La melodía de un nuevo amor.

Capítulo 38

Mi amistad con Angelita se hacía cada vez más fuerte. Era de esas personas que llegan sin esperarlo y se quedan para siempre. Nos veíamos todos los días; hablábamos de todo, reíamos, nos desahogábamos. Ella, junto con Carmen, se había convertido en uno de mis pilares.

Por ese tiempo también conocí a Alicia, mi “hermana mexicana”, como yo le decía. Nos conocimos por Internet y enseguida conectamos. Su dulzura y su forma de ver la vida me ayudaron en muchos momentos malos. Era increíble cómo alguien a kilómetros de distancia podía darme tanto apoyo y comprensión.

En el trabajo, en cambio, las cosas empezaron a torcerse. La sobrina de la mujer a la que cuidaba decidió instalarse allí y, para colmo, su madre con las exigencias aumentaron. Ya no solo quería que cuidara de su tía; si estaba mala, tenía que ir. Me decían que su hermana no podía estar sola; también tenía que hacer limpieza a fondo, todo por un sueldo miserable.

Me aguantaba, porque no tenía otra opción. Me quedaba un año para terminar mi carrera y necesitaba el dinero. A veces me desahogaba con Angelita cuando venía a acompañarme al trabajo. Desayunábamos juntas antes de entrar y soñábamos despiertas con el futuro, con irnos a vivir a Escocia. Aquellas conversaciones me daban vida.

Con David decidí dejar la guerra. Ya no tenía fuerzas para discutir más. Aun así, el destino siempre encontraba la forma de recordarme quién era él. Un día, mi hija vino a casa llorando: había descubierto que su padre engañaba también a su nueva mujer.

Poco después, ella misma me llamó. Me pidió perdón.

—Perdóname, Nuria. No sabía la clase de hombre que era.

—No tienes que pedirme perdón —le respondí—. Te enamoraste de una mentira, como hice yo. Pero sabía que algún día te haría lo mismo.

Por aquel tiempo conocí a Jesús, un amigo que terminó siendo novio de la sobrina de la mujer para la que trabajaba. Al principio solo hablábamos, pero con el tiempo nos hicimos muy cercanos. Él me contaba todo lo que pasaba con su pareja y yo, que ya había vivido mucho, intentaba aconsejarlo.

Sin darme cuenta, me convertí en su confidente, aunque con el tiempo terminé apoyándolo a él por ciertas cosas de las que me enteré. Jesús se convirtió en un gran amigo. Íbamos al cine, hablábamos durante horas y mis hijas lo querían muchísimo. Él también las adoraba.

La vida, entre altibajos, me seguía dando sorpresas.

Empecé a ver más a mi prima. Nos encontrábamos a menudo por la calle o en el mercado, y no nos importaba que todo Benalmádena escuchara nuestros gritos de alegría cuando nos veíamos. Nos abrazábamos fuerte y nos decíamos lo mucho que nos queríamos, sin importar quién mirara.

También me reencontré con Marta, mi amiga de siempre. Me alegró verla bien. Yo, por fin, me sentía rodeada de buenas personas. Había amistades nuevas, reencuentros y risas que hacía mucho que no tenía.

Claro que la vida también me mostraba su lado más duro: poco a poco iba perdiendo tíos y primos. Cada llamada con malas noticias me dolía en el alma, pero aprendí a quedarme con los buenos recuerdos, con las risas, los veranos, los abrazos.

A pesar de todo, me sentía más viva que nunca. Tenía amigas que me querían de verdad, dos hijas maravillosas y la esperanza de que, aunque el pasado doliera, aún quedaban muchas páginas por escribir.




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