La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 27

El tiempo pasaba y cada día me sentía más desplazada. David priorizaba todo menos a mí. Siempre encontraba una excusa para ir con su madre, o con algún amigo, o simplemente para estar fuera de casa. Una tarde, recuerdo que se fue con un amigo y no supe nada de él en todo el día. No me llamó, no me mandó ni un simple mensaje, nada. Me pasé las horas inquieta, pensando si le había pasado algo, y al final apareció casi de noche, como si nada. Entró por la puerta con esa actitud de quien no tiene que dar explicaciones a nadie

No pude callarme. Le dije que no me parecía normal que se fuera así, que ya no era un soltero que hacía lo que le daba la gana, que ahora estaba casado. Le pedí que, al menos, si iba a salir o tardar, me avisara. No era mucho pedir. Pero su reacción fue la de siempre: hacerse la víctima. Que si estaba exagerando, que si era un controlador... Al final, de la rabia que sentía, me quité el anillo y se lo tiré:

—¡Estoy arrepentida de haberme casado contigo! —le solté sin pensar demasiado, aunque en el fondo lo sentía de verdad.

Por supuesto, no hubo reflexión por su parte. Solo reproches, como si la culpable fuera yo por no entender su “libertad”. Me di cuenta de que nunca había cambiado, seguía actuando como cuando éramos novios a distancia: hacía su vida, y yo debía esperarle como si no existiera.

Llegaron las Navidades y otra vez la misma historia. Yo quería pasar esas fechas con mi familia, era lo normal, pero claro, ahí estaba Rosa para entrometerse. David y yo habíamos hablado de repartirnos las fiestas: unos días con mi familia, otros con la suya. Pero Rosa solo aceptó a regañadientes, como si fuera un sacrificio inmenso permitir que su hijo compartiera esos días conmigo y con mi familia. Me hacía sentir una intrusa, como si le estuviera robando algo que solo le pertenecía a ella.

Encima, cuando llegaron los Reyes Magos, los regalos que David me compró parecían más pensados para él que para mí. Ese año, su regalo estrella para mí fue algo que a él le encantaba tener o usar. Lo noté enseguida, no había puesto ningún interés en pensar en lo que a mí me podía hacer ilusión. Era como si yo no contara.

Antes de Navidad, celebramos nuestro primer aniversario de casados. Yo, ingenuamente, pensaba que sería algo bonito, algo especial. Pero no. Fuimos a un restaurante chino a comer, algo improvisado, sin ningún detalle romántico. Lo peor no fue eso, sino que cuando Rosa se enteró, se enfadó. No le pareció bien que celebráramos nuestro primer año de casados sin ella. Como si le hubiera quitado algo que le pertenecía. Esa fue la constante durante todo el matrimonio: ella siempre tenía que estar presente, siempre debía ser el centro de todo.

Yo mientras tanto me sentía cada vez más sola. Me preguntaba una y otra vez cómo había llegado a esa vida que nunca quise, con un hombre que apenas me prestaba atención y que prefería seguir viviendo como si estuviera soltero. Pensaba en todo lo que había dejado atrás: mi familia, mis amigas, mis momentos con Marta, y sobre todo, mi alegría. Porque yo ya no reía, ya no soñaba. Me limitaba a sobrevivir.

Así era mi vida. Así se convirtió mi día a día: en una lucha constante por tener un lugar que nunca me correspondió, por conseguir un poco de atención que siempre se desviaba hacia otros. Yo solo era la sombra de una mujer que un día soñó con una vida diferente, con un amor verdadero. Y sin embargo, allí estaba, atrapada en una historia que nunca fue la mía.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.