La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 29

Cuando subieron a mi niña a la habitación, estaba medio dormida. David, emocionado, me la puso encima. Sentía cómo se dormía en mi pecho, y por un momento todo parecía perfecto. Aquella noche la pasé bien; mi niña durmió profundamente.

Al día siguiente, al ser domingo, todo fue tranquilo. Mi madre y mis hermanos vinieron a visitarnos al hospital. Rosa, como siempre, no pudo evitar hacer uno de sus comentarios envenenados.

—La niña no se parece en nada a ti, es igualita a la familia de mi marido —decía convencida.

—Rosa, la niña tiene apenas un día... aún no sabemos a quién se parece —le contesté con paciencia.

—Pero es rubia, y tú tienes un moreno verde...

—¡Ah, claro! Ahora resulta que soy un extraterrestre —le dije indignada.

Rosa ya me tenía harta, pero la peor traición no vino de ella... sino de David. Aprovechó que yo estaba en el hospital para ir al registro civil y, sin consultarme, puso a nuestra hija el nombre de la chica que le gustaba en su adolescencia. Me enfadé muchísimo. Lamentablemente, al estar ya registrados los papeles, no se podía cambiar el nombre. Fue una herida profunda. Nunca se lo perdoné.

Pero esa no fue la única traición.

Una tarde en el hospital, mientras David me acompañaba, apareció Rosa.

—Nuria, ¿cómo estás con los puntos? ¿Por qué no te vienes a mi casa unos días? Yo te ayudo con la niña —me propuso.

Yo, ingenua y primeriza, acepté. Gran error. David aprovechó esa oportunidad para vaciar el piso de alquiler y llevar nuestras cosas al garaje de su madre, todo sin decirme nada.

Cuando me enteré, monté en cólera.

—¿Cómo te atreves a hacer eso a mis espaldas? ¡Yo no quiero vivir con tu madre! —le grité, furiosa.

—Lo hice porque sabía que te ibas a oponer, Nuria. Además, vamos a comprar una casa —me dijo como si fuera algo lógico.

—¡Pero no tenemos nada seguro! —le rebatí.

—Ya tenemos una casa a la vista, solo falta que el banco nos conceda el préstamo.

Lo miré... y en mi interior supe qué casa era. No era una casa. Era un cuarto, sin cocina ni baño, prácticamente inhabitable. Me senté, derrotada. Estaba dando el pecho a mi hija y no quería disgustarme más. Me tragué las lágrimas. Sabía que mi calvario apenas comenzaba.

El martes vino Susana, la cuñada de David, a ver a mi niña. Justo en ese momento entró el pediatra. Era joven y guapo, y con una sonrisa que desarmaba.

—Qué niña más bonita has tenido —dijo—. Me la voy a llevar para mí.

—Bueno, no hay problema... pero me tienes que llevar a mí también —le respondí en broma.

Nos miramos y nos echamos a reír, hasta Susana se unió a las carcajadas.

—Ese médico es muy guapo —me dijo ella en voz baja.

—Ya ves, por eso le dije que me lleve a mí también —contesté riendo.

Fue un momento de ligereza dentro del caos... pero duró poco.

Poco después, una enfermera notó que mi niña estaba un poco amarilla. Se la llevaron al pediatra, y al volver me informaron que la habían puesto en la incubadora: tenía ictericia.

Tuve que quedarme tres días más en el hospital, y lejos de sentirme apoyada, solo tuve peleas con David.

Mi madre vino en cuanto se enteró. Estuvo un rato conmigo, intentando animarme. Poco después llegaron Rosa y su otro hijo.

—Venimos de ver a la niña. Hasta mi hijo dice que se parece a su abuela paterna —dijo orgullosa.

Me mordí la lengua. Por suerte, mi madre también estaba allí y no dudó en defenderme:

—Pues a mí se me parece a Nuria cuando era pequeña —respondió con calma.

Rosa no daba su brazo a torcer. Cuando todos se fueron y me dejaron sola, la madre de mi compañera de habitación se me acercó.

—He visto a tu hija... se parece a ti. Esa señora solo quiere hacerte daño. Se nota que no te aprecia.

La miré y me limité a sonreír. Todos se daban cuenta de que Rosa no me soportaba, menos su hijo.

Esa noche, David decidió quedarse conmigo, y me arrepentí de no haberle dicho que no.

—Nuria, de verdad... no puedes quedarte sola. Mañana quiero ir a trabajar y aquí, en un sillón, no puedo dormir. Has sido muy egoísta al no dejar que se quede mi madre —me dijo, molesto.

—David, vete. Puedo quedarme sola. No me haces falta aquí —le contesté aguantando las lágrimas.

Me quedé pensativa, repasando todo lo que me estaba haciendo pasar. Y en ese momento, con mi niña dormida en la cuna del hospital, lamenté profundamente no haber dado marcha atrás el día de la boda.




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