Los días pasaban y el mes de agosto lo viví con mucha intensidad. El trabajo me iba bien, y entre playa con Marta y fines de semana bailando, los días se hacían cada vez más llevaderos. Siempre que salíamos, coincidía con Alejandro. A veces me sentía un poco culpable, como si estuviera engañando a David. No pasaba nada entre Alejandro y yo, tampoco hubo intenciones por parte de ninguno, pero su presencia me hacía sentir viva.
Una mañana recibí una llamada del registro civil de Mijas. Tenía que acudir al día siguiente por unos asuntos relacionados con los papeles de la boda. Al día siguiente fui para ver qué ocurría y, desde luego, la simpatía de las trabajadoras brillaba por su ausencia.
—No te podemos arreglar los papeles porque no estás empadronada aquí. Si vives en Benalmádena, cásate allí —me dijo una de ellas, con tono seco.
—Lo haría con mucho gusto, pero mi pareja es de aquí y, lamentablemente, quiere casarse aquí —le respondí sin filtro.
Las trabajadoras pusieron malas caras y se limitaron a decirme que ellas no iban a arreglar nada. Salí de allí enfadada, molesta por el trato y por el tiempo perdido. Al salir, llamé a David, esperando al menos comprensión, pero lo que recibí fue todo lo contrario.
—Nuria, no sabes hacer nada. Solo tenías que pedir los papeles.
—David, ¿qué parte de la conversación no entendiste? No me dejan hacerlo por no estar empadronada en Mijas.
—Pues te empadronas en mi casa y se acabó el problema. Lo haces todo muy difícil.
—Es muy bonito decirlo desde un teléfono. Yo estoy haciendo todo sola. ¿Sabes cuál sería la solución real? No casarme contigo —le dije antes de colgar.
Me fui al ayuntamiento a explicar lo que había pasado. Estaba dispuesta a anular todo. Para mi sorpresa, allí me dijeron que no había ningún problema en gestionar los papeles aunque no estuviera empadronada. Salí de allí más tranquila, pero también con la espina de no haber aprovechado para anular la boda.
Al salir, me encontré con Rosa y Aida, la novia de su hijo Antonio. Me invitaron a tomar un refresco, algo que me sorprendió viniendo de Rosa. Le conté lo que había pasado, y por primera vez me dio la razón.
—Nuria, eso deberías arreglarlo con David, no tú sola —dijo, para mi asombro.
Por un momento pensé que estábamos en otra dimensión. Rosa apoyándome en algo… me parecía surrealista.
Cuando salí del bar, me fui directa a la parada de autobús. En el camino, David me llamó para pedirme perdón por cómo me había hablado. Me dijo que entendía el estrés que estaba viviendo y volvió a sugerirme lo de empadronarme en su casa.
—David, aún no hemos hablado de dónde vamos a vivir. ¿Y si yo no quiero vivir en Mijas?
—Nuria, mi familia está allí. Cuando vuelva, ya tengo trabajo.
—Te recuerdo que yo también tengo familia en Benalmádena.
David empezó a ponerse pesado, así que le dije que tenía que colgar, que no quería discutir y menos aún en el autobús. Le dije que lo pensaría… gran error.
Cuando llegué a casa y conté lo que había pasado, mi madre fue directa:
—Nuria, eso es una señal para que no te cases. Las cosas pasan por algo.
—Mamá, eso son tonterías —le respondí. Tenía que haberle hecho caso.
Durante esa semana, me hice cargo de comprar las invitaciones. Al final, me empadroné en casa de Rosa, y con eso ya me dieron los papeles. Cuando fuimos a firmar, le pedí al novio de mi madre que fuera mi testigo y fuimos en su coche. Allí ya estaban Rosa y Aida esperando. Entramos y firmamos los papeles. Al terminar, Rosa se fue con Aida, y yo regresé con Luis. Durante el trayecto, me miró fijamente.
—¿Esa era tu suegra? —preguntó.
—Sí, esa es Rosa.
—Déjame decirte algo: se ve muy manipuladora. Piensa bien las cosas. No te vayas a arrepentir.
Me quedé en silencio, dándole vueltas a sus palabras. Tenía razón, pero no sabía cómo salir de esta relación… o tal vez sí lo sabía, pero no hacía nada.
Llegó septiembre y ya teníamos fecha confirmada para diciembre. David tenía previsto venir en octubre o noviembre, ya que aún faltaba buscar el local y la casa. Una de nuestras tantas discusiones era sobre el lugar donde nos casaríamos. Le dije a David que desde niña soñaba con una boda en la iglesia, tener damas de honor, que mi ahijado llevara los anillos...
—Nuria, podemos hacerlo en el ayuntamiento igual que en una iglesia, pero en vez de dama de honor, será mi sobrino quien lleve los anillos —dijo sin pestañear.
—¿Y por qué no mi ahijado? Te acabo de decir que quiero que él lo haga.
—Nuria, no exageres. Yo quiero mucho a mi sobrino, y sería mejor que él los lleve.
—Mejor ninguno —respondí molesta—. Y sobre la celebración, hay un local que me gusta mucho.
—Nuria, no. He pensado alquilar un local y que nuestra familia ponga la comida.
—David, ¿quién se casa? ¿Solo tú? A todo lo que te propongo, me dices que no.
—Ya empezamos… No hay dinero, hay que ahorrar.
—Entonces, ¿para qué te fuiste a Mallorca? Si no hay dinero para la boda…
—Claro que hay dinero, pero no para una como tú quieres.
Colgué el teléfono para evitar seguir discutiendo. No era la primera discusión sobre la boda… y sentía que no sería la última. A veces me preguntaba si estaba haciendo lo correcto. No tuve una propuesta de matrimonio. Y ahora, tampoco tendría la boda con la que siempre había soñado.
¿Estaba accediendo demasiado? ¿Estaba renunciando a lo que deseaba por alguien que no valoraba nada?