Mi vida en el centro fue mucho mejor. Llevaba a Jannet a la guardería y, de allí, mi amiga y yo nos íbamos de tienda en tienda o a tomar algo. A veces, en los días de lluvia, nos quedábamos en mi casa. También iba a menudo a Benalmádena.
Un día, estando allí, me encontré con Marta. Me dio mucha alegría verla; hacía más de un año que no la veía. No sé por qué, pero de manera inconsciente le pregunté por Alejandro. Ella me dijo que desde que yo me casé dejaron de ir al malecón, así que no sabía nada de él.
—Bueno, ¿y tú? —¿Cómo te va tu vida de casada? —quiso saber Marta—. Yo me casé y tengo una niña de meses, que la cuida mi madre mientras trabajo.
—Mi vida de casada no es como yo la imaginaba —le dije con tristeza.
Nos despedimos con la promesa de volver a vernos. Marta tenía que irse a trabajar. Llegué a casa de mi madre y ella notó enseguida que me pasaba algo, pero optó por no preguntarme. En su casa me sentía bien; no tenía ganas de volver a la mía. No quería ver a David. Su presencia me resultaba insoportable, pero todavía no me atrevía a dejarlo. En teoría, porque no tenía nada: ni trabajo, ni mi carrera terminada, ni dinero.
Me sentía mal por todo eso. Aunque ahora vivíamos en el centro, David seguía empeñado en volver a un sitio rural. Me decía que me sacara el carnet de conducir; él sabía que no me gustaba conducir, pero eso a él le daba igual.
Los meses pasaban y yo cada vez sentía más rechazo hacia David. Una vez fuimos a cenar con unos amigos y, mientras hablaban de cómo se conocieron y cómo se habían enamorado, una de ellas me dijo:
—Nuria, ¿qué te enamoró de David?
David soltó una risa esperando que yo dijera alguna virtud suya. Lamentablemente, no supe qué responder; me quedé en blanco.
¿Realmente estaba enamorada de él?
¿Quería pasar el resto de mi vida con él?
Eso me preguntaba mientras todos esperaban una respuesta.
—David tiene que tener tantas virtudes buenas que Nuria no sabe qué decir, ¿verdad? —bromeó alguien.
Asentí con la cabeza. David respiró aliviado. En ese momento me entraron ganas de gritar que David no tenía ninguna virtud, más bien defectos.
Otra tarde fuimos a casa de Rosa. Fuimos con unos amigos. Yo estaba hablando con la hermana de David y, sin ninguna maldad, comenté que donde iba con mi amiga a tomar un refresco había un camarero guapo. Simplemente lo dije por decir.
Una tarde, David llegó de trabajar y me dijo:
—Nuria, ha llegado a mis oídos que te estás liando con el camarero del bar donde vas a tomar un refresco con Sandra.
Me quedé mirándolo con la boca abierta. No sabía si reírme en ese momento, sobre todo viendo la cara de David.
—Déjame adivinar: ¿ha sido tu madre la que ha dicho esa tontería?
—Sí, fue ella. Que tú se lo estabas contando a mi hermana y a Susana.
—Vamos a aclarar algo: primero, yo solo dije que el chaval era guapo. No hay nada de malo en eso. Segundo, si yo tuviera algo con él, no se lo diría a nadie ni iría diciendo que el chico es guapo.
David me creyó. Menos mal que en algo me creía y no le dio importancia. El plan de Rosa era provocar una pelea para que David me prohibiera ir a ese bar.
Pero la cosa no se calmó. Fue a peor. La hermana de David parecía que me estaba siguiendo para ver si yo tenía algo con ese chico. Eran demasiado tontas para pensar que, si realmente tuviera algo con él, lo haría público. A día de hoy lamento no haber ido más allá; así al menos les habría dado motivos para criticarme… y con razón.
En una de mis salidas con mi amiga, mientras las niñas estaban en la guardería, me encontré con Loli, la hermana de David. Iba con Susana.
—¿A dónde vas? ¿Al bar? He visto que ese chico está allí —dijo soltando una risa burlona.
—No. Voy a comprar los regalos de mi niña para Reyes. Y si fuera al bar, sería mi problema, no el tuyo —le respondí enfadada.
Mi amiga y yo nos fuimos de allí. Ella me comentó que ahora estábamos vigiladas y que David tenía que poner un alto a todo esto. Esa noche, cuando él llegó de trabajar, me vio muy seria.
—David, deja claro que no tengo nada con ese chico. No hice nada malo al comentar que es guapo. Tú comentas lo guapas que son algunas chicas y te aplauden.
—¿Qué ha pasado ahora, Nuria? —quiso saber David.
—Me encontré con tu hermana y me dijo que no me había visto en el bar, que llevaba varios días sin ir. ¿Me está siguiendo? Porque eso no lo voy a consentir. No voy a permitir que me vigilen ni que crean que tienen derecho a decir dónde puedo o no tomar un refresco.
—Yo hablaré con ella para que no te vigile —dijo David, ya cansado de la situación.
Me quedé un poco aliviada. Me sentía muy cabreada de que se imaginaran cosas que no son. Pero nadie me preparó para lo que vendría dos años después.