La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 26

Al principio todo parecía normal. Yo pasaba los días en casa mientras David trabajaba, pero la rutina se me hizo pesada enseguida. No tenía amistades en Mijas, no salía, y David, para colmo, llegaba cada día más tarde de lo habitual. Lo peor no era la espera, sino que él llegaba ya duchado, perfumado y con ropa limpia. Cuando le pregunte.David se limitó a decir que antes de ir a casa pasaba por la de su madre. Aquello me molestó profundamente. Precisamente esa era una de las razones por las que nunca quise vivir en Mijas, porque sabía que Rosa estaría siempre presente, siempre en medio

—David, ya estamos casados. ¿No crees que tu lugar es aquí, conmigo? —le recrimine una noche.

A regañadientes, David empezó a ir directamente a casa después del trabajo. pense que había ganado la batalla, pero no imaginaba que ese cambio iba a despertar los celos de Rosa. Ella no soportaba que su hijo tuviera otras prioridades que no fueran ella misma, y lo haría notar de todas las maneras posibles.

Un día, David y yo salimos juntos a hacer la compra. Al llegar al aparcamiento del supermercado, David frenó en seco.

—Ese es el coche de mi padre —dijo con emoción, señalando un vehículo aparcado.

Justo en ese momento, me encontre con una vecina de mi época en Marbella. Mientras me acercaba a saludarla, escuche a David entrar en el supermercado a voces.

—¡Mamá! ¡Mamá! —gritaba con entusiasmo, como si fuera un niño que ve a su madre tras días de ausencia.

lo observe desde lejos con una mezcla de incredulidad y vergüenza. Sin pensarlo, grite para que todos me oyeran:

—¡De camino compra pañales, que te has meado de la emoción!

Mi vecina, que había presenciado la escena, no pudo evitar soltar una carcajada.

—¿De verdad te has casado con un niño de mamá? —me dijo divertida—. Menuda paciencia tienes, hija.

sonreí con amargura, porque en el fondo sabía que no exageraba.

Con el paso de los días, la presencia de Rosa se hizo más evidente. Siempre que David y yo sabíamos juntos, Rosa se las ingeniaba para aparecer o proponer alguna salida para que su hijo la acompañara. Yo intentaba mantenerme al margen, pero la situación empezaba a desgastarme.

Por suerte, al poco tiempo consegui un trabajo. Eso me ayudó a despejarse y a tener su propio espacio, pero también despertó en David la prisa por tener un hijo. Lo mencionaba constantemente, decía que le hacía ilusión, que ya tenían su casa y que era el siguiente paso. Yo no estaba segura, pero acabe cediendo. Antes de cumplir el primer año de casados, me quedé embarazada.

Al principio todo parecía ir bien, pero en una de las revisiones el médico me advirtió que debía hacer reposo absoluto porque existía riesgo de aborto. Aquella noticia, lejos de preocupar a Rosa por mi salud y de su futuro nieto, provocó algo inesperado: empezó a fingir enfermedades. Siempre tenía alguna dolencia, algún malestar, algo que le hacía llamar la atención de David.

—Que estoy fatal, hijo, que no puedo con el cuerpo —se quejaba cada vez que David le decía que iba a quedarse en casa cuidandome.

David, como siempre, caía en la trampa. Aunque al principio intentaba atender a ambas, poco a poco notaba cómo él priorizaba a su madre. Rosa siempre lograba hacerle creer que lo suyo era más grave, más urgente. Pasaba los días sola, en reposo, viendo cómo mi embarazo avanzaba entre el miedo y la tristeza, empezó a sentir que su calvario acababa de comenzar.

Cada vez que David salía diciendo que iba a ver a su madre "un rato", yo sabía que ese rato se alargaría. Y así fue como, incluso esperando un hijo juntos, me sentía sola, desplazada, como un mero obstáculo en la relación enfermiza entre madre e hijo.




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