David habló con su hermana. Al menos ya no me vigilaban y yo podía ir al bar. Como ya estaba más tranquila, mi amiga y yo decidimos averiguar cómo se llamaba. Era víspera de Navidad y buscábamos la manera de descubrir su nombre.
Ese día, como siempre, pedimos nuestra Coca-Cola con una tapita de ensaladilla. Cuando fuimos a pagar, me levanté y nos acercamos a él. Mi amiga no se esperaba que fuera capaz.
—¿Me puedes cobrar, por favor? —le dije.
Miré a mi amiga con una sonrisa; ella me observaba un poco asustada.
—Por cierto, ella es Lucía y yo soy Nuria. ¿Tú cómo te llamas? Ah, y feliz Navidad.
Él se rio y se quedó mirándome.
—Me llamo Luis. Y Feliz Navidad también para ustedes —respondió con una sonrisa.
Lucía no se lo esperaba. Estaba roja como un tomate. Me miró y empezó a reírse.
—Estás loca, ¿no te ha dado vergüenza preguntarle su nombre? Bueno, al menos ya sabemos cómo se llama —dijo, sonriendo.
Los días siguientes, nuestra relación con Luis en el bar fue a más. Me recordaba a los momentos que pasaba bailando o hablando con Alejandro. Descubrimos que teníamos algunos gustos en común. Luis ya no se cortaba al vernos: hablaba y bromeaba con nosotras, incluso había días que nos invitaba.
En ese tiempo, un amigo de David nos ofreció su casa. Aceptamos porque era más grande y así teníamos un dormitorio extra cuando venía mi padre con su mujer de visita. David quería buscar otra niña, pero yo tuve que empezar a tomar la píldora para no quedarme embarazada. Lucía y yo habíamos decidido sacarnos el carné de conducir y no era el momento.
Mi relación con Rosa seguía igual: siempre encima. Si nos íbamos de campamento, ella se venía. No tenía nada en contra de mi suegro, pero a veces quería estar a solas con David para ver si podíamos arreglar el matrimonio. No había manera.
Mis clases de conducir continuaban y mis visitas al bar también, aunque Lucía y yo dejamos de bromear tanto con Luis. A las dos nos gustaba y decidimos alejarnos un poco; no queríamos poner en riesgo nuestra amistad.
De vez en cuando iba a Benalmádena, pero David se enfadaba porque no quería que fuera. No entendía por qué teníamos que salir con su madre a todos lados, pero con la mía no.
La nueva casa me gustaba más que la anterior. Un día hablé con David sobre comprarla y me dijo que era una buena idea. Lo que no imaginaba era que, a mis espaldas, estaba planeando comprar otra casa rural… pero esta vez compartida con su madre. Cuando me enteré, me enfadé muchísimo.
—David, no quiero otra casa rural. Estoy bien con esta; el colegio de Jannet está cerca… Me parece que no te cortaron el cordón umbilical —le solté.
En esos días pusimos internet. Todo iba bien hasta que un amigo nos dijo que instaláramos Yahoo para poder hablar con más gente. Al principio fue divertido, pero pronto David empezó a hablar solo con mujeres.
Un día, Lucía y Juan vinieron a comer. Decidieron comprar pollo, pero antes se metieron a mirar algo en el ordenador. Como tardaban mucho, Lucía se levantó.
—Nuria, corre, ven. Esta gente estaba viendo porno y mujeres desnudas —dijo, enfadada.
Me levanté y, al entrar en el dormitorio, vi las fotos en la pantalla y a ellos con cara de circunstancias. Los miré muy seria.
—¿Ves, Lucía? Esto seguro que su madre lo aplaude… y mira lo que me montó cuando dije que Luis era guapo.
Lucía se enfadó y empezó a discutir con los dos, hasta que ella y Juan se fueron. David, encima, quiso prohibirme que siguiera siendo amiga de Lucía.
—Lo que me faltaba… ¿Te molesta que te digan las verdades? Además, David, no es la primera vez que haces esto —le recordé, pensando en lo que pasó en Alcalá de Henares.
La semana siguiente la cosa se calmó, pero David seguía hablando con mujeres. Un día empezó a contarme sobre una que había conocido, de Perú. Por cómo hablaba de ella, me di cuenta de que no era solo amistad. Aunque él lo negara, empezaba a sentir cosas por ella.
Cuando llegaba del trabajo, se ponía enseguida a hablarle. Una noche, después de desahogarse, a las tres de la mañana me desperté y no lo vi en la cama. Fui a buscarlo y lo encontré mirando embobado una foto de ella en el ordenador. Cuando lo llamé, apagó rápido la pantalla diciendo que no podía dormir. No le creí.
Una semana después, un domingo, mientras esperaba a que Rosa y dos amigos vinieran a comer, encendí el ordenador. David se había dejado abierta la conversación con esa mujer. Lo que leí me hirvió la sangre:
"Trabajo con mi hermano. A veces discutimos, pero como tiene familia, no lo puedo echar. Mi relación con mi mujer está mal; ella tiene mucho genio, siempre está de mal humor. No la dejó por la niña".
No podía creerlo. Se estaba haciendo la víctima. Seguí leyendo:
"¿Se puede enamorar una persona por Internet y a distancia? El reflejo de la luz traspasa por la ventana y te ilumina el pelo. Eres preciosa. No te toques el pelo así, porque me vuelves loco y me enamoro cada vez más."
Apagué el ordenador de golpe y me fui a la salita, donde David jugaba con Jannet. Me quité las zapatillas y se las tiré. Se asustó.
Empecé a gritarle de todo y me encerré en el dormitorio. Justo en ese momento llegó la visita. David, nervioso, les dijo que se fueran y luego entró a justificarse.
—Nuria, todo esto es culpa tuya. Si fueras más cariñosa, esto no habría pasado.
Me quedé mirándolo, alucinada. Ahora la culpa era mía. Ese día tomé una decisión: lo iba a dejar. Pero, pocos días después, descubrí que estaba embarazada.