿Qué va a pasar si te casas con él? —preguntó Yoli, muy preocupada.

Yo las miré, pero no les respondí. Sabía que tenían razón en todo lo que estaban diciendo. No le quise contar lo de las otras novias, porque me iban a decir que conmigo estaban siguiendo el mismo patrón.

Cuando llegué a casa, le pregunté a mi madre si David había llamado. Su respuesta fue un no. Me preguntaba si realmente quería seguir con él.

Al día siguiente, por la tarde, llamaron a la puerta. Para mi sorpresa, era David. Venía como si no hubiera pasado nada.

—Nuria, ¿lo tienes todo preparado? —Que nos vamos —me dijo, metiéndome prisa.

—David, esas no son formas de venir. No llamas a mi hija en toda la semana y ahora te crees con derechos —le dijo mi madre, enfadada.

—Tiene razón, señora. Debería haber llamado a su hija, pero estaba trabajando —intentó justificarse, sin éxito.

Para que no hubiera más problemas y la cosa no llegara a mayores, preparé mis cosas y me fui con él, a pesar de la desaprobación de mi madre.

Cuando llegamos al coche, David intentó explicarme por qué no me había llamado y me prometió que lo haría, cosa que ya no le creía.

—David, no prometas algo que no vas a cumplir. Me voy a ir contigo, ya está, pero tienes que saber que no puedes obligarme. —Habrá días que no quiera ir —le dije, sentándome en el asiento delantero.

David condujo hasta Mijas sin decir una palabra. Antes de ir a su casa, fuimos a un restaurante chino a comer. Empezó a decirme que había estado toda la semana con fiebre y que, aun así, iba a trabajar.

—David, ¿me estás diciendo que has estado toda la semana con fiebre? Te estoy escuchando toser, y aun así has venido a buscarme —le dije, empezando a enfadarme. ¿Pero qué pretendes, contagiarme tus virus? Me has estado besando antes de venir aquí...

Ya me estaba molestando. David no era consciente de nada.

—Nuria, estoy bien, no te enfades. No es para tanto.

Nos trajeron la comida y empezamos a comer. Después, David pagó la cuenta y al salir de allí me llevó directamente a la playa, a un sitio donde nadie nos viera. Empezó a besarme, pero yo lo aparté. No quería que me contagiara su resfriado. Aun así, insistió, diciendo que me había echado de menos y que “necesitaba” hacerlo conmigo. Me molestó, porque me hacía pensar que solo me buscaba los viernes para desahogarse.

Cuando llegamos a su casa, su madre aún estaba despierta. Al verme, puso cara de preocupación.

—¿A dónde habéis estado? Me habéis tenido muy preocupada —dijo, fingiendo.

—Fuimos a comer y a dar una vuelta —respondió David, dándome mi maleta para que la llevara a la habitación.

Cuando entré, me sentí agobiada. No quería estar allí y tampoco quería enfadar a David, pero tenía que inventar alguna excusa para no ir todos los viernes a su casa. Cuando volví al salón, David estaba hablando con su madre. Cuando me vieron, se callaron. Era una costumbre que tenían y que me molestaba mucho, porque sabía que estaban hablando de mí.

—Nuria, cariño, estábamos hablando de si ya has encontrado trabajo —me dijo Rosa con esa sonrisa tan falsa.

—Rosa, estoy en ello. Pero te recuerdo que no vivo con tu hijo, sino con mi madre, y ella no me presiona para trabajar. —No veo por qué tú sí tienes que hacerlo —respondí, molesta por su insistencia.

David ya me había dicho que, si queríamos volver a vivir juntos o casarnos, tenía que ayudarle con el pago del coche, así podríamos ahorrar.

—David, ¿me estás diciendo que pague la cuota de tu coche sin yo conducirlo y sin tener carné? —le pregunté una de esas noches.

—No veo por qué no deberías ayudarme. Estamos juntos. Creo que sería bueno que me ayudaras.

Me di la vuelta para dormir. No quería seguir hablando. David, como de costumbre, quería sexo. No podía dormir. Por suerte, esa noche Rosa durmió con nosotros en la habitación, algo que, a pesar de todo, le agradecí.

Al día siguiente me levanté con dolor; me dolía todo el cuerpo y empezaba a tener fiebre. Le dije a David que me llevara a casa porque no me encontraba bien. Incluso Rosa estuvo de acuerdo, pero David no quería.

—Mamá, tú también puedes cuidarla. No tengo ganas de ir hasta Benalmádena —empezó a hacer pucheros.

Pasé todo el sábado en la cama, insistiendo en que quería irme, pero David, en vez de escucharme, se metió en la cama conmigo. No le importaba que tuviera fiebre; él solo quería sexo.

—Tú no tienes que hacer nada. Te estás quieta mientras yo lo hago todo —decía mientras me quitaba los pantalones.

—David, tengo frío, tengo fiebre y no tengo ganas de nada.

Pero a él no le importaba. Consiguió lo que quería. Ya estaba feliz. Cuando terminó, se limpió, salió de la habitación y me dejó sola toda la tarde.

Me propuse que el viernes siguiente le diría que estaba mala, que no viniera a buscarme, para ver si realmente se preocupaba por mí. Aunque en su casa ya me estaba quedando claro.

¿Realmente quiero estar con él? —me pregunté antes de volver a dormir.




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